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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Las Pitas (Córdoba, Córdoba)


Con tiempo de sobra apunté la fecha en la lista, me hacía especial ilusión montear esta mancha. Era el último fin de semana de la temporada y las monterías se acumulaban, son fechas en la que como uno se descuide un poco se junta con un puñado de monterías, y eso para alguien como yo es motivo de sofocón. De esta manera y haciendo de tripas corazón tuve que rechazar, no sin antes agradecer el que se acordaran de mi, las llamadas de Rafa Alcaide para Posteruelos, José Morales para Los Villares o la de la familia Ramos para La Solana del Alcanfor. Con la de días que hay en la temporada, que rabia el que coincidan fechas.

Pita (Ágave americana), planta que da nombre a esta coqueta finca cordobesa.

Todo el mundo me había hablado muy bien de esta finca propiedad de la familia Aguilar de Dios, y no solo de la finca en sí, sino también de su cuidado por guardar las costumbres a la hora de montear. A la vieja usanza, de invitación y guardando las tradiciones, como ya prácticamente no se guardan en casi ninguna mancha del territorio español. Para que se hagan una idea, los perreros deben llevar trabuco y como muestra del respeto y valor que se le da al trabajo realizado en el monte, hasta que no han recogido sus perros y dan cara por el cortijo, no se sienta el personal al banquete.

Muy bien acicalado se mostraba el cortijo de Las Pitas.

Tras parar en El Jaguarcito, tomar café y aguardar a los más rezagados del los que allí nos citamos, continuamos por la antigua carretera de Badajoz unos dos kilómetros y medio. Una vez rebasado el estropicio ambiental de las urbanizaciones allí construidas, tomamos un carreterín a mano derecha que discurre próximo al Arroyo de Linares y que además de llevar a Las Pitas, también da acceso al Santuario de la Virgen de Linares. En definitiva, que como se descuide uno y se caiga de la cama, da con sus huesos en Las Pitas.

La junta de Las Pitas.

Ya en el cortijo, y tras saludar a tanta cara conocida como la que encontramos allí, mi padre y yo nos acercamos a la mesa del desayuno. Aquello no era un desayuno normal y corriente, ni el buffet del mejor hotel cambiaba yo por ese mostrador repleto de exquisitos dulces, deliciosos pasteles, y como no, unas migas de quitarse el sombrero. Cada cosa que me llevaba a la boca estaba más buena, que variedad más esplendida la allí ofrecida para arrancar el día.

D. Juan Corral junto a Luis Martínez esperando su correspondiente plato de migas.

El sorteo en absoluto se demoró, con agilidad y sin entretenerse lo más mínimo, los hermanos Aguilar de Dios fueron llamando a sus invitados para que se acercaran a la mesa del sorteo a sacar su postura. Mi padre fue el que se encargó de meter la manita en el montón de sobres. Estábamos en el minuto noventa de la temporada y no era cuestión de arriesgarse poniendo a prueba mi funesta mano por enésima vez en esta casi finiquitada campaña montera.

La mesa del sorteo en Las Pitas.

El número dos de la armada El Pino, puesto con su correspondiente nombre: La Cañada de los Acebuches. Que sabor tiene el que se sigan conservando los nombres de las posturas, preciosa tradición esta que, desgraciadamente como otras muchas, poco a poco se van dejando de ver en las monterías de hoy día. Busqué alguna referencia entre los pocos perreros que habían llegado ya a la junta pero lo poco que me supieron decir es que allí no era donde estaba el meollo, vamos que no habíamos tenido mucha suerte.

Nuestro puesto en Las Pitas, el número dos de la armada El Pino.

Íbamos a cierre y no tardamos en partir hacia nuestro puesto, la armada El Pino era de las primeras en salir. El día se presentaba sensacional y las lluvias, con tan mala leche de haber caído este año siempre en fines de semana, habían dado paso a un ambiente fresco que anunciaba el final de un invierno bastante pasado por agua. Calor no pasaríamos, y eso que íbamos a solana, pero a los que les tocó umbría estoy seguro que no les sobró ropa de abrigo.

D. Jesús Bernier sacando su puesto en Las Pitas.

Poco camino tuvimos que recorrer para llegar a nuestra postura. Fue volcar el cerro que había a las espaldas del cortijo y a la vera de un arroyuelo de poca entidad dejamos el coche. La tira de nuestro puesto se veía perfectamente, se localizaba en la rama de un acebuche, en la margen izquierda del arroyuelo antes citado. Nuestro tiradero un umbrión bastante cerrado por las copas de un tupido encinar hueco y el siempre esperanzador apretón del arroyo. A nuestra derecha una cañailla con pendiente y un corto testerito salpicado de acebuches y lentiscos, completaba el número dos de la armada de El Pino.

Vista frontal de nuestro puesto, el número dos de la armada El Pino.

Animado estaba por ver las rehalas trabajar, sabía que allí había buen material convocado y es que entre los dueños de rehala que saludé en la junta y otras rehalas que con antelación sabía que irían, no tenía la más mínima duda de que los perros no me defraudarían. Entre las rehalas convocadas para montear Las Pitas estaban las rehalas propiedad de D. Juan Corral, de D. Joaquín Vadillo, de D. Rafael Borland, de D. Pedro Mohedano, de D. Jesús Bernier, de D. Ricardo Torres, de D. Ramón Mohedano, de D. Antonio Peña, de D. Juan Poley, de D. Pedro Velasco El Patillas, de D. Miguel González, de D. Antonio Urbano y D. Fernando García. Siento dejarme alguna atrás.

Grupo de perreros de una de las sueltas instantes antes de abrir las puertas a sus valientes.

Las armadas no tardaron en montarse, hecho este que comprobamos al sentir enseguida los camiones de los perros dirigiéndose a sus sueltas. Nos soltarían a nuestra derecha, en la ida no darían cara los perros ni por la solana donde estábamos, ni en la umbría que teníamos como tiradero, seria a la vuelta hacia los camiones cuando veríamos trabajar los perros. Deseoso aguardaba por sentir la salva de algún trabuco en el monte y por distinguir ese humo blanco tan característico elevándose entre las copas del arbolado.

Poley preparando su trabuco antes de entrar al monte.

Como es lógico el cervuno fue lo primero en menearse, íbamos a marranos pero la mancha guardaba algún venao y bastantes pepas que ágilmente salieron de sus encames al sentir el trasteo de los perros. Venaos no vimos ninguno pero ciervas si nos cumplieron varias, gordas como pelotas y saliéndose del meollo, pasaron por nuestro puesto tomando dirección hacia la suelta.

El cervuno fue lo primero en menearse.

A nuestra espalda, los perros iban llegando a nuestra altura. Las voces de D. Pedro Mohedano animando a sus podencos finos se sentían inconfundibles en el discurrir de su mano. Una vez sentimos que nos había sobrepasado, todo esto sin dar cara a nuestro puesto, un seco latido nos pone en alerta. Rápido, el solitario latir, se ve respaldado por el resto de valientes con collar de material. La ladra, característica de marrano, es evidente y así nos lo ratifican las alegres voces de Mohedano, que dejando muestras de la gran escuela, nos cantó la corrida del cochino de forma magistral. No solo no enmudeció, sino que centro sus voces en alertar a los puestos de cuál era el viaje del cochino, evitando animar a unos perros que de sobran saben que su tarea consiste en meter el animal en las posturas.

Seria la estampa del podenco envelao de la rehala de D. Pedro Mohedano.

La ladra se aproximaba, los descriptivos términos que usaba Mohedano indicaban que el marrano venia directo para nuestro puesto. Entre la algarabía del latir de tanto perro tras los pasos del cochino llegamos a sentir el enervante ruido del tropel provocado por el bicho. Lo estábamos esperando, tenía que romper pronto a nuestro tiradero. El anhelo de verlo correr en nuestra jurisdicción motivó el que no cayéramos en la cuenta de que antes debía pasar por el número tres de nuestra armada. Puesto este que finamente jugó el lance, cortándole el viaje al marrano y finiquitando así el gran trabajo de los perros de D. Pedro Mohedano. Espero que el vecino del número tres tenga un hueco en su memoria para valorar y no olvidar un lance así. Cobrarlé un cochino a los perros tras un lance tan espectacular es algo indescriptible.

Gran entrega la de los valientes de Mohedano trabajando con codicia y afición.

Con el corazón aun a diez mil revoluciones, mi padre y yo comentamos lo poco que nos faltó para que nos entrara el cochino. No estaba siendo esta temporada muy afortunada en cuanto a resultados, gracias a Dios que con lances así la afición por la montería no puede sino verse incrementada. Las pepas continuaron paseándose por nuestro puesto, alguna tan confiada que me permitió hasta tomarle alguna instantánea. Solo justificado por la malasombra de un final de temporada bastante desafortunado me fui convenciendo de que allí ya estaba todo el pescado vendido.

En la umbría se siente el trabucazo.

Los tiros y las ladras se sentían en toda la mancha, había marranos y los perros estaban trabajando de forma sensacional. En la umbría empezaban a dar cara las rehalas tras ir rodeando el cerro que vigilábamos. Por la mano alta, los perros de collar y collarín de la cencerra morado propiedad de D. Antonio Peña se las veían y se las deseaban para andar entre tanta espesura. Las manos más bajas, mucho más cómodas, las llevaban las rehalas de D. Ramón Mohedano y la de D. Fernando García El Aperaor. Poca chicha salió en la vuelta de los perros por este umbrión.

Zapatillas, Antonio Centimillo y Tolín Escavias en Las Pitas.

Por nuestro puesto paso D. Pedro Mohedano, trabuco en mano. Allí se paró un rato a charlar y refrescar el buche, instante que aprovechamos para comentar la mala sombra que tuvimos y lo poco que nos faltó para poder tirar el cochino que habían levantado sus perros y que tan bien nos había ido cantando. Orgulloso nos mostró el trabuco que fuera de su padre, Rafaelito Mohedano (q.e.p.d.), mientras bromeaba sobre las tropecientas manchas que habrán sentido su fiero tronar.

D. Pedro Mohedano, un buen perrero y mejor amigo.

Al poco volcó y dio con su suelta, ahora sí que si, la montería estaba finalizada. Y casi que la temporada también. Recogimos despacio mientras sentíamos el sonar de las caracolas, el curso montero 2010/11 estaba llegando a su fin y este último sábado era un buen resumen de lo que había sido toda la campaña venatoria. Viendo como poco a poco iban llegando los corbatos de D. Ramón Mohedano al remolque, aguardamos en el carril la llegada del postor para indicarle que poca tarea tendrían los arrieros en el número dos de la armada El Pino.

Aguardando la llegada del postor al finalizar la montería.

Ya en el cortijo fuimos contándonos cada uno el devenir de su puesto, la gente en general se había divertido, cobrándose un buen número de marranos, en torno a los treinta pude contar antes de marcharme. La labor de los perros no paso desapercibida y se vio reconocida por muchos de los allí presentes. El añejo tronar de los trabucos alegro de nuevo una sierra, la cordobesa, en la que nunca debieron o debimos dejar que cesaran de retumbar.

Vistas de los aledaños del cortijo de Las Pitas durante la comida.

Hay que agradecer que sigan existiendo propietarios, como lo son los Aguilar de Dios, que no se resignan a dejar desaparecer una serie de tradiciones y costumbres tan monteras y tan bonitas como las que se preocupan por mantener en su casa, Las Pitas, donde además de pasar un magnifico día de montería, nos obsequiaron con un homenaje culinario digno de destacar.

Gente del mundo del perro de rehala: Ricardín Barbero, Joaquín Borland y Jesús Bernier jr. en Las Pitas.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Torreárboles (Córdoba, Córdoba)


José Miguel Sánchez, El Anchoa, me aviso con bastante tiempo de antelación. Tenía previsto echarla a final de temporada y así me lo hizo saber a principios de Enero, por aquellas fechas José Miguel andaba inmerso en la organización de Los Bonales y estuvimos charlando en varias ocasiones hasta que finalmente me confirmó la fecha del manchón de Torreárboles. Pocos puestos, gente conocida, buen plantel de rehalas y muy cerquita de Córdoba, si además se ven pistas, que según me comentó, se veían, imposible que faltara.

Mucha solera la de la Venta Torreárboles.

Dudo que algún aficionado no haya oído hablar de Torrearboles, o mejor dicho, no haya leído nada acerca de esta mancha situada a un salto de Cerro Muriano. Muchas de las aventuras, anécdotas o trastadas reseñadas en los relatos del gran Mariano Aguayo transcurren en las quebradas de la citada mancha. Concretamente, lo que se echo fue el pegote de monte encuadrado entre las moteras curvas de la antigua carretera del Muriano, el nuevo trazado de la N-432 y la ermita de Santa María de los Pinares, al mediodía de la finca Villa Alicia.

Plano del manchón de Torreárboles.

El Anchoa nos citó en el restaurante Los Pinares, justo en la rotonda que hay antes de entrar en Cerro Muriano. Previamente paré en El Jaguarcito para tomar café y recoger a Sergio Sánchez Castañer y unos amigos de fuera de Córdoba que también venían a Torreárboles. Sin mucha demora y tras unas breves palabras a modo explicativo por parte de José Miguel, se dio comienzo al sorteo de las veintiséis posturas, repartidas en seis armadas, con las que se cerraría la mancha.

La junta se celebró en el restaurante Los Pinares de Cerro Muriano.

Si alguien sabe de la importancia de unos buenos perros para sacar los marranos y meterlos en los puestos, ese es El Anchoa. Para menear la mancha contó con seis rehalas cordobesas, concretamente las rehalas propiedad de D. Santiago del Moral, de D. Antonio Peña, de D. Diego García Courtoy, de D. Antonio Salado y las dos rehalas de D. Manuel Pérez, la segunda de ellas de reciente debut en el monte por aquel entonces. Se harían dos sueltas, una en la misma ermita de Santa María de los Pinares y la otra frente a la antigua Venta Torreárboles, al otro lado de la carretera.

Preciosa la pinta del urraco de la rehala de D. Manuel Pérez.

No había en quien escudarse, mi manita sería la responsable del éxito o fracaso de la jornada montera. Hablando con Mariano Aguayo y con su hijo Fernando andaba cuando me llamaron a la mesa del sorteo, el número cinco de la Traviesa de la Alcubilla. Busqué apoyo en algún comentario o guiño de José Miguel pero poca respuesta encontré, cosa que no me animó. Al tranquilizarse el personal y tras el rezo buscaría al mítico Julio Sojo, que andaba por allí, a ver qué información le podía sonsacar sobre mi puesto.

La tarjeta del puesto era un plano de la mancha marcando la postura en cuestión.

Las referencias no fueron malas, era un puesto nuevo "made in El Anchoa", cosa que no me incomodaba sino más bien todo lo contrario. Aunque mi armada era la Traviesa de la Alcubilla, debería ponerme con el cierre del Barranco Santa Sofía, así me ahorraba una buena caminata. Aun así, y siguiendo las indicaciones del postor del nombrado cierre desde el ensanche de la carretera frente a la Venta Torreárboles, tuve que repechar un cerrete con pocas vereas y bastante engorroso de andar.

José Carlos Caballero sorteando en Torreárboles.

El día, meteorológicamente hablando, tenía vistas de ser sensacional. Un cielo raso y un esplendido sol lucían desde el momento que salieron las armadas. No sin esfuerzo conseguí llegar a la cinta que marcaba mi puesto, el número cinco de la Traviesa de la Alcubilla. El puesto consistía en el arranque de un amplio regajo, casi en lo alto de un cerrete que se iba cerrando, a la par que estrechando, a medida que iba disminuyendo la cota dirección al Arroyo del Helechar, zona está mucho más sucia y que apenas controlaba. Las vistas eran preciosas y afortunadamente podría disfrutar con el trabajo de los perros.

Número cinco de la Traviesa de la Alcubilla.

No tardaron en llegar las tres rehalas que soltarían en mis proximidades, concretamente en ese pequeño ensanche de la carretera. Las furgonetas debían entrar aculadas por un antiguo camino en semi estado de abandono para así alejarse lo más posible de la peligrosa carretera. Se trataban de las rehalas de D. Antonio Salado, de D. Diego Gª Courtoy y una de las de D. Manuel Pérez. Pendiente estaba de las maniobras de las furgonetas cuando entreveo que un lechonato corre paralelo a mi postura. Con la duda de tirarlo o dejarlo pasar, me encaro el rifle y lo aguardo en un clarete por el que, según el viaje que lleva el marrano, debe de pasar. Con la cruz puesta en ese ligero hueco entre las jaras permanezco hasta que aparece, instante que decido apretar el gatillo. El animal desaparece y apenas siento ruido alguno, ni negativo de huida, ni positivo de acierto.

Miguel Ángel, Bernardino, Prosineski, Pepillo Fragonetas, Manolo Pérez e hijo: gente del mundillo del perro.

No las tenía todas conmigo y al rato me llama Sergio, que estaba viendo la montería desde un alto con su tío José Miguel, y le explico el lance transmitiéndole mis malas sensaciones respecto a un victorioso desenlace del lance con el primalón. En la parte baja del regajo, Pepillo Fragonetas, perrero de Gª Courtoy, Rafael, perrero de Salado y Miguel Ángel Prosineski, perrero de Manolo Pérez, intercambian impresiones y discrepaban sobre la peligrosidad de soltar tan próximos a la carretera.

Detalle de la furgoneta de la rehala de D. Antonio Salado.

El continuo transito de coches y sobre todo de motos por esos tramos de carretera tan próximos a la mancha es un peligro, ya no para los perros sino para las personas que van en los vehículos, podrían sufrir un fatal accidente al intentar esquivar algún perro en medio de la vía. Todo ello provoca que esta suelta se retrase considerablemente, el cruce de llamadas entre perreros, patrones y El Anchoa se salda con la decisión de soltar aun habiendo pasado ya más de hora y media del horario de suelta previsto.

Podenco berrendo de la rehala de García Courtoy.

Desde mi puesto consigo seguir las manos de las otras rehalas, con ayuda de los prismáticos y gracias a mi estratégica posición, disfruto viendo el trabajo de los berrendos de collar y collarín de la cencerra morada de D. Antonio Peña, así como los podencos y atravesaos con collar a franjas rojigualdas de D. Santiago del Moral. El magnífico trabajo que están realizando estas dos rehalas se ve reflejado en el tiroteo que despiertan a su paso. Los marranos van saliendo y aunque la distancia evita que pueda disfrutar lo que quisiera con las carreras de los perros, la algarabía de tiros, latidos y agarres provocan que me divierta de lo lindo.

Vista del flanco derecho del número cinco de la Traviesa de la Alcubilla.

Mis inmediaciones son terreno de la mano que debe llevar Rafael el de Salado, los punteros con la A y la S en el costillar pronto dan cara en mi puesto, al momento Rafael corona el cerrete y me saluda cariñosamente. Intercambiamos opinión sobre el enredo acaecido en la suelta y le animo a proseguir con su labor. Casi al instante de apretar en la mesetilla del alto del cerrete, los perros de esta rehala oriunda de Hornachuelos, dan con un marrano. La fuerza de toda la rehala, fresca por lo cercano de su suelta, aprietan y laten al cochino, el cual consigo ver pero que por la situación de los perros en torno al marrano decido no tirar. Al poco siento los tiros del cierre del Barranco Santa Sofía, buen trabajo el de los valientes de Salado.

Rafael, perrero de Salado, dando cara en mi puesto de Torreárboles.

El trasteo de los perros por mi puesto me confirma que efectivamente había errado el lechonato con todas las de la ley. Y si, creedme, se trataba de un lechonato y no de la típica artimaña para quitarle hierro al fallo y auto convencerme de que había sido un error sin importancia. El tiroteo era constante, los marranos es sabido que se llevan muchos tiros, pero en mi caso la música de los disparos estaba superando las expectativas con las que yo había asistido a Torreárboles.

Bonita pinta la del podenco envelao de la rehala de D. Antonio Salado.

A medida que fue avanzando la mañana la algarabía y los tiros fueron disminuyendo, en la mano lejana de los perros del Peña y de Santi del Moral algún lance mas tuve la suerte de disfrutar, la verdad que en cuanto a visibilidad el puesto era divertido. Alguna ladra provocó que los marranos cruzaran la mismísima carretera con los perros apretándoles, habría que ver la cara que se le quedaría a algún conductor cuando viera tal espectáculo desde el interior de su coche.

Detalle de la furgoneta de la rehala propiedad de D. Santiago del Moral.

La vuelta de los perros tuvo poca historia, el duro trabajo de las rehalas se había realizado de forma ejemplar, si bien lo largo de las manos fue comentado por los perreros al terminar la jornada. De sobra es sabido que El Anchoa acostumbra a planear manos bastante largas, en Torreárboles no fue menos. El paso cansado y llamando perros de Prosineski, perrero de Manolo Pérez, por mi postura, denotaba que llevaba una dura jornada en sus piernas. Eso sí, a su paso por mi puesto y como de costumbre, una contagiosa sonrisa de oreja a oreja, como si no se hubiera pegado un pechugón como el que llevaba entre pecho y espalda. Buen tío Prosineski.

Urraco de la rehala propiedad de D. Manuel Pérez.

Al sentir que llegaban al camión empecé a recoger, antes ya me había acercado a ver si había rastro del dichoso lechonato. Allí no había ni sangre ni ná, el enésimo marrano que fallo esta aciaga temporada y las consecuencias de tal reincidencia no hicieron sino taladrar una moral que andaba ya tocada por mi funesto curso venatorio. Aun quedaba un fin de semana para montear pero créanme que ya me estaba viniendo larguilla la cosa, tanto guarreo de puestos acaba damnificando la ilusión montera.

Desde mi puesto en Torreárboles vi mucha montería.

La comida fue en el mismo lugar que la junta, allí fuimos llegando y contando cada uno su batallita, gracias a Dios muchos prefirieron volver a sus casas a comer y no tuve por qué dar muchas explicaciones a tanto bromista como había en aquella reunión de amigos. Por lo que escuché, no fui el único que estuvo fallón y es que ya se sabe que los marranos tienen su miga. Los comentarios eran positivos, algunos como Enrique Jiménez se divirtió de lo lindo cobrando varios marranos, su cara, más sonriente aun que de costumbre, lo demostraba.

Fernanda Fdez. de Cordova charlando con Bernardino.

Antes de recoger las reses volví para Córdoba, era domingo y al día siguiente vuelta a la cruda realidad de la oficina y los expedientes. Ciertamente la mancha cumplió, se cobrarían en torno a los quince marranos y hablo de memoria pues como digo me marché sin esperar la llegada de los marranos. Gran resultado el cosechado por El Anchoa, un catedrático de los de la vista baja, como gusta llamarlos a él.

Vista de la antigua Venta Torreárboles.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Santa María de Taqueros (Villaviciosa de Córdoba, Córdoba)


Existe un estrecho vínculo entre mi padre y yo con esta conocida finca de Villaviciosa de Córdoba. Son innumerables los días que hemos pasado allí, ya sea viendo la berrea, monteando o echando el día de perol con la familia Fernández, propiedad de esta bonita finca y con la que nos une una gran amistad. Muchos recuerdos y muy buenos ratos paseando por la cerca o monteando El Pajarón, la mancha abierta de la finca.

Bonita la tarjeta de los puestos diseñada con un dibujo de Iñaki Blanco.

A Taqueros, como se le conoce en el mundillo montero, se accede por la carretera que une Posadas con Villaviciosa. Para llegar a ella hay que pasar la entrada de otras muchas fincas de renombre en la zona: Fuente Vieja, Navalcastaño o la Aljabara de Cárdenas, que además son linderas. La zona norte, que es donde se ubica la mancha abierta conocida como El Pajarón o Taquerillos, linda con El Pino, Castillejo del Pino y Las Palomas.

Entrada a Santa María de Taqueros.

Nos citaron en el caserón de La Torre, unos kilómetros antes de llegar al carril de entrada a Taqueros, un lugar cuanto menos peculiar y decorado con un gusto, llamémosle, diferente. Antes habíamos parado para tomar café con Manuel Villén y Álvaro Sánchez, que también venían a la montería, en el San Luis de Almodóvar.

La junta se celebró en el cortijo de la finca La Torre.

Tras saludar al personal allí presente nos dispusimos a guardar religiosamente la cola de las migas, que por cierto estaban bastante ricas. Alguno se atrevió a repetir aun a sabiendas de lo propensas que son a requerir agua a mitad de mañana. Los corrillos se iban formando en torno al plano de la mancha, en el se distinguían perfectamente los cerca de cincuenta puestos con los que se cerraría la mancha.

Alvarito Sánchez, Manu Fernández y Manuel Villén guardando la cola para las migas.

El sorteo se efectuó ágil y rápido, pronto estaban saliendo las seis armadas en las que se repartían las posturas. Al ser mancha abierta, las traviesas debían aguardar a que se cerraran las huidas. A nosotros nos tocó traviesa, concretamente la llamada de Los Canutos. La armada no era mala según nos comentaron los entendidos de la mancha, pero nuestro puesto, el número siete, no era de los mejores. Son bastantes las veces que hemos monteado esta mancha pero nunca habíamos estado en esa armada.

Mi padre charlando con Barto Fernández y José Mª Cabello durante el desayuno.

Antes de lo previsto estábamos dirigiéndonos hacia la finca, en la entrada aguardaban las diez rehalas convocadas para trastear la mancha. Nuestro postor era Iñaki Blanco, conocido pintor cordobés y buen aficionado. No sin problemas, y es que hubo dos señores a los que misteriosamente les había tocado el mismo puesto, llegamos al número siete de Los Canutos.

Nuestro puesto en Santa María de Taqueros, el número siete de la armada de Los Canutos.

Los puestos de nuestra armada se situaban en unas cañadas localizadas en el pinar de la solana y que iban perpendiculares al Arroyo Pajaroncillo, todo ello en la margen derecha del mismo. Puestos, por lo general, poco trabajados o con aspecto de no haberse parado mucho a intentar buscarle una buena localización. Cierto era que algunos tenían buena pinta, otros en cambio daban la impresión de estar allí por estarlo. Desgraciadamente el nuestro era de estos últimos.

Aledaños del cortijo de la finca La Torre antes de partir hacia la mancha.

El número siete de la armada de Los Canutos, como bien dice su nombre, estaba en el interior de un canuto bastante cerrado de monte, muy oscuro y con un dudoso ajuste. La ausencia de vereas tomadas en nuestro corto tiradero no auguraba nada bueno. A nuestra izquierda y por bajo, el carril que llevaba hasta la tela de la Aljabara de Cárdenas, también en este mismo flanco el Arroyo Pajaroncillo y la preciosa umbría de El Pajarón.

Comentando el plano de la mancha antes de comenzar a sacar las armadas.

Con la entrada en la mancha de las traviesas, el cierre de La Loma comenzó a tirar. Estos puestos localizados en el raspín de la solana de pinos nunca fallan en el inicio de la montería, muchas son las reses que rebozan por esta zona en su huida. Con la llegada de las rehalas, y la algarabía producida por esas furgonetas cargadas de perros nerviosos por montear, es cuando algo de cervuno empieza a moverse por la parte de umbría.

Sucio y complicado el canuto que nos correspondió.

Se efectuarían dos sueltas, una se encargaría de montear toda la solana en ida y vuelta, en una mano disparatadamente larga y dura. La otra suelta, la de la umbría, se haría en medio de la misma, empujando las reses en un caso hacia la malla de la Aljabara de Cárdenas y en el otro hacia la huida de Fuente Vieja. Personalmente no comulgo con echar la mancha como se echo aquel día apretando las reses hacía sus huidas naturales.

El plano del cierre de la mancha y las sueltas.

En el primer tercio de la montería se puede decir que nos aburrimos soberanamente, las sueltas se habían producido lejísimos y la más cercana, la de las rehalas que discurrían por la umbría hasta chocar con la tela de la Aljabara de Cárdenas, tardarían mucho en empezar a sentirse. En el siguiente tercio se animó algo más la cosa, las rehalas que empujaban hacía la tela anteriormente citada, la de El Chaleco de Adamuz entre ellas, provocaban que las reses mallearan y bajaran hasta la misma caja del arroyo. Nos era prácticamente imposible verlas pero si sentíamos perfectamente su viaje en el cauce del Pajaroncillo.

Divisa a franjas rojas y blancas, rehala de José El Chaleco.

Nuestra esperanza estaba fundamentada en el momento en que los perros de la mano de los pinos dieran cara en nuestro oscuro canuto, en el último tercio de montería. Eran prácticamente las dos de la tarde cuando eso ocurrió y después de una mano tan extensa no quiero ni contaros como aparecieron. Era larguísima y dura de andar, llevaban casi tres kilómetros y les faltaba volver sobre sus pasos monteando por esa sucia ladera de pinos hasta la suelta. A pesar de todo, la rehala de El Chori aun levantó alguna cierva de su encame y nos la metió en el puesto. De los marranos ni rastro.

Vista de nuestro puesto, el número siete de Los Canutos.

Al rato de pasar los perros de vuelta comenzamos a recoger, estaba todo el pescado vendido. Iñaki, nuestro postor, paso a preguntar que habíamos hecho y tras darle el parte volvimos para el cortijo de Taqueros. Tiros se habían sentido bastantes aunque el hecho de que se pudieran tirar ciervas nos hizo pensar que estas eran las culpables del tiroteo. Con la llegada de las reses se comprobaría que tal había salido el día.

Berrendo de la rehala propiedad de El Chaleco de Adamuz.

La comida la sirvió Lucas, el de Cardeña, con lo que no hace falta que os detalle como estaba de bueno el cochifrito, sin duda lo mejor de todo el condumio. Antes de que llegaran las reses aun nos dio tiempo a dar una vuelta por la cerca y que Manu le enseñara la finca a Manuel y a Alvarito, pues no la conocían. Al regresar pudimos comprobar que se había dado una gran montería cobrándose doce venaos, dieciséis cochinos y casi cuarenta pepas, lástima que haya quien aun dude de esta mancha y encima lo pregone.

Manu Fernández. estuvo fino y cobró un marrano.

La salida de Taqueros se alargó, es difícil salir de allí porque el cariño y la hospitalidad con la que siempre nos tratan Sebastián, Manolo y sus familias provoca que nunca apetezca despedirse y marchar para Córdoba. En el camino de vuelta, mi padre y yo no pudimos evitar hacer inventario de todas las posturas en las que hemos estado puestos en la mancha El Pajarón, llegando a la conclusión de que la suerte nos echa pocas cuentas en las márgenes del Arroyo Pajaroncillo.

Cortijo de Santa María de Taqueros.