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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

miércoles, 6 de febrero de 2019

De nuevo por tierras toledanas, Valdespino

La de monterías que habría aquel sábado veintiocho de octubre en Córdoba, pero nos fuimos a cazar a Toledo, concretamente al pueblo de Consuegra. Son kilómetros, para los perros y para nosotros, pero las ganas y la ilusión que nos transmitieron en todo momento Aarón Martín y Paco García, líderes de Mancha Ibérica, porque cazáramos con ellos algún día de aquella temporada, nos hizo encajarnos hasta allí para cazar Valdespino, uno de los montes de aquel pueblo manchego tan estratégico en tiempos de la trashumancia.

En el bar España, de vinos y pinchos con Cristina.

Cristina y yo, decidimos pasar la noche anterior en Ciudad Real, desde allí hasta Consuegra una hora escasa que nos evitaría el madrugón si tuviéramos que salir desde casa. Tras varios años vividos en Ciudad Real, volver, siempre hacen aflorar recuerdos, sitios, bares y momentos de aquella etapa laboral por la cuenca alta del Guadiana. Unos vinos y pinchos en la Plaza del Pilar, en el España. ¿Dónde si no? Lástima que se haya perdido aquel rincón añejo y cargado de sabor del fondo del bar.

Aarón y Paco, con uno de sus colaboradores, ultimando antes del sorteo. 

La junta en el mismo Consuegra, en un bar con cómoda salida hacía la mancha. Allí nos habían citado Paco y Aarón para el desayuno, sorteo y consiguiente salida de las armadas hacia Valdespino. Los perros, como de costumbre, más tarde. Se agradece que se mire por ellos y se eviten tanto madrugar para estar luego en la furgoneta cargados hasta que finalmente se suelta. Perrero y perros agradecen que se hagan las cosas así.

Las migas, aun siendo principio de temporada, no faltaron.

Tras las migas, el rezo y las indicaciones pertinentes, el esperado sorteo. La mano de Cristina sería la encargada de deparar mi suerte. La cercanía que en todo momento sentimos por parte de Paco y Aarón fue de agradecer. Nos detallaron los pormenores de la mancha, resultados de años anteriores, orografía del terreno, manera de cazar de los perros y donde soltarían los nuestros. Detalles que no cuesta nada dar y que los aficionados lo agradecemos enormemente, más aun cuando no se ha cazado antes en una mancha.

Dando las últimas indicaciones previas a comenzar el sorteo.

El número ocho de la Cuerda fue donde me mandó Cristina. Tras intercambiar pareceres con Paco y afirmarme que no le disgustaba en absoluto me fui mentalizando a la par que ilusionando, era un cortadero en la cuerda de la sierra, como no podía ser de otra manera siendo ese el nombre de la armada. Ya conocéis la poca gracia que le hacen a mi señora este tipo de puestos, con lo que tras confirmar con Paco y Aarón que ellos no se pondrían, sino que desde la casa dirigirían perros y controlarían el discurrir de la montería, decidió quedarse en el cortijo con ellos.

Mi puesto en Valdespino, el número ocho de la Cuerda.

No tardamos mucho en partir hacia la mancha, a unos doce kilómetros al sur de Consuegra se localizaba. El campo duro, las lluvias escasas presentaban una mancha seca con terreno extremadamente áspero, día difícil para los perros. Las rehalas fueron llegando a la junta, nuestros perros hicieron acto de presencia justo cuando salía mi armada. Cristina se encargó de nuestro perrero, Angelillo, conociera a Paco y Aarón. Una cara conocida entre las rehalas y es que Armando Martín de rehalas "El Canto de la Paloma" formaba parte de la plantilla de rehalas que cazaríamos Valdespino.

Cristina, antes de soltar, junto a Armando de rehalas "El Canto de la Paloma".

Poco a poco fueron quedándose puestos hasta que llegamos al número ocho. A medida que había avanzado la armada los puestos fueron más de cortadero puro y duro, perdiendo esa personalidad que poseen un alto porcentaje de los puestos en nuestra sierra de Córdoba. La tela de la finca de al lado, Valdespino es abierta, a un extremo. Al otro, el filo del monte, donde se ubicaba la tirilla de mi puesto. Tras una primera valoración visual del tiradero, un rápido paseo por la malla en busca de algún portillo. Poco escape tenían los guarros por aquella alambrada.

Vista de la parte derecha del número ocho de la Cuerda. 

Tras verme con el puesto anterior aguardé a que se colocara el siguiente. Cual fue mi sorpresa cuando me lo vi apoyado sobre la malla y no en el filo del monte, donde debía estar colocado y donde estaba, lógicamente, la tira del puesto. Me acerqué a indicárselo y en seguida me di cuenta de lo que había sucedido. Se trataba de un extranjero poco puesto en monterías. Nadie le había explicado el puesto. Le aclaré donde debía colocarse, razonando con gestos el por qué y donde tenía que dejar llegar la caza para tirarla como es debido.

Parte izquierda del cortadero, con la malla, de mi puesto en Valdespino.

Con todo aclarado y algo más tranquilo me concentre en mi postura. El resto de las armadas se estaban colocando y con el monte tan seco las reses se sentían nerviosas con sus ruidosos tropeles. Los primeros tiros empezaron a sentirse, reses había. Mi armada había ya tirado en varias ocasiones. Entre el monte y a la altura del vecino del nueve vi correrse varias reses, sin poder distinguir si eran venaos o ciervas. El inicio no podía ser más prometedor.

La mancha que cazamos, la umbría de Valdespino. 

El nerviosismo de los perros se sentía en la carretera, las rehalas iban camino de sus sueltas. De repente, en mitad de la raya, a la altura del número nueve un venado que se acerca a la tela y empieza a mallear. Increíblemente pasan varios segundos hasta que se percata el vecino y lo tira, fallándolo estrepitosamente a escasos veinte metros. El venao corrió alejándose de mi hasta que finalmente lo veo al otro lado de la alambrada, escapándose así de la quema. Verlo para creerlo.

Muy franco tendría que asomar algún bicho para tirarlo en el poco monte que dominaba. 

La suelta no se hizo esperar por fortuna, con esas temperaturas cada minuto que se le ganara a la mañana, sería positivo para el trabajo de los perros. Mancha complicada para los perros estos primeros días. Terreno duro y poca agua, las reses pronto castigarían con dureza el trabajo de las rehalas, viéndose estas perjudicadas y con ello el último tercio de la montería.

Suelta de nuestros perros en el sopie de Valdespino. 

El principio realmente me sorprendió. Sentí muchos tiros y las carreras de las reses por el monte, próximas a mi puesto, fueron un ir y venir sin llegar a romper a la raya. Los puestos anteriores al mio si tiraron de lo lindo, eran puestos con algo más de visibilidad dentro del monte y eso les beneficiaba. Los primeros perros punteros empezaban a asomar por el limpio carril de la cuerda.

Primeros perros dando cara en el ocho de la Cuerda.

Se sentían los perreros acercarse por el monte, alguna ladra de marrano me puso en tensión pero la corrida fue para atrás. Las reses no rompían contra la malla. Los cochinos, sin portillo alguno, menos. Las rehalas aun no apretaban como para que los bichos no pensaran y sus corridas no eran tan obligadas como cuando los perros están finos. De nuestros perros ninguno dio la cara por la cuerda, Angelillo había soltado en el sopie y su mano fue bastante más baja.

Perros de la rehala de Pedro José Rodríguez dando cara en el cortadero. 

La mañana fue de más a menos, al ritmo de los propios perros. Poco a poco fue apagándose su fuerza y disminuyendo el ritmo de disparos en la mancha. La temperatura fue aumentando y con ello la dificultad de que las rehalas cazaran como se desea. El silencio, poco a poco, se fue apoderando de la umbría de Valdespino hasta que comenzaron a sentirse las primeras caracolas. Pronto llegó el postor y fuimos levantando el resto de la armada, confirmándose que los puestos anteriores al mio habían disfrutado de lo lindo.

Collar blanco sobre fondo azul, podenca de la rehala de Pedro José Rodríguez. 

Recogí a Cristina en la casa de Valdespino. En compañía de Aarón y Paco había pasado una mañana muy entretenida, desde allí vio toda la montería, disfrutó con varios lances y pudo ver nuestros perros desde su suelta hasta su recogida. Además Angelillo pinchó un marrano que dio bastante briega a los perros, pudiendo Cristina vibrar con el siempre emocionante agarre.

Nuestra furgoneta en su suelta, en el sopié de Valdespino. 

Quisimos acercarnos a la suelta, nos preocupaba si algún perro estaba herido de la refriega con el guarro y además saber si estaban todos. Cuando cazas tan lejos de la perrera, dejarnos algún perro siempre es algo que nos preocupa bastante. Faltaban un par de ellos pero estaban controlados y afortunadamente no tardaron en llegar a su suelta. La preocupación no solo era nuestra, Paco y Aarón sabían de la distancia hasta nuestra perrera y mostraron interés por saber si estábamos completos, cosa que agradecimos enormemente.

Cristina y yo junto al machete que cogieron nuestros perros. 

A pesar del calor, el potaje entró. La ágil recogida de las reses nos hizo poder contemplar el plantel final antes de partir hacía Córdoba. Antes de que la tarde cayera y tras despedirnos de Aarón y Paco partimos para casa. Sobre el cemento, una docena de venaos y siete cochinos, entre ellos, el machete de nuestros perros y un buen número de pepas. Un resultado en los números para una mancha como la umbría de Valdespino.

Día complicado para los perros, terreno duro y altas temperaturas. 

Cristina y yo volvimos con un gran sabor de boca, con la sensación de haber conocido a dos valientes que con afición e ilusión presentan un interesante programa de monterías. Con la impresión de poder contar con esa collera que forman Paco y Aarón para lo que haga falta, son dos bellas personas que nos acogieron con mucho cariño valorando el esfuerzo que supone hoy día tener perros, y deseando que pronto podamos volver a pasar un día de monte con ellos.

Paco y Aarón, Mancha Ibérica, junto al tapete de reses cobradas en Valdespino. 

jueves, 24 de enero de 2019

La Baja, demasiadas emociones para un mismo día

Se juntó todo. Cuando un día se presenta así, hay que armarse de valor y al toro. Mi hermana Lola, mi única hermana, siguiendo los pasos de su hermano mayor, decidió casarse el pasado otoño, alineándose los astros de manera que fue a hacerlo el mismo día que estaba previsto echarse la Umbría de La Baja. Aquel veintiuno de octubre de 2017, por muchas razones, siempre quedará grabado en mi memoria.

Junta de La Baja, año 1965. 
En primer término y en el centro mi padre, a la derecha y de espaldas, mi abuelo. 
Foto: "Montear en Córdoba" de Mariano Aguayo. 

Cuando Roberto me pidió los perros para cazar La Umbría, además de hacerme una ilusión muy especial, por la unión que siempre existió entre mi abuelo Rorry (q.e.p.d.), Juan Barasona y la finca en sí, supuso un quebradero de cabeza para el que suscribe. No sabía como orientar en casa lo que se me pasaba por la cabeza, que como podéis imaginar era montear y tras ello, volver para Córdoba ligero y así estar como un tempano, hecho un pincel, en la iglesia de Los Dolores esperando la entrada de mi hermana.

Con mi abuelo Rorry (q.e.p.d.) en el cortijo de la Baja, enero de 1994.

Lo admito, forcé un tanto, pero creo que nadie es capaz de entender lo que para mi suponía volver a montear en La Baja, y encima con mis perros. Cristina, por mucho que le insistí, ni se pensó el venir. La última y única vez que había monteado allí fue hace ya muchos años, yo aun no tiraba, y estuvimos en el puesto mi abuelo, mi padre y yo. Vimos muchas reses, dábamos cara al pantano, donde las vimos cruzarlo en varias ocasiones. Aquel día estrené mis primeras botas altas y mi padre pinchó un venao que se fue dando sangre sin dar con él.

Aquel 15 de enero del 94, en La Baja, estrené mis primeras botas altas. 

El sorteo, días antes en Sevilla. Delegué en un colega del gremio del perro, Cabanillas. La foto de la tarjeta del puesto la recibí tras el sorteo, el número once de la armada El Tamujar. Un cierre, que por su orden de salida no debía ser malo. Ciertamente, cualquier puesto me hubiera valido, reinaba una ilusión especial en mi. Cazar en La Baja con mis perros era para mi algo muy especial.

El número 11 de la armada del Tamujar, mi puesto en la Umbría de La Baja. 

La junta, en la entrada del Paviar, y los perros, en el cruce de la carretera de Las Navas de la Concepción. Mucha cara conocida, de Córdoba y de Sevilla. Buenos aficionados y mucha cantera. El ambiente montero de Hornachuelos es especial, y en juntas como la de aquel día, a pesar de las altas temperaturas, se respira a la perfección. Cariñosos saludos, café, migas, copa de aguardiente y en seguida, nervios, voces, filas de coches y armadas desfilando.

La junta de La Baja en el carril del Paviar.

No descuidé en avisar que nada más sentir las caracolas en las sueltas, recogería rápido y, sin pasar siquiera por la merienda, cambiaría la terna de monte por la de gala, había que ataviarse como corresponde para el enlace de mi hermana y Manolo, mi futuro cuñado. Por fortuna no ocurrió ninguna de las miles de cosas que me suelen suceder cuando llevo prisa y hay gente esperándome. Angelillo estaba también avisado por lo que deseé que no tuviese complicaciones y recogiera bien.

Las juntas en Hornachuelos siempre tienen un sabor único.

En el mismo puente del Arroyo de la Baja, antes de llegar al cortijo de El Pedrejón, nos desviamos de la carretera. Pronto empezaron a quedarse puestos cerrando toda aquella huida de la carretera, porque La Baja esta abierta y el cerrar como es debido es tremendamente importante para el éxito final de la montería. Manolo, uno de los hijos del guarda y postor de aquella armada, me indicó la tablilla, me insistió en que marcará bien las reses a sabiendas de que cuando viniera levantando la armada lo más fácil es que ya no me encontrase allí.

Tablilla en mi puesto, el número 11 del Tamujar. 

Me descolgué por el carril, buscando el arroyo, una vez lo había cruzado, a media falda estaba la chapa del once del Tamujar, colgada de una de las ramas de un chaparrete. Por delante las caídas de dos cerretes pobladas de chaparros y acebuches, el carril y la caja del arroyo, una preciosidad. Además a izquierda y derecha sendas caras donde llegado al caso podría también tirar aunque a decir verdad estaba largo. Por ponerle un pero, la lástima que da ver el campo tan seco, tenía que llover pronto.

Vista del 11 del Tamujar, realmente un puesto precioso. 

Poco tiempo llevaba allí cuando al rato de desfilar los coches de una armada por frente de mi postura, un venao de pico se detuvo encampanado en el mismo carril. Las traviesas estaban entrando en la mancha y las reses comenzaban a moverse. No lo dudé y cayó de un buen tiro en los mismos pechos. No cabía en mi, el estreno oficial de mi regalo de pedida con un venao en La Baja. Fue de los primeros tiros que se sintieron.

Mi primer venao de La Baja. 

Pronto se soltó, el terreno estaba duro y el agua desaparecida de los arroyos. Los perros se apoderaron del monte. Ladras, carreras y voces se apropiaron de aquellos preciosos barrancos y salvajes cerros de la mancha que cazábamos. Las reses rebozaban por todos lados, los cordones se veían correr a larga distancia. El tiroteo comenzó a sentirse en todas direcciones.

Vista frontal del número 11 del Tamujar.

Los perros empezaron a dar cara por el once del Tamujar. Otro venado asomó por el viso sin llegar a descolgarse en mi dirección, al poco sentí los tiros del doce al que si debió cumplirle. Los perros trasteaban el corono del testero que dominaba y arrancaron un venao por la derecha. Ágil y certero me quedé con él en un lance nada fácil por lo complicado de clarearlo entre las copas de los chaparros y lo seguro de su corrida. El segundo venao y la emoción me inundaba.

Por la parte derecha de mi puesto asomó el segundo venao

Los perreros asomaban pecho enfrente, eran rehalas de paterninos que no llegué a distinguir, seguramente de la zona de Sevilla. Alguno de mis perros asomó y es que Angelillo no soltó muy lejos de donde yo estaba. Faldeando discurrieron de derecha a izquierda, marcándome el segundo venao al pasar por él. Los tiros no cesaban y atento no perdía vista de aquel puesto tan amplio y bonito, más aun consciente de que si corría algún marrano por ahí debía estar muy pendiente pues se me podía colar fácilmente.

El segundo venao, quizás el tiro más largo y difícil.

Al volcar de los perros se calmó unos instantes la mañana. Poco duro. Dos de mis perros, la Violetilla y el Pocholo asomaron en collera y trastearon cazando el morro, en lo más espeso de monte, en una leve cañailla, sin poder explicármelo, dieron con un venao. Lo apretaron con afición mientras vibraba emocionado, cuando quise acordar, estaba saltando el carril. Lo dejé bajar y entre el carril y la quebrá me quede con él. Al instante llegaban los dos perros al venao mordiendo satisfechos por una bonita faena con el mejor final. Pelos como escarpias, el corazón faltó poco para que se me saliese por la boca, realmente un cúmulo de sensaciones difíciles de transcribir.

Parte izquierda del número 11 del Tamujar. 

En la soledad de aquel momento me acordé mucho de Cristina. Solo pensaba en llegar y poder relatarle un lance tan inolvidable, con dos de nuestros perros como protagonistas y ocurrió en una finca especial, siendo el broche de oro de un puesto memorable. Ya tocando la jornada a su fin, entre mi puesto y el anterior, el diez, saltó un venao que recuerdo bonito, mayor de los que había visto hasta el momento. El vecino lo tiró y aunque hubo un momento de la corrida que pude haberlo tirado, era su lance y esos momentos hay que respetarlos.

El tercer venao me lo traían la Violetilla y el Pocholo

Tras este último venao tirado por el puesto de al lado y sintiendo las primeras caracolas, me dispuse a marcar los venaos, recoger los chismes y aligerar camino de Córdoba. Como había recogido rápido aun pillé varios puestos de la armada aun en su tablilla, explicándole mi prisa y haciéndoles hincapié en que en el número once había marcadas tres reses, para que el postor lo tuviera en cuenta a la hora de recoger la armada.

Croquis de donde tiré los tres venaos. 

Sin ningún contratiempo o imprevisto, gracias a Dios, llegué más que de sobra para cambiar ropa de campo por traje de pingüino. Cristina esperaba nerviosa desconfiando de mi formalidad a la hora de salir del monte para volver al incómodo mundo urbano. Mis padres respiraron tranquilos, a la par que mi hermana. Su hermano en un día memorable había cobrado en un puesto tres venaos, por primera vez en su vida, y a continuación estaría casando a su hermana.

Un puesto de los que no se olvidan. 

Faltaba el eslabón de los perros para que el día fuese redondo, y fue el que falló. En los aperitivos llamé a Angelillo, estaba saliendo de vuelta para la perrera, tras mucho esperar en la suelta. El Fósforo se había quedado allí, la mancha estaba sopada de reses y había un esturreo considerable de perros. Le habían comentado que lo vieron correr tras un venao en una de las lindes de la finca pero nadie lo había vuelto a ver.

El Fósforo, un buen perro. 

Tras ser visto en un par de ocasiones por gente de la zona en los alrededores de San Calixto y habiendo ido en su busca sin éxito, el perro desapareció y dejo de verse. Mucho rebobinamos Ángel, Cristina y yo sobre el Fósforo, pero como bien nos decía nuestro perrero, si el perro esta de aparecer, aparecerá. La realidad es que el hecho de ser uno de los que en su día bautizó Cristina y además, apuntaba maneras, hacía que el digerir su desaparición fuese muy difícil.

El Fósforo, uno de los mimados de Cristina. 

Con la perdida del Fósforo asumida, un buen día, al cabo de treinta días, Miguel, un amigo de Pozoblanco me llamó. "¿Rorry, tu tienes un perro perdido?". En efecto, apareció. El perro lo había cogido, no sin maña, un pastor de Los Morenos, una de las aldeas de Fuente Obejuna, comunicándoselo a su veterinario, precisamente mi amigo Miguel. Sin pensarlo, cogí el coche y fui en su búsqueda, poniendo así el mejor final a uno de los días importantes tanto familiar, con el casamiento de mi hermana, como cinegeticamente, con una montería inolvidable. Por cierto el resultado final de la mancha La Umbría de La Baja fue realmente bueno, cobrando más de un centenar de reses.

En la aldea de Los Morenos, lo tenía cogido Francisco, un pastor de la zona. 

Me quedó el volver a ver aquel cortijo tan estratégico y añejo, que aunque borroso, aun lo conservo en la memoria. Revivir los lances con los demás monteros durante la merienda, contar y escuchar como hemos vivido la montería por unos y otros. Intercambiar opiniones sobre como se cazó y como trabajaron los perros, y por supuesto disfrutar de un tapete de reses espectacular, en una sierra única y con un sabor especial como lo es Hornachuelos. Todo ello gracias al cuidado de lo auténtico por parte de Roberto, al que hay que valorar que se preocupe de hacer las cosas como Dios manda.

Y si, Cristina y yo llegamos a tiempo a la boda de mi hermana.