La junta en el mismo Consuegra, en un bar con cómoda salida hacía la mancha. Allí nos habían citado Paco y Aarón para el desayuno, sorteo y consiguiente salida de las armadas hacia Valdespino. Los perros, como de costumbre, más tarde. Se agradece que se mire por ellos y se eviten tanto madrugar para estar luego en la furgoneta cargados hasta que finalmente se suelta. Perrero y perros agradecen que se hagan las cosas así.
Tras las migas, el rezo y las indicaciones pertinentes, el esperado sorteo. La mano de Cristina sería la encargada de deparar mi suerte. La cercanía que en todo momento sentimos por parte de Paco y Aarón fue de agradecer. Nos detallaron los pormenores de la mancha, resultados de años anteriores, orografía del terreno, manera de cazar de los perros y donde soltarían los nuestros. Detalles que no cuesta nada dar y que los aficionados lo agradecemos enormemente, más aun cuando no se ha cazado antes en una mancha.
El número ocho de la Cuerda fue donde me mandó Cristina. Tras intercambiar pareceres con Paco y afirmarme que no le disgustaba en absoluto me fui mentalizando a la par que ilusionando, era un cortadero en la cuerda de la sierra, como no podía ser de otra manera siendo ese el nombre de la armada. Ya conocéis la poca gracia que le hacen a mi señora este tipo de puestos, con lo que tras confirmar con Paco y Aarón que ellos no se pondrían, sino que desde la casa dirigirían perros y controlarían el discurrir de la montería, decidió quedarse en el cortijo con ellos.
No tardamos mucho en partir hacia la mancha, a unos doce kilómetros al sur de Consuegra se localizaba. El campo duro, las lluvias escasas presentaban una mancha seca con terreno extremadamente áspero, día difícil para los perros. Las rehalas fueron llegando a la junta, nuestros perros hicieron acto de presencia justo cuando salía mi armada. Cristina se encargó de nuestro perrero, Angelillo, conociera a Paco y Aarón. Una cara conocida entre las rehalas y es que Armando Martín de rehalas "El Canto de la Paloma" formaba parte de la plantilla de rehalas que cazaríamos Valdespino.
Poco a poco fueron quedándose puestos hasta que llegamos al número ocho. A medida que había avanzado la armada los puestos fueron más de cortadero puro y duro, perdiendo esa personalidad que poseen un alto porcentaje de los puestos en nuestra sierra de Córdoba. La tela de la finca de al lado, Valdespino es abierta, a un extremo. Al otro, el filo del monte, donde se ubicaba la tirilla de mi puesto. Tras una primera valoración visual del tiradero, un rápido paseo por la malla en busca de algún portillo. Poco escape tenían los guarros por aquella alambrada.
Tras verme con el puesto anterior aguardé a que se colocara el siguiente. Cual fue mi sorpresa cuando me lo vi apoyado sobre la malla y no en el filo del monte, donde debía estar colocado y donde estaba, lógicamente, la tira del puesto. Me acerqué a indicárselo y en seguida me di cuenta de lo que había sucedido. Se trataba de un extranjero poco puesto en monterías. Nadie le había explicado el puesto. Le aclaré donde debía colocarse, razonando con gestos el por qué y donde tenía que dejar llegar la caza para tirarla como es debido.
Con todo aclarado y algo más tranquilo me concentre en mi postura. El resto de las armadas se estaban colocando y con el monte tan seco las reses se sentían nerviosas con sus ruidosos tropeles. Los primeros tiros empezaron a sentirse, reses había. Mi armada había ya tirado en varias ocasiones. Entre el monte y a la altura del vecino del nueve vi correrse varias reses, sin poder distinguir si eran venaos o ciervas. El inicio no podía ser más prometedor.
El nerviosismo de los perros se sentía en la carretera, las rehalas iban camino de sus sueltas. De repente, en mitad de la raya, a la altura del número nueve un venado que se acerca a la tela y empieza a mallear. Increíblemente pasan varios segundos hasta que se percata el vecino y lo tira, fallándolo estrepitosamente a escasos veinte metros. El venao corrió alejándose de mi hasta que finalmente lo veo al otro lado de la alambrada, escapándose así de la quema. Verlo para creerlo.
La suelta no se hizo esperar por fortuna, con esas temperaturas cada minuto que se le ganara a la mañana, sería positivo para el trabajo de los perros. Mancha complicada para los perros estos primeros días. Terreno duro y poca agua, las reses pronto castigarían con dureza el trabajo de las rehalas, viéndose estas perjudicadas y con ello el último tercio de la montería.
El principio realmente me sorprendió. Sentí muchos tiros y las carreras de las reses por el monte, próximas a mi puesto, fueron un ir y venir sin llegar a romper a la raya. Los puestos anteriores al mio si tiraron de lo lindo, eran puestos con algo más de visibilidad dentro del monte y eso les beneficiaba. Los primeros perros punteros empezaban a asomar por el limpio carril de la cuerda.
Se sentían los perreros acercarse por el monte, alguna ladra de marrano me puso en tensión pero la corrida fue para atrás. Las reses no rompían contra la malla. Los cochinos, sin portillo alguno, menos. Las rehalas aun no apretaban como para que los bichos no pensaran y sus corridas no eran tan obligadas como cuando los perros están finos. De nuestros perros ninguno dio la cara por la cuerda, Angelillo había soltado en el sopie y su mano fue bastante más baja.
Quisimos acercarnos a la suelta, nos preocupaba si algún perro estaba herido de la refriega con el guarro y además saber si estaban todos. Cuando cazas tan lejos de la perrera, dejarnos algún perro siempre es algo que nos preocupa bastante. Faltaban un par de ellos pero estaban controlados y afortunadamente no tardaron en llegar a su suelta. La preocupación no solo era nuestra, Paco y Aarón sabían de la distancia hasta nuestra perrera y mostraron interés por saber si estábamos completos, cosa que agradecimos enormemente.
A pesar del calor, el potaje entró. La ágil recogida de las reses nos hizo poder contemplar el plantel final antes de partir hacía Córdoba. Antes de que la tarde cayera y tras despedirnos de Aarón y Paco partimos para casa. Sobre el cemento, una docena de venaos y siete cochinos, entre ellos, el machete de nuestros perros y un buen número de pepas. Un resultado en los números para una mancha como la umbría de Valdespino.
Cristina y yo volvimos con un gran sabor de boca, con la sensación de haber conocido a dos valientes que con afición e ilusión presentan un interesante programa de monterías. Con la impresión de poder contar con esa collera que forman Paco y Aarón para lo que haga falta, son dos bellas personas que nos acogieron con mucho cariño valorando el esfuerzo que supone hoy día tener perros, y deseando que pronto podamos volver a pasar un día de monte con ellos.