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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

viernes, 26 de agosto de 2011

El Maromo (Obejo, Córdoba)


Fue llegar a Córdoba de Puerto del Toro y tomar un refrigerio en El Jaguarcito con Perico y Borland. Allí, intercambiamos impresiones de la jornada y sin apenas tiempo para corresponder a la convidá me despedí para dirigirme hacía La Galería, lugar donde Álvaro Giménez nos había citado para el sorteo de El Maromo. El propósito de anticipar el sorteo a la noche anterior no tenía otra finalidad que facilitar al día siguiente el correcto cierre de la mancha, pues El Maromo es una mancha abierta.

Envelao de la rehala de D. Ramón Mohedano.

Quizás no fuera el lugar más apropiado para sortear. El aforo de La Galería se vio desbordado: monteros, amigos, curiosos y futboleros que estaban viendo allí la maquina (el Barça, para los no peloteros), colmaron la capacidad del local. El caso es que tras esas voces tan monteras avisando del sorteo se dio paso al momento de la verdad: a meter la mano en el montoncito de sobres. Todo caras conocidas, monteros de toda la vida y los aficionados de nuestra charpa. Ninguno quisimos dar la espalda y respondimos a la llamada de Álvaro. Se monteaba a los gastos y la organizaba un buen amigo, sabía que conmigo podía contar para lo que hiciera falta.

Podenco de la rehala de D. Diego García Courtoy.

Mi manita sería la encargada de sacar el puesto, mi padre no apareció por La Galería, y toda la responsabilidad caería en el "buen" hacer de mi zarpa. El número ocho del Granadillo, rezaba en el papelillo del interior del sobre que saqué del montón. “CIERRE”, se podía leer bien claro en el margen derecho del impreso. La hora de la cita matutina del día siguiente dependía de si se iba a cierre o a traviesa: los cierres madrugábamos más, como es lógico.

Nuestro puesto, el número 8 de la armada El Granadillo.

Tras el sorteo y ya en casa, hubo tiempo de cruzar llamadas con Álvaro y demás amigos. Sobre plano no era la zona que más me gustaba pero también era cierto que por allí se podía salir cervuno, cosa que me confirmó Álvaro ya en frío. Se monteaban cuatrocientas hectáreas del total de superficie de esta finca localizada entre los pantanos del Guadalmellato y de San Rafael de Navallana, habiendose mejorado los puestos y quitando los a priori más flojos o cerrados.

Divisa a franjas rojas y blanca, rehala de D. José El Chaleco de Adamuz.

Tenía especial interés en ver trabajar la rehala de D. Ramón Mohedano, cosa que le comenté a Álvaro por si existía alguna posibilidad de colocarla en la suelta que entrará monteando la armada del Granadillo. No dudó en acceder a mi ruego y recolocó las rehalas en las distintas sueltas para que Mohedano y sus famosos corbatos trastearan la margen izquierda del arroyo que daba nombre a mi armada.

Podencos de la rehala de Mohedano.

Temprano partimos mi padre y yo hacia el Asador de Alcolea, desde allí saldríamos los distintos cierres de la mancha. Un café rápido y pronto estábamos enfilando la carretera primero, y el carril después, que tras cruzar una de las colas del pantano de Navallana llevan hasta El Maromo pasando por La Tierna y Choza Redonda. Nuestra armada era el cierre más occidental de la mancha, discurriendo por las inmediaciones del Arroyo del Granadillo y cerrando con el resto de la finca.

Vista del puesto aguas arriba del Arroyo del Granadillo.

Cuando se lleva un número alto en una armada, el camino hasta llegar a tu puesto se hace eterno, y así nos ocurrió en El Maromo: parecía que nunca íbamos a llegar al número ocho de nuestra armada. Por fin el postor nos indicó donde se localizaba nuestra tira, si bien nos advirtió que nos situáramos en la chaparrera que más nos gustara de las que poblaban el llanete donde nos dejo. Rápido cargué el rifle mientras mi padre aparcaba y aguardé su llegada para decidir el lugar más idóneo donde apostarnos.

Frontal del testero que dominábamos en El Maromo.

El puesto se localizaba en la margen derecha del Granadillo, tirando al otro lado del cauce, en un pechete corto con una pendiente considerable poblado de chaparros y acebuches sin apenas monte bajo. Varias vereas bien tomadas se distinguían claramente entre los troncos de la arboleda, cruzando diagonalmente el testero que dominábamos. A nuestra espalda unos limpios quebrados con apenas monte hacían suponer que quizás el cervuno pudiera correr en esa dirección. El arroyo, limpio y sin espesura, se controlaba a la perfección.

Parte derecha del panderete del número 8 del Granadillo.

En los carriles centrales de la mancha se empezaban a ver serpentear las filas de coches de las traviesas. Con mi padre y yo aun decidiendo donde colocar los chismes sentimos un tropel en el corono de nuestro testero, sin duda las traviesas habían levantado alguna res que a prisa buscaba salirse de la mancha. La primera reacción fue petrificarnos con la intención de evitar que los animales detectasen nuestra repentina e incomoda situación. Sin apenas tiempo de reacción, un cordón de reses capitaneado por varias pepas y seguido por un precioso venao, corren diagonalmente por el testero de izquierda a derecha.

Precioso el paisaje en El Maromo.

Nervioso dejo los bártulos que tengo en la mano para centrarme e intentar clarear el macho entre las copas de acebuches y chaparros. De mala forma y habiendo jugado el lance garrafalmente mal por como me cogió la vez, lo fallo como un bellaco tras tirarlo de muy mala manera. Llevábamos apenas diez minutos en el puesto y había fallado, no un venao, sino el venao. Sin duda ese era el por qué de un puesto como el que ocupábamos, impedir que se saliera el cervuno al entrar traviesas y furgonetas en la mancha.

Pronto empezamos a ver los primeros perros.

El cuerpo que se nos quedó os lo podéis imaginar: mi moral por los suelos y mi rostro un poema. El lance no se me quitaba de la cabeza ni se me quita, era un venao precioso, abrochaito y de recia cuerna. ¡Con la ilusión que me hace a mi un venao de esta índole en finca abierta! En fin, con más resignación que otra cosa, y sinceramente con nula esperanza en encauzar el frío y desapacible domingo invernal, aguardamos a que se efectuara la suelta de las rehalas.

Corbato de Mohedano dando cara en nuestra postura.

Pronto teníamos los valientes de Mohedano dando cara en el testero, las voces de D. Ramón se sentían claramente al instante de soltar y sus berrendos finos poblaron las inmediaciones de nuestro puesto. Los primeros disparos sin duda habían sido los míos, pero poco tardaron en sentirse tronar por el resto de la mancha. El cervuno que había aguantado encamao hasta ese instante, saltaba de sus camas gracias a la algarabía de las sueltas.

Punteros de la rehala de D. Ramón Mohedano trasteando el testero.

Cuando los primeros perros de las rehalas de Mohedano (divisa collar verde y goma amarilla) y de D. José El Chaleco de Adamuz (divisa collar a franjas rojas y blancas) asomaron por el Cerro del Romero se vio claramente que allí es donde estaba la chicha. Afortunadamente dominábamos la manos de ambas rehalas desde nuestra situación y, prismáticos en mano, pudimos disfrutar del gran trabajo que realizaron levantando en un primer momento el cervuno y a continuación los marranos, que por cierto salieron a diestro y siniestro.

Preciosa la estampa del berrendo de la imagen.

Que bello espectáculo mostraron las rehalas en El Maromo, sin duda demostraron que estaban en el mejor momento de la temporada y que si encima ayudaba, como ayudó, la meteorología y la bonanza del piso, raro era que no pusieran patas arriba el Cerro del Romero, el Cerro de las Cruces y lo que se les pusiera por delante. El tiroteo revelaba el buen hacer de perros y perreros: habíamos pillado los marranos y eso se apreciaba claramente en lo constante y desperdigado de los disparos.

D. Ramón Mohedano y sus podencos finos realizaron un gran trabajo en El Maromo.

Aquello pintaba bien, el éxito que Álvaro estaba cosechando en su valiente apuesta monteando El Maromo aliviaba ese mal sabor de boca producido por marrar el venao. Vía móvil me mantenía informado con el resto de la charpa, algunos como Manuel Villén y Cristóbal Pérez vibraron de lo lindo cobrándole un par de marranos a los perros de Mohedano. Otros, hasta llegaron a tirar cinco reses, desde luego estaba saliendo todo a pedir de boca.

Manuel Villén y Cristóbal Pérez posan con el resultado de su puesto en El Maromo.

Al llegar a Los Puntales las rehalas volvieron monteando hasta la suelta, algún marrano más salió pero nada comparado con el guirigay que se formo en la ida. Por mucho empeñó que Mohedano puso en mover sacarnos algún marrano en nuestro cerrete de ahí no salió nada y tras volcar y coger dirección a la suelta empezamos a recoger. Yo me acerqué a ver la corrida del venao y mi padre fue guardando rifle y demás chismes. Por supuesto ni rastro de sangre, se fue como entró.

Pepillo Fragonetas de vuelta hacia la suelta.

La puntilla del día al volver al puesto a ayudar a mi padre a llevar los trastos al coche: un marranete había cruzado por el testero cuando acababa de guardar el rifle en la funda. No lo dudé: "Papa, vámonos ya". Vaya manera de guarrear un puesto y tremenda la rachita con la que estaba yo acabando la temporada montera. Desde luego aquello no tenía nombre.

Tremendo el cochino cobrado por Rafa Salinas en El Maromo.

Comida como tal no hubo, únicamente cada uno arrimó su taco al resto y así como amigos y compañeros (que eso somos el grueso de los que allí monteamos) repusimos fuerzas y compartimos los éxitos y sinsabores del día. Pronto llegaron las reses, cobrándose un total de treinta y ocho: nueve venaos y veintinueve marranos, destacando sobremanera el marranaco bronce cobrado por Rafa Salinas. Gran resultado el obtenido en El Maromo, justa la recompensa al sacrificio de Álvaro y la magnífica la labor de las rehalas allí convocadas.

Rafa Salinas y Álvaro Giménez junto al mejor marrano de los cobrados en El Maromo.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Puerto del Toro (Villanueva del Rey, Córdoba)


Tras haberme sido imposible en anteriores ocasiones, no podía, ni por supuesto, quería volver a rechazar la amable y desinteresada invitación de este joven dueño de rehala cordobés y sobretodo buen amigo. D. Enrique Garnica me había llamado ya en múltiples ocasiones para que entrara monteando junto a sus magníficos atravesaos en alguna de las monterías de renombre en la que cada temporada son requeridos sus perros para montear. Prácticamente siempre me había coincidido con alguna otra mancha y me había sido imposible asistir.

Hierro y divisa de la rehala propiedad de D. Enrique Garnica.

El día que Quique me avisó para Puerto del Toro afortunadamente no tenía comprometida la fecha y la remarqué bien en el calendario para ese 22 de Enero de 2011 no fallarlé. A Garnica le iba a ser imposible asistir a la montería por lo que yo tendría que ponerme de acuerdo con su perrero, Manolín Centella para cargar los perros y salir hacía la mancha. Gran afición la que posee Manolín por el perro de rehala y magnifico el trabajo realizado en tan poco tiempo al frente de esta joven rehala cordobesa.

Atravesao de la rehala de Garnica.

En el año 2007, hace solo cuatro años, D. Enrique Garnica se lió la manta a la cabeza y comenzó su aventura como dueño de rehala. Partiendo de la compra de la rehala propiedad de D. Rafael González de Puente Génave, provincia de Jaén, y con el innegable refuerzo de perros procedentes de la rehala de D. Gonzalo Morenés, se sientan las bases de esta rehala conformada en un amplio número por atravesaos de unas hechuras serias y una pinta sensacional. Tras varias temporadas con El Nene Calderón como perrero, cosa que aun se observa en la estampa de alguno de los perros que constituyen la rehala, Manolín Centella toma las riendas como perrero de los de Garnica.

Manolín Centella soltando los elegidos para montear en Puerto del Toro.

La localización de las perreras cambia, trasladándose de la finca El Hornillo, en las faldas de la sierra de Córdoba, a su actual localización en la finca La Mesa, en la salida de Córdoba por la carretera de Badajoz. Y desde allí precisamente fue desde donde partimos el día de marras, antes una breve presentación por parte de Manolín y de su compañero de fatigas El Canijo, de los valientes que allí tienen su morada. Es digna de ver la planta que poseen muchos de estos atravesaos: grandes y con esas características barbas tan imponentes. Deseando estaba de verlos ya funcionar.

Preciosa la facha del urraco de la rehala de Garnica.

Después de parar en el surtidor de El Vacar, tomamos sin prisa dirección a Villanueva del Rey para a continuación, por la carretera que une el pueblo con Las Erillas, acceder al camino de acceso a Puerto el Toro. En un pequeño apartado del carril, guardas y demás rehalas aguardaban junto a la candela el aviso para salir hacia las sueltas. El frio reinante y lo despejado del cielo daban un aspecto realmente añejo a aquella junta de perros. Afortunadamente allí estuvimos el tiempo justo de saludar, preparar la ropa de monte y repartirnos las sueltas, al instante íbamos camino de la mancha.

Instantes previos a la suelta, de fondo el cortijo de Puerto del Toro.

Al paso por el cortijo de Puerto del Toro, tomamos dirección poniente hacia el Arroyo del Manzano para vadearlo a duras penas y a continuación repechar unos metros y llegar a nuestra suelta. Pegados a la tela y en un quebrado cortafuegos era el lugar elegido para la suelta de las cinco rehalas que conformaban nuestra suelta. Además de la rehala de D. Enrique Garnica (divisa a franjas rojas y negras), soltarían las rehalas propiedad de D. Juan Pedro Peral (divisa collar rojo y goma amarilla), de D. José María Madueño (divisa blanca sobre fondo celeste), de D. Manuel Cabrera y D. F. J. Sequera (divisa blanca sobre fondo azulón y goma verde) y la preciosa rehala de urracos propiedad de D. Juan Hermán.

Expectante aguarda el valiente de la rehala de Madueño en el carretón.

Tras unas breves explicaciones por parte de los guías llegó el momento de repartirse la mano, Madueño, Sequera y nosotros iríamos a la mano alta. La suelta era inminente y el nerviosismo se palpaba dentro y fuera de los furgones. Escalonadamente y de forma ordenada, dando tiempo entre rehala y rehala, se fueron abriendo los portones. El espectáculo producido por tal algarabía fue de una belleza tremenda, las carreras alocadas de los perros en dirección a la mancha ofrecieron una imagen de las que difícilmente salen de la retina de un buen aficionado.

Bella y siempre espectacular: la suelta.

Las primeras reses corrían hacia los llanos, una collera de buenos venaos paso por delante de la suelta con los perros tras ellos latiéndolos, mostrando así una estampa muy montera. Se monteaba a cochinos, muflones y pepas, siendo el verdadero aliciente de la mancha los marranos y es que había muchas esperanzas puestas en los de la vista baja. Al instante de soltar los del hierro con la "F" y la "G" en el costillar, Manolín y El Canijo se quedaron solos, únicamente cuatro cachorros que pisaban la sierra por primera vez olisqueaban los alrededores de sus zahones. Blancos y con unas hechuras muy prometedoras estos cuatro cachorros con pocos meses debutaban en Puerto el Toro.

Suelta de la rehala Cabrera/Sequera.

La mano no era muy larga, permitiendo montear despacio y escuchando el trabajo de los perros. Los más largos iban moviendo el cervuno sintiéndose en el latir delantero de los atravesaos de Garnica. Los más constantes iban siguiendo bien la mano y encargándose de poner patas arriba el monte en busca de los marranos, así fue como levantaron los primeros cochinos al entrar en lo más apretado del bonito laderón de chaparros y alcornoques por el que discurrió en un primer momento nuestra mano. Que espectáculo ver moverse el monte mientras se arremolinan el resto de perros que ciegos acuden a la llamada del valiente compañero que ha dado con la cama.

Imponentes las vista de la finca desde la mano alta.

Las continuas y necesarias paradas en la mano debidas a lo corto de la misma ayudan mucho a permitir que los perros trabajen como deben, sin prisas, dejándoles hacer y permitiendo que trasteen cada roalillo de monte que encuentran a su paso. De esta forma es como salen los cochinos, con tesón y con mucha paciencia. El celestial ruido de los disparos reinaba en la mancha y animaba a perros y perreros a continuar con su trabajo pues estaban saliendo bichos y era por su buen hacer poniendo patas arriba el monte.

Manolín junto a un par de cachorros dejando trabajar a sus valientes.

Algún cachorro se quedo atrás y volvió sobre sus pasaos hacia la furgoneta, el resto era curioso e interesante verlos a nuestro alrededor (el resto de cachorros, porque los demás iban cazando perfectamente su mano y sin apenas dar la cara cerca de Manolín), unos seguían atentos los pasos de algún veterano para volverse cuando se alejaban demasiado, otro hasta se atrevió a latir al sentir al resto de la rehala hacerlo. En definitiva una nueva experiencia la que viví al acompañar a estos futuros figuras de la rehala de Garnica.

Preciosas las hechuras del atravesao berrendo de la rehala de Garnica.

Una segunda parte de la mano transcurría por una zona de pinar en terrazas con poco monte, de ellas salió algún venao de categoría y una piara de muflones, marranos se movieron pocos en el final de la mano. Lo divertido y emocionante aun estaba por llegar, y fue cuando íbamos ya de vuelta hacia la suelta. Justo a la volcá del puesto que ocupaban Vicente Marín hijo y Javi Almirón donde nos dimos la vuelta, allí charlamos un rato con ellos y nos comentaron lo mucho que se estaban divirtiendo con los cochinos.

Manolín animando a sus valientes en el transcurrir de su mano.

Terminando estábamos las terrazas de pinos cuando de repente desde un alto y dominando el puesto que ocupaba la familia Alcaide Roda, con El Cuco a la cabeza, los valientes de Garnica levantan un marrano que persiguen y laten de forma espectacular. En el puesto, los Alcaide no consiguen clarearlo y es un pariente suyo, D. Rafael Alcaide Gil quien jugando bien el lance lo hiere, siendo al instante cogido por los atravesaos de divisa a franjas rojas y negras. Rápido acudimos al agarre y El Canijo, entrando decidido y valiente, lo remata a cuchillo consumando un lance precioso. El cochino se trata de un tremendo macho con unas navajas preciosas, la cara del Rafa El Buitre al verlo lo decía todo. ¡Anda que no es chorrero el tío!

El Canijo rematando a cuchillo el marrano.

Después de llamar perros y organizarnos tras el desconcierto que siempre produce el acudir a un agarre, continuamos con nuestra mano. Pocos metros llevábamos andados cuando una nueva ladra levanta otro cochino, en esta ocasión se vuelve hacia atrás tomando de nuevo dirección al puesto de El Buitre. No os podéis hacer una idea que lance más bonito. Manolín, El Canijo y yo le fuimos cantando el marrano hasta que el grueso de la rehala se lo metió en el puesto latiéndolo y acosándolo de forma espectacular. En un claro consiguió meterlo en el visor y así lo pudo tirar, llegando al instante los de Garnica a agarrarlo. Manolín sin dudarlo me animó a que acudiera al remate y sin pensarlo apreté la carrera y acudí a finalizar aquel inolvidable lance. El Buitre, lógicamente, no cabía dentro de tanta ropa de abrigo como llevaba.

Rafa Alcaide El Buitre posando sonriente con uno de los dos marranos que le mató a los perros de Garnica.

La vuelta de la mano iba llegando ya a su fin, los perros seguían monteando abiertos y cubriendo ejemplarmente su mano. Desde luego da gusto ver trabajar bien a una rehala, la de Garnica lo iba haciendo y así me lo corroboraron en el cortijo más de un montero que los vio en su quehacer en el monte. Los coches de los monteros se sentían ya carrilear tomando dirección hacía el cortijo, alguno se paro en la suelta a saludar y preguntar cómo había transcurrido el día. Por los comentarios la jornada había ido de maravilla y los marranos habían dado la cara en los puestos. El buen trabajo de los perros había dado su fruto y los bichos habían salido de sus encames.

Llegando ya a los camiones, la montería ha finalizado.

Faltaba aun algún valiente por llegar a la furgoneta, no muchos pero alguno quedaba por aparecer. El Moro llegó con un navajazo en el cuello, afortunadamente nada grave, que gracias a la habilidad de Manolín y de El Canijo, y con la ayuda de un buen compañero como lo es Madueño consiguieron realizarle una primera cura al herido de guerra, evitando así males mayores. Al llegar a la perrera se atendería como es debido para que lo antes posible pueda volver a montear con el resto de miembros de la rehala.

El Moro llegó herido a la furgoneta y hubo que hacerle una primera cura.

Pronto estábamos completos, cosa rara según me comentaba Manolín, y es que siempre había algún perro que tardaba en volver pero por suerte en Puerto el Toro llegamos temprano al cortijo, templando así el cuerpo con un rico puchero en los cocherones de la entrada. Como si de un chorreo se tratará fueron apareciendo el resto de rehalas que con mayor o menor facilidad habían ido recogiendo sus valientes. Muchos lances que comentar y mil anécdotas que contar, el éxito del día estaba cantado.

Manolín llamando perros en Puerto del Toro: aun faltaba alguno por llegar.

Sin descuidar mucho el furgón nos acercamos a la junta de carnes, las reses recogidas con gran velocidad se mostraban en perfecto orden en la explanada dispuesta para ello. Una primera fila de cochinos con grandes navajas presidia el bello tapete que conformaba el triunfante resultado del día. Los comentarios y las caras sonrientes de los monteros denotaban que la mancha había cumplido con creces y los marranos habían hecho disfrutar a los allí presentes.

Espectacular el tapete de reses cobradas en Puerto el Toro.

Desde aquí dar la más sincera enhorabuena a mi amigo Quique por esa gran rehala que con empeño está conformando, agradecerle tanto a él como a Manolín y a El Canijo el gran día que me hicieron pasar en Puerto el Toro y animarlos a que no cesen en ese afán de mejora que bien advierto que les quita el sueño. Con esa afición y esa dedicación es difícil que no consigan tarde o temprano sus metas, que aun sabiendo que son complicadas y costosas, su tesón y su amor por el perro de rehala conseguirán que más pronto que tarde se vean consumadas.

La recogida no se alargó y pronto estábamos completos.

En todos los estamentos de nuestra montería hace falta refresco, savia nueva que venga con ganas, con ilusión, con afición y sin feos vicios. Ese renuevo lo constituyen gente como D. Enrique Garnica o como Manolín Centella, que entrando fuerte en este mundo son capaces de renovar un gremio como el de la rehala al que, como en todo gremio, es necesario y deseado que con fuerzas vayan saliendo nuevos componentes. En mi opinión la competencia sana siempre será favorable en todo ámbito y en el del mundo de la rehala es necesaria y sería beneficiosa.

Magnífica la facha de los atravesaos de Garnica y mejor aun su trasteo en el monte.

martes, 2 de agosto de 2011

El Veneruelo (Obejo, Córdoba)


La cosa era no quedarse en casa el domingo, y menos con ese saborcillo rancio que produce fallar un marrano el día de antes. La temporada iba menguando y eso se notaba ya en los corrillos que inevitablemente formamos los aficionados en las barras y puertas de las tascas frecuentadas por los que nos apasiona la venatoria. Es inevitable que en todo círculo de amigos monteros reluzca el que presume, y con razón la mayoría de la veces, de la gran temporada que esta consumando, el que desencantado le va viniendo largo el achuchón de Enero-Febrero o el que en Navidad suele firmar la sentencia del curso montero. Así podría enumerar un sin fin de personajes típicos dentro de todo grupo que se junta cada jueves o viernes para a echar un cervezón y desconectar de tanta oficina y tanto papel.

La junta se celebró en el restaurante Santa Elisa de Villaharta.

Manuel Villén y yo somos de los guerreros, de los que poco nos importa el nombre de la mancha o el pelaje que allí nos podamos encontrar. A él porque con la memoria que tiene difícil que recuerde ni donde monteó la semana anterior, a un servidor porque en absoluto le gusta especular en este sentido y allá donde le llamen, allá que va dispuesto a disfrutar de los perros y si se pone un marrano a tiro mejor que mejor. Así fue como la noche de antes, sin pensárnoslo lo más mínimo y refrescando el buche en el ventanón de Angelito, decidimos ir a El Veneruelo.

Instantes previos al sorteo.

La junta era en el restaurante Santa Elisa, en la entrada de Villaharta. Sin que hiciera falta madrugar, puntual pasaba a recoger a Manuel en la puerta de su casa. Aquello pilla a un paseo y según nos habían comentado, el llegar puntuales no debía preocuparnos en absoluto, había poca seriedad en este sentido. Yo, que soy incapaz de aguantar en la cama los días de montería, a las ocho en punto ya tenía el coche cargado y en menos de media hora estábamos tomando café en la barra del lugar anteriormente citado.

Atravesao de la rehala Los Torilejos.

Un buen plato de migas y algún que otro churrito mojado en café nos ayudaron a coger fuerzas. La tradición es la tradición y cuesta una barbaridad no meterle mano a unas migas en una junta montera. Pocas caras conocidas, únicamente algún dueño de rehala como D. Pedro Mohedano y D. Juan Gómez, el resto de la tropa un variopinto grupo de aficionados, imagino que miembros de alguna peña de la zona.

Detalle de los collares y goma de la rehala Dany de Obejo.

Con lo temprano que habíamos llegado ya nos iba viniendo largo el desayuno e impacientes entrabamos y salíamos de aquel comedor estudiantil donde se había organizado la junta de El Veneruelo. Finalmente se procedió al inicio del sorteo. Un comienzo con mucha clase, y es que la voz de mando de aquella mesa llena de postores dispuestos a rellenar la lista de miembros de su armada, puesto en pie y con palabra firme indicó que comenzarían a sortear los puestos de las rehalas en consideración por su insustituible labor y trabajo para el disfrute de los demás monteros que ocuparíamos los puestos. Ahí quedó eso tan auténtico y desgraciadamente tan en desuso.

El hijo de D. Juan Gómez sacando su puesto en El Veneruelo.

La suerte nos mando al número 2 de la armada Tormentas, nombre que hacía mención al apodo del que sería nuestro postor. Pronto nos interesamos por conocerlo y así tenernos controlados mutuamente. Verdaderamente en manchas así lo único que me preocupa es saber si toca andar, no por nada en especial pues me encanta andar, sino por tener preparados los trastos y aligerar el zurrón echando únicamente lo imprescindible. Y si, efectivamente nos tocaba andar. La armada se montaba de atrás adelante, razón por la cual nos colocaríamos los penúltimos.

El número 2 de la armada Tormentas, nuestro puesto en El Veneruelo.

La salida de las armadas fue complicada, raro es que no se quedara ningún despistado atrás y poco faltó para que fuéramos Manuel y yo pues nos liamos a charlar, el que suscribe con Juan Francisco, perrero e hijo de Juanillo, y mi compañero con Mohedano. De esta manera, cuando acordamos el Tormentas andaba ya camino de la mancha sin mucha preocupación de que le faltará algún miembro de su armada: él a lo suyo.

Perros de la rehala de D. Pedro Mohedano.

Aquel día se puede decir que el término municipal de Obejo era una montería en sí. Quien dice una montería dice una feria porque con los malos recuerdos que voy coleccionando de las manchas de la zona se puede decir que allí en Obejo cada montería es una feria, y siento generalizar pero será consecuencia de mis múltiples y malas experiencias obejeñas. En aquella zona es común que los cotos estén formados por manchas de varios propietarios, cada cual organiza su montería pero dentro todo del mismo coto, dando lugar a lo más parecido a una romería, con todo el respeto del mundo a las romerías. En El Veneruelo no fue menos y lo que allí vivimos fue una auténtica verbena.

Autorización presente en el sobre del puesto.

La Umbría del Cura también se echaba y algún manchón más lindero, entiendo miembro del mismo coto. Lo dicho, la sierra de peregrinación. La carretera parecía un rally de coches para arriba y para abajo, las furgonetas de rehalas se veían amontonadas en distintos puntos de la sierra, cada uno perteneciente a un manchón, y en cada venta de los alrededores topabas con una junta. En fin, que no entiendo como aquello no estaba más controlado por parte de los que deben controlar estas cosas, que entiendo que alguien será.

Lateral de la furgoneta de la rehala Los Torilejos.

Después de atravesar un buen trecho de olivar de sierra y dejar atrás un sin fin de coches sospechosamente aparcados en cada roalillo, llegamos al lugar donde debíamos dejar los coches. Se trataba de un alto desde el cual saldríamos a pie dos armadas en dirección a nuestros cierres. Las voces del Tormentas iban acompañadas de los continuos traspiés provocados por un inseguro recorrido hasta dar con las tiras que iban marcando los puestos. Las miradas que intercambiábamos Manuel y yo cada vez que dejábamos atrás una postura tenían un claro significado: menos mal que el puesto en el que se ha quedado ese señor no era el nuestro.

En El Veneruelo nos tocó andar.

Los puestos eran para verlos. Lo gracioso fue la de veces que el postor tuvo que lidiar con la siguiente pregunta: ¿Y aquí donde tiro? Si no se lo preguntamos cada puesto de la armada no se lo preguntamos ninguno, y es que cuando llegamos al puesto inconscientemente tuve que interrogarle. A Manuel le salía una media sonrisa de resignación que era digna de retratar, la mía debía ser todo un poema.

Instante en el que nos separamos las dos armadas que se montaron a la par.

Viendo el percal, fui a ver donde se quedaba el postor, porque por supuesto iba a puesto. También fue en busca del número 1 de la armada donde nos ubicábamos para que no hubiese duda de nuestra posición. En ello estaba cuando un par de señores con sus escopetones se colocaron tras nosotros en un regajo, sin dudarlo fui a preguntarles donde iban. Eran invitados de la propiedad de la finca lindera y ese era su puesto. Mientras me esmeraba en indicarles perfectamente cuál era mi puesto, aparece una fila de coches. Se trataba de la armada de cierre de esa finca lindera que iba a armarse espalda con espalda a nuestra armada, la del Tormentas, la nuestra. Lo de espalda con espalda era increíblemente literal.

Vistas de la Umbría del Cura desde El Veneruelo.

Aquello me parecía y me sigue pareciendo surrealista. A todo esto en la mancha habían salido varias reses de esas que no se debían tirar, digo debían porque su carrera fue bien animada a base de tiros, y es que salieron de delante mía y viví el lance de primera mano. Avisado el Seprona, se lava las manos. Por un lado muy comprensiblemente pues estas cosas han de solucionarse entre los propietarios de las fincas que lindan, por otro lado siempre me quedará la duda de saber que estarían haciendo que les costaría tanto acercarse a mediar e intentar que algo así no vaya a mayores.

Fino el podenco de la rehala Dany de Obejo.

Finalmente conseguimos que den la cara los dos propietarios de las fincas tras las maleducadas voces de nuestro postor y la insistencia de los monteros allí presentes por intentar darle solución a aquel disparate. Tampoco se ponen muy de acuerdo en cuanto a lindes e hitos. Mientras, por medio de la socorrida emisora intento que no se suelte, explicándole a Mohedano y a Juan Francisco, que son los únicos con los que puedo comunicarme, en el embrollo que nos encontramos inmersos media armada. Poco puedo hacer, únicamente retrasar su suelta unos instantes pues las demás sueltas ya se habían efectuado.

Manuel siguiendo el trabajo de los perros en la Umbría del Cura.

Situación dantesca cuanto menos que acaba con Manuel y conmigo en el puesto de la propiedad de la mancha que yo monteaba (por cierto, ni pajolera idea del regajo donde acabaron los dos que ocupaban el citado puesto), al resto pareció importarles poco quedarse espalda con espalda con el vecino de mancha: tremendo. A todo esto los perros monteando mientras nos mostraban el puesto, cuál fue nuestra mala suerte que justo en ese instante una ladra en el costero que dominamos nos mete un marrano encima que nos es imposible tirar pues aun tenemos, Manuel y yo, los rifles enfundados. Eso sí, los señores que estaban mostrándonos el que había sido su puesto hasta ese momento, lo tiran y lo fallan en nuestras narices para perplejidad de Manuel y mía.

Espaldas de nuestro puesto tras la reubicación.

El día estaba echado y no eran ni las doce y media de la mañana, afortunadamente las magnificas vistas que teníamos de la Umbría del Cura nos permitió disfrutar del trabajo de las rehalas que allí monteaban, que por sacar reses hasta latieron y corrieron unos novillos que andaban allí sueltos, las que monteaban nuestra parte no volverían por sus pasos sino que recogerían por otra zona que nos veíamos. En la margen opuesta del Guadalbarbo sentimos bastantes tiros, en nuestro manchón de apenas 60 ha poco más salió, alguna ladra lejana pero verdaderamente poca chicha había allí y lo que había se encargaron de guarrearlo en nuestras mismísimas narices.

Los atravesaos de D. Rafael Espejo El Orejas monteando la mancha colindante, trastearon brillantemente nuestras inmediaciones.

Ni el taco consiguió que se nos olvidara el disgusto que teníamos encima, vaya desencanto el que nos dio El Veneruelo y aun quedaba la puntilla. Eran ya cerca de las tres y media de la tarde pero por nuestro puesto no había aparecido nadie a recogernos y el silencio se iba apoderando del campo. Extrañados aguardamos allí un buen rato más porque no se puede decir que hubiésemos llegado con el coche hasta el mismo puesto sino todo lo contrario y después de una encrucijada de vereas que ni el mismo postor se aclaraba lo lógico era que nos recogiese, pues nada. Todavía podíamos estar allí esperando al Tormentas porque por allí no apareció nadie ni se sintió voz alguna.

Atento en todo momento al cerrete que dominábamos.

Recogimos y despacito fuimos en busca de los coches, que gracias a Dios encontramos porque la caminata hasta ellos fue tremenda. Antes de llegar a la junta nos paramos a charlar de nuevo con los perreros que confirmaron nuestra sensación: el día había sido bastante flojito tirando a flojo. Lo primero antes de sentarnos a comer fue comentarle al mal denominado postor el buen rato que estuvimos esperándolo y el despliegue de medios de orientación que tuvimos que desarrollar para dar con los coches, a decir verdad con nuestro coche, pues el resto llevarían un buen rato aparcados en la puerta del bar.

Mohedano camino de su suelta de recogida.

En fin, un desastre con mayúsculas. Del resultado poco os puedo hablar, por allí hablaban de uno o ninguno pero como si hubiesen sido tropecientos, aquello fue un auténtico despropósito que no se debe intentar justificar de ninguna manera. Lo que más rabia me da es lo desangelado que se queda uno después de días así, afortunadamente son los menos a lo largo de toda una temporada montera. La parada luego en El Vacar con los hermanos Mohedano ayudó a calmar los ánimos tan encrespados después de un día así.

La sonrisa de resignación de Manuel, más pendiente de la montería vecina, lo dice todo.