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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Torreárboles (Córdoba, Córdoba)


José Miguel Sánchez, El Anchoa, me aviso con bastante tiempo de antelación. Tenía previsto echarla a final de temporada y así me lo hizo saber a principios de Enero, por aquellas fechas José Miguel andaba inmerso en la organización de Los Bonales y estuvimos charlando en varias ocasiones hasta que finalmente me confirmó la fecha del manchón de Torreárboles. Pocos puestos, gente conocida, buen plantel de rehalas y muy cerquita de Córdoba, si además se ven pistas, que según me comentó, se veían, imposible que faltara.

Mucha solera la de la Venta Torreárboles.

Dudo que algún aficionado no haya oído hablar de Torrearboles, o mejor dicho, no haya leído nada acerca de esta mancha situada a un salto de Cerro Muriano. Muchas de las aventuras, anécdotas o trastadas reseñadas en los relatos del gran Mariano Aguayo transcurren en las quebradas de la citada mancha. Concretamente, lo que se echo fue el pegote de monte encuadrado entre las moteras curvas de la antigua carretera del Muriano, el nuevo trazado de la N-432 y la ermita de Santa María de los Pinares, al mediodía de la finca Villa Alicia.

Plano del manchón de Torreárboles.

El Anchoa nos citó en el restaurante Los Pinares, justo en la rotonda que hay antes de entrar en Cerro Muriano. Previamente paré en El Jaguarcito para tomar café y recoger a Sergio Sánchez Castañer y unos amigos de fuera de Córdoba que también venían a Torreárboles. Sin mucha demora y tras unas breves palabras a modo explicativo por parte de José Miguel, se dio comienzo al sorteo de las veintiséis posturas, repartidas en seis armadas, con las que se cerraría la mancha.

La junta se celebró en el restaurante Los Pinares de Cerro Muriano.

Si alguien sabe de la importancia de unos buenos perros para sacar los marranos y meterlos en los puestos, ese es El Anchoa. Para menear la mancha contó con seis rehalas cordobesas, concretamente las rehalas propiedad de D. Santiago del Moral, de D. Antonio Peña, de D. Diego García Courtoy, de D. Antonio Salado y las dos rehalas de D. Manuel Pérez, la segunda de ellas de reciente debut en el monte por aquel entonces. Se harían dos sueltas, una en la misma ermita de Santa María de los Pinares y la otra frente a la antigua Venta Torreárboles, al otro lado de la carretera.

Preciosa la pinta del urraco de la rehala de D. Manuel Pérez.

No había en quien escudarse, mi manita sería la responsable del éxito o fracaso de la jornada montera. Hablando con Mariano Aguayo y con su hijo Fernando andaba cuando me llamaron a la mesa del sorteo, el número cinco de la Traviesa de la Alcubilla. Busqué apoyo en algún comentario o guiño de José Miguel pero poca respuesta encontré, cosa que no me animó. Al tranquilizarse el personal y tras el rezo buscaría al mítico Julio Sojo, que andaba por allí, a ver qué información le podía sonsacar sobre mi puesto.

La tarjeta del puesto era un plano de la mancha marcando la postura en cuestión.

Las referencias no fueron malas, era un puesto nuevo "made in El Anchoa", cosa que no me incomodaba sino más bien todo lo contrario. Aunque mi armada era la Traviesa de la Alcubilla, debería ponerme con el cierre del Barranco Santa Sofía, así me ahorraba una buena caminata. Aun así, y siguiendo las indicaciones del postor del nombrado cierre desde el ensanche de la carretera frente a la Venta Torreárboles, tuve que repechar un cerrete con pocas vereas y bastante engorroso de andar.

José Carlos Caballero sorteando en Torreárboles.

El día, meteorológicamente hablando, tenía vistas de ser sensacional. Un cielo raso y un esplendido sol lucían desde el momento que salieron las armadas. No sin esfuerzo conseguí llegar a la cinta que marcaba mi puesto, el número cinco de la Traviesa de la Alcubilla. El puesto consistía en el arranque de un amplio regajo, casi en lo alto de un cerrete que se iba cerrando, a la par que estrechando, a medida que iba disminuyendo la cota dirección al Arroyo del Helechar, zona está mucho más sucia y que apenas controlaba. Las vistas eran preciosas y afortunadamente podría disfrutar con el trabajo de los perros.

Número cinco de la Traviesa de la Alcubilla.

No tardaron en llegar las tres rehalas que soltarían en mis proximidades, concretamente en ese pequeño ensanche de la carretera. Las furgonetas debían entrar aculadas por un antiguo camino en semi estado de abandono para así alejarse lo más posible de la peligrosa carretera. Se trataban de las rehalas de D. Antonio Salado, de D. Diego Gª Courtoy y una de las de D. Manuel Pérez. Pendiente estaba de las maniobras de las furgonetas cuando entreveo que un lechonato corre paralelo a mi postura. Con la duda de tirarlo o dejarlo pasar, me encaro el rifle y lo aguardo en un clarete por el que, según el viaje que lleva el marrano, debe de pasar. Con la cruz puesta en ese ligero hueco entre las jaras permanezco hasta que aparece, instante que decido apretar el gatillo. El animal desaparece y apenas siento ruido alguno, ni negativo de huida, ni positivo de acierto.

Miguel Ángel, Bernardino, Prosineski, Pepillo Fragonetas, Manolo Pérez e hijo: gente del mundillo del perro.

No las tenía todas conmigo y al rato me llama Sergio, que estaba viendo la montería desde un alto con su tío José Miguel, y le explico el lance transmitiéndole mis malas sensaciones respecto a un victorioso desenlace del lance con el primalón. En la parte baja del regajo, Pepillo Fragonetas, perrero de Gª Courtoy, Rafael, perrero de Salado y Miguel Ángel Prosineski, perrero de Manolo Pérez, intercambian impresiones y discrepaban sobre la peligrosidad de soltar tan próximos a la carretera.

Detalle de la furgoneta de la rehala de D. Antonio Salado.

El continuo transito de coches y sobre todo de motos por esos tramos de carretera tan próximos a la mancha es un peligro, ya no para los perros sino para las personas que van en los vehículos, podrían sufrir un fatal accidente al intentar esquivar algún perro en medio de la vía. Todo ello provoca que esta suelta se retrase considerablemente, el cruce de llamadas entre perreros, patrones y El Anchoa se salda con la decisión de soltar aun habiendo pasado ya más de hora y media del horario de suelta previsto.

Podenco berrendo de la rehala de García Courtoy.

Desde mi puesto consigo seguir las manos de las otras rehalas, con ayuda de los prismáticos y gracias a mi estratégica posición, disfruto viendo el trabajo de los berrendos de collar y collarín de la cencerra morada de D. Antonio Peña, así como los podencos y atravesaos con collar a franjas rojigualdas de D. Santiago del Moral. El magnífico trabajo que están realizando estas dos rehalas se ve reflejado en el tiroteo que despiertan a su paso. Los marranos van saliendo y aunque la distancia evita que pueda disfrutar lo que quisiera con las carreras de los perros, la algarabía de tiros, latidos y agarres provocan que me divierta de lo lindo.

Vista del flanco derecho del número cinco de la Traviesa de la Alcubilla.

Mis inmediaciones son terreno de la mano que debe llevar Rafael el de Salado, los punteros con la A y la S en el costillar pronto dan cara en mi puesto, al momento Rafael corona el cerrete y me saluda cariñosamente. Intercambiamos opinión sobre el enredo acaecido en la suelta y le animo a proseguir con su labor. Casi al instante de apretar en la mesetilla del alto del cerrete, los perros de esta rehala oriunda de Hornachuelos, dan con un marrano. La fuerza de toda la rehala, fresca por lo cercano de su suelta, aprietan y laten al cochino, el cual consigo ver pero que por la situación de los perros en torno al marrano decido no tirar. Al poco siento los tiros del cierre del Barranco Santa Sofía, buen trabajo el de los valientes de Salado.

Rafael, perrero de Salado, dando cara en mi puesto de Torreárboles.

El trasteo de los perros por mi puesto me confirma que efectivamente había errado el lechonato con todas las de la ley. Y si, creedme, se trataba de un lechonato y no de la típica artimaña para quitarle hierro al fallo y auto convencerme de que había sido un error sin importancia. El tiroteo era constante, los marranos es sabido que se llevan muchos tiros, pero en mi caso la música de los disparos estaba superando las expectativas con las que yo había asistido a Torreárboles.

Bonita pinta la del podenco envelao de la rehala de D. Antonio Salado.

A medida que fue avanzando la mañana la algarabía y los tiros fueron disminuyendo, en la mano lejana de los perros del Peña y de Santi del Moral algún lance mas tuve la suerte de disfrutar, la verdad que en cuanto a visibilidad el puesto era divertido. Alguna ladra provocó que los marranos cruzaran la mismísima carretera con los perros apretándoles, habría que ver la cara que se le quedaría a algún conductor cuando viera tal espectáculo desde el interior de su coche.

Detalle de la furgoneta de la rehala propiedad de D. Santiago del Moral.

La vuelta de los perros tuvo poca historia, el duro trabajo de las rehalas se había realizado de forma ejemplar, si bien lo largo de las manos fue comentado por los perreros al terminar la jornada. De sobra es sabido que El Anchoa acostumbra a planear manos bastante largas, en Torreárboles no fue menos. El paso cansado y llamando perros de Prosineski, perrero de Manolo Pérez, por mi postura, denotaba que llevaba una dura jornada en sus piernas. Eso sí, a su paso por mi puesto y como de costumbre, una contagiosa sonrisa de oreja a oreja, como si no se hubiera pegado un pechugón como el que llevaba entre pecho y espalda. Buen tío Prosineski.

Urraco de la rehala propiedad de D. Manuel Pérez.

Al sentir que llegaban al camión empecé a recoger, antes ya me había acercado a ver si había rastro del dichoso lechonato. Allí no había ni sangre ni ná, el enésimo marrano que fallo esta aciaga temporada y las consecuencias de tal reincidencia no hicieron sino taladrar una moral que andaba ya tocada por mi funesto curso venatorio. Aun quedaba un fin de semana para montear pero créanme que ya me estaba viniendo larguilla la cosa, tanto guarreo de puestos acaba damnificando la ilusión montera.

Desde mi puesto en Torreárboles vi mucha montería.

La comida fue en el mismo lugar que la junta, allí fuimos llegando y contando cada uno su batallita, gracias a Dios muchos prefirieron volver a sus casas a comer y no tuve por qué dar muchas explicaciones a tanto bromista como había en aquella reunión de amigos. Por lo que escuché, no fui el único que estuvo fallón y es que ya se sabe que los marranos tienen su miga. Los comentarios eran positivos, algunos como Enrique Jiménez se divirtió de lo lindo cobrando varios marranos, su cara, más sonriente aun que de costumbre, lo demostraba.

Fernanda Fdez. de Cordova charlando con Bernardino.

Antes de recoger las reses volví para Córdoba, era domingo y al día siguiente vuelta a la cruda realidad de la oficina y los expedientes. Ciertamente la mancha cumplió, se cobrarían en torno a los quince marranos y hablo de memoria pues como digo me marché sin esperar la llegada de los marranos. Gran resultado el cosechado por El Anchoa, un catedrático de los de la vista baja, como gusta llamarlos a él.

Vista de la antigua Venta Torreárboles.

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