Uno, lo piensa muy a menudo, y más echando la vista atrás mientras alimenta este blog. Que duro fue el inicio, que duro es descolgar el teléfono y pedir esa oportunidad, más aun, mientras mayor amistad o mayor confianza hay con quien está al otro lado del aparato. Había que lanzarse al ruedo y moverse, presentarse, y al menos, anunciar el paso que habíamos dado Cristina y yo. Así, quien entiende esta filosofía, la nuestra, y la comparte, pueda aportar un grano de arena, si lo desea, en la ilusión de unos locos como nosotros. Para unos añejos y bohemios de los perros como nosotros, esto es lo que más nos ha costado, pero con amigos y buenos aficionados a la montería, poco a poco, Cristina y yo, hemos ido haciendo camino. Desde luego, nadie nos mintió, no hubo quien nos dijera que sería fácil, y en efecto, no lo ha sido.
Monteábamos La Mulera, una gran desconocida para muchos de los que estábamos allí. Para quienes nos gusta el campo, conocer una mancha nueva es todo un aliciente y La Mulera no lo sería menos. El sorteo se celebró días antes en el Club Hípico de Córdoba, con el fin de intentar organizar el cierre de la mancha en condiciones y además evitar grandes madrugones a quien salía desde Córdoba el mismo día de la montería y le había tocado en traviesa. Los perros debían estar, también temprano, en la báscula del pueblo, Valdecaballeros, desde donde partirían en bloque hacía la mancha.
Desde que Rafa, el Yepas, mi postor aquel día, me dejó en el puesto, Cristina se quedó trabajando con el portátil en el hostal, hasta que finalmente se produjo la suelta, pasó mucho más rato del previsto y con el calor cada vez más presente. La armada que me tocó, La Zarza, era el sopié de la mancha. La mancha, orientada a solana, de suave pendiente por delante de mí y con un largo llano, salpicado de chaparros, a mis espaldas. El número 7 lucía en la tablilla sobre un solitario lentisco, bastante retirado del monte. El grueso de la mancha, aunque muy distante, lo dominaba.
Desde que empezaron a entrar armadas, con los gemelos pude ver menearse las reses. Principalmente ciervas y algunos muflones, que los había si, corrieron por las bajeras de la mancha, pero muy retirados de mi postura. Un cúmulo de situaciones provocó que la suelta se produjera muchísimo más tarde de lo previsto, y los perjudicados los de siempre, perros y perreros. La suelta muy tarde, el calor apretaba de lo lindo cuando vi llegar las furgonetas a sus sueltas. Los nuestros, soltarían por frente mía, pero pronto entrarían en el monte y solo una inmensa y desagradable nube de polvo me fue delatando su discurrir.
Duro es poco, muy poco de hecho. Dos, tres carreras a lo sumo y el cazar de los perros pegó un lógico bajonazo. Muchas papeletas para que ocurriera algo así: suelta tarde, primer día de caza para los perros, mancha dura de monte y ensolanada, y poca presencia de agua para que se pudieran refrescar los perros. Demasiado hicieron perros y perreros, pues hubo carreras y tiros, muy repartidos estos por toda la mancha.
Mi armada tiró, hubo algunos puestos retranqueados hacía la mancha, que fueron los que más aportaron al tapete final. En mi esquinazo, junto a una repoblación joven de pinos, únicamente corrieron ciervas que buscaban la huida hacía la Sierra de la Zarza, por cierto una de ellas, la llevaba nuestro Flamenco y este, fue el mejor recuerdo que me traje de La Mulera. Cierto es que además vi un venao que se coló entre el cinco y el seis de mi armada y dio pie a algún divertido chascarrillo con los que ocuparon estas posturas. Entretenido estuve durante toda la mañana, la verdad.
Con las rehalas llegando a las sueltas y como es de esperar con esas temperaturas, deseando de refrescarse en el camión y con, prácticamente la mayoría de los perros entregados junto a los perreros me recogió Rafa el Yepas, mi postor. En un carrito, bastante incomodo, fue recogiendo toda la armada y nos llevó donde habíamos dejado los coches. Sin pararme mucho, intenté contactar con Angelillo, le faltaba precisamente el Flamenco, que además lo volví a ver en mi ruta subido en el remolque del Yepas. No tardó en llegarle y pronto pudo llegar a descargar a la perrera y que los animales descansaran de un día tan desagradable para montear como lo fue el día de nuestro debut en La Mulera.
Recogí a Cristina en el hostal sin pasar por la junta y rumbo, a buen ritmo, para Córdoba. Ya tendríamos tiempo de hablar con Ponchi y Rafa, agradecerles el que hubieran contado con nuestros perros para su inicio de temporada, y que además nos detallaran el resultado obtenido en La Mulera, que finalmente fue de quince reses sin contar las hembras. Por delante, aun nos quedaba la boda de mi tía, y al día siguiente, importante madrugón, cazábamos en Toledo, cerca de Los Navalucillos, y eso está a un paseíto de nuestra casa.
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