Domingo, cabeza visible de la S.C. de Guadalmez y dueño de rehala, contó con nosotros para cazar un par de días, el primero fue en la mancha La Umbría de la Sierra de los Baldíos de Peñalobar, más conocidos como Los Baldíos de Guadalmez. Mancha de sierra, dura y espesa. Un laderón orientado al norte, apretado de monte y dispuesto con rayas, cuerda y sopié para cazarse.
Mi puesto, como no podía ser de otra manera, en una raya. La mano de Cristina me mandó al número 1 de las Traviesa 12+1. Sobran comentarios de lo que me entró por el cuerpo cuando vi ese número en la tarjeta del puesto. Desde primera hora tenía asumido que Cristina no me acompañaría, se quedaría en el cortijo donde luego nos reuniríamos para la merienda. Si hay algo que no soporte, eso son las rayas, cortafuegos, caminos o cortaderos. No quiere ni oír hablar de ellos.
Tras coger la carretera, por llamarla de alguna manera, que une Guadalmez con Capilla y Peñalsordo, y bordear la Sierra de la Moraleja y la de Los Baldíos accedimos al carril que da acceso a la umbría de estas sierras. El carril atravesaba varias rayas, que fuimos dejando atrás, hasta que llegamos a la nuestra. Mi puesto, en número 1, era el más bajo, el más próximo al sopié. El postor me alertó que estuviera muy atento a los pelados que tenía por debajo pues otros años han tirado allí algún venao.
La suelta no se hizo esperar, gracias a Dios. Iba a ser un día de calor, y todo lo que se pudieran adelantar los tiempos siempre iría en beneficio de todo, principalmente de los perros. Las voces de Angelillo se sentían a mi espalda y según me comentó mi postor, Gonzalo, nuestra raya era el choque de las rehalas de dos sueltas. Puesto sucio y difícil, los cochinos andarían más altos, si acaso algo de cervuno podría romper por allí.
Los primeros tiros empezaron a sentirse, las reses se estaban moviendo al poco de soltar. Las ladras se escuchaban pero duraban poco, se cortaban. Los marranos estaban ganándole la partida a los perros. Pocos días de caza aun, mucho calor y mancha favorable para su defensa. Los guarros no rompían en las rayas, tenían tiempo para pensar por la falta de acoso y se estaban zafando en el monte del peligro de los puestos.
Por la mal nombrada traviesa que ocupaba, solo cruzaron pepas. La caza se concentró más próxima a la cuerda, que fue donde se sintieron más disparos. El esperado choque de las rehalas se produjo sin nada que destacar. Cristina aguardaba impaciente en el cortijo, la cobertura era escasa y deseosa estaba saber si había habido suerte. Una voz del postor desde el camino, levantó la parte baja de la raya y recogimos de momento.
Llegué al lugar de la merienda y efectivamente, Cristina nerviosa por no saber de mi, me aguardaba. Picamos algo rápido, nos interesamos por saber donde se localizaba nuestra suelta y allá que fuimos en su busca. Angelillo había llegado hacía poco, faltaban un par de perros que no tardaron en llegar. Fuimos de nuevo a la junta de carnes para despedirnos de Domingo y coger carretera hacía Córdoba. En el plantel aun faltaban reses por llegar pero un bonito venao sobresalía del resto. Un venao de verdad, de sierra, de lo abierto.