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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

jueves, 11 de octubre de 2018

Sierra, monte y rayas en estado puro: Los Baldíos

Hacer nuestros perros a los cochinos, y sobre todo el acostumbrarlos a cazar en todo tipo de terrenos, es algo que siempre hemos tenido muy claro. Llevarlos a manchas duras, espesas de monte y complicadas de piso, donde se hicieran bregando con los guarros era, y es, nuestra obsesión. Realmente hay un par de realidades que nunca hemos querido ocultar. La primera, muy en mi filosofía, era que nuestro grueso va a ser cazar en abierto y la segunda, que a una rehala la engrandecen o la hunden una buena mancha de cochinos, que es donde al final coge nombre, o lo pierde, una rehala de perros.

Escudo de la S. C. de Guadalmez (Cuidad Real)

Domingo, cabeza visible de la S.C. de Guadalmez y dueño de rehala, contó con nosotros para cazar un par de días, el primero fue en la mancha La Umbría de la Sierra de los Baldíos de Peñalobar, más conocidos como Los Baldíos de Guadalmez. Mancha de sierra, dura y espesa. Un laderón orientado al norte, apretado de monte y dispuesto con rayas, cuerda y sopié para cazarse.

Domingo, presidente de la S.C. de Guadalmez, organizando el sorteo. 

Las migas, el rezo, las protocolarias indicaciones, un sencillo sorteo y en marcha. La organización de la salida de las armadas entre las calles de Guadalmez se fraguó rápido. Angelillo no tardó en llegar, se lo presenté a Domingo, y como de costumbre, le pedí, que en medida de lo posible, me lo echará para así poder ver cazar nuestros perros.

Un buen venao presidía el sorteo de la primera mancha de la S.C. de Guadalmez.

Mi puesto, como no podía ser de otra manera, en una raya. La mano de Cristina me mandó al número 1 de las Traviesa 12+1. Sobran comentarios de lo que me entró por el cuerpo cuando vi ese número en la tarjeta del puesto. Desde primera hora tenía asumido que Cristina no me acompañaría, se quedaría en el cortijo donde luego nos reuniríamos para la merienda. Si hay algo que no soporte, eso son las rayas, cortafuegos, caminos o cortaderos. No quiere ni oír hablar de ellos.

El número 1 de la Traviesa 12+1, mi puesto de aquel día. 

Tras coger la carretera, por llamarla de alguna manera, que une Guadalmez con Capilla y Peñalsordo, y bordear la Sierra de la Moraleja y la de Los Baldíos accedimos al carril que da acceso a la umbría de estas sierras. El carril atravesaba varias rayas, que fuimos dejando atrás, hasta que llegamos a la nuestra. Mi puesto, en número 1, era el más bajo, el más próximo al sopié. El postor me alertó que estuviera muy atento a los pelados que tenía por debajo pues otros años han tirado allí algún venao.

Localización de la mancha que cazamos. 

La suelta no se hizo esperar, gracias a Dios. Iba a ser un día de calor, y todo lo que se pudieran adelantar los tiempos siempre iría en beneficio de todo, principalmente de los perros. Las voces de Angelillo se sentían a mi espalda y según me comentó mi postor, Gonzalo, nuestra raya era el choque de las rehalas de dos sueltas. Puesto sucio y difícil, los cochinos andarían más altos, si acaso algo de cervuno podría romper por allí.

Vista hacia el sopié desde el número 1 de la Traviesa 12+1. 

Los primeros tiros empezaron a sentirse, las reses se estaban moviendo al poco de soltar. Las ladras se escuchaban pero duraban poco, se cortaban. Los marranos estaban ganándole la partida a los perros. Pocos días de caza aun, mucho calor y mancha favorable para su defensa. Los guarros no rompían en las rayas, tenían tiempo para pensar por la falta de acoso y se estaban zafando en el monte del peligro de los puestos.

Vista desde mi puesto hacia la sierra. 

Por la mal nombrada traviesa que ocupaba, solo cruzaron pepas. La caza se concentró más próxima a la cuerda, que fue donde se sintieron más disparos. El esperado choque de las rehalas se produjo sin nada que destacar. Cristina aguardaba impaciente en el cortijo, la cobertura era escasa y deseosa estaba saber si había habido suerte. Una voz del postor desde el camino, levantó la parte baja de la raya y recogimos de momento.

Al pasar los perros, nos cambiamos a lado opuesto de la raya. No mejoró mucho la cosa. 

Llegué al lugar de la merienda y efectivamente, Cristina nerviosa por no saber de mi, me aguardaba. Picamos algo rápido, nos interesamos por saber donde se localizaba nuestra suelta y allá que fuimos en su busca. Angelillo había llegado hacía poco, faltaban un par de perros que no tardaron en llegar. Fuimos de nuevo a la junta de carnes para despedirnos de Domingo y coger carretera hacía Córdoba. En el plantel aun faltaban reses por llegar pero un bonito venao sobresalía del resto. Un venao de verdad, de sierra, de lo abierto.

Cristina, con la Sierra de los Baldíos de fondo. 

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