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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Aire añejo en la Cañada del Gamo

Fuente Obejuna, pueblo localizado en el norte de la provincia de Córdoba, no tiene ni una, ni dos, ni tres aldeas, tiene la friolera de catorce. El laberinto de sus carreteras, siempre son una prueba de fuego cuando se montea por allí. Cada cual tiene su opinión al decantarse por donde llegar mejor. Si por tal sitio es el camino más recto, si por tal otro es menos complicado, lo que nunca falla es, que no hay día que alguno de los más despistados o confiados se pierda y llegue tarde a la junta.

La junta en la misma aldea de la Cañada del Gamo. 

Hay fincas, manchas, zonas o simplemente ambientes que rezuman aires añejos, aquel día se desprendía ese aroma montero tan añorado por los románticos, como un servidor, de esto. Serían las caras, todas conocidas, de los allí presentes, el cariz de la montería o quizás esa bocanada de ilusión por recordar lo que fue, lo que me hizo sentir cierta emoción ante varios aspectos de aquella reunión. Muchos desconocidos hoy día, otros olvidados y algunos dejados perder.

El previo a la salida de las armadas, ilusión y nervios.

Una armada que cierra de madrugada, con las primeras claras del día. Sin ni siquiera aparecer por la junta, ni probar las migas ni el aguardiente. Por supuesto mucha gente joven, cargada de afición y ganas, era la que poblaba el cierre. Una aldea, la Cañada del Gamo, viviendo uno de sus días grandes, allí el que no iba a cazar, entraba de guía, hacía de postor, recogía reses, preparaba el potaje o simplemente vigilaba en su zahúrda que ningún perros se picará con los ibérico. Total, toda una aldea paralizada de su quehacer diario por una montería que la siente muy suya.

Joaquín Vadillo y Francisco Soriano, dueños de rehala, charlan en la junta. 

Sabiendo que la mancha esta cerrada desde temprano, los que vamos llegando al desayuno, sin prisas y sin el madrugón de los valientes, saludamos y comentamos. Gente conocida, gente de campo, aficionados de Córdoba o de la zona y compañeros del gremio de los perros. Reparto de puestos, con su consiguiente explicación personal, como es la postura y el por qué de mandarnos a cada uno a tal o cual. Cosas que se pierden.

Corrillos comentando puestos e intercambiando pareceres mientras salen las armadas. 

Sentido rezo y ya estaban las armadas desfilando. Las primeras rehalas empezaban a llegar, los furgones se apartaban antes de llegar, no queriendo interrumpir la salida del personal. Incluso la benemérita hizo acto de presencia, hasta eso se echa ya de menos por las mañanas antes de montear.

Mi puesto, el número 2 de la armada El Guineo.

Partí hacía la armada del Guineo y Angelillo aun no había llegado. Varios dueños de rehala en la armada, y mi lectura siempre, y más en días así, en positivo. Zona cochinera, puestos difíciles, para aficionados, y hay que poner a gente que este puesta, ágil y fina. Exacto, el postor me vino a decir que si había marranos en el manchón de mi espalda, y otro apretón que quedaba a mi izquierda, podía divertirme.

Perspectiva de la mancha desde la armada del Guineo. 

Los perros de Luis Giménez, que por cierto lo tenía de vecino en el puesto de al lado, dirigidos por Adolfo, su perrero, serían los que cazarían aquella mano y los que tendrían la labor de trastear aquellas apreturas de monte. Unas vistas amplias de la mancha a cazar me tuvieron entretenido toda la mañana, tiros se sintieron bastantes en aquellas quebradas aliviadas de monte y tan ricas de chaparros pero por el número 2 del Guineo hubo poco meneo.
Hierro y divisa de la rehala Navaobejo, propiedad de Luis Giménez.

De vuelta en la aldea, las caras agotadas de algunos delataban quienes habían sido los madrugadores, que por cierto habían tirado bastante. Algunos marranos se habían escapado aun poniéndose las armadas, pero realmente, eramos pocos los que no habíamos tenido la fortuna de haber disfrutado de algún lance. El potaje de rigor me supo a gloria en una reunión con tanto sabor.

Mi puesto, el número 2 de la armada del Guineo. 

Me acerqué temprano a la suelta,  Angelillo estaba tardando en aparecer por la Cañada del Gamo y el resto de perreros iban asomando por allí chorreados. Faltaba una perra, debía haberse quedado cortada con alguna de las telas que se fue encontrando en su mano. Estando allí llamando, uno de los arrieros nos comentó que la había visto y pronto pudimos recogerla.

Una de las aldeas de Fuente Obejuna, Cañada del Gamo.

Fueron más venaos que marranos lo que se presentó en la junta de carnes, mostrándose más de uno bastante bonito. En total cerca de una veintena entre unos y otros. El regusto que dejan días así, a pesar de no haber tenido suerte en lo individual, ayudan a refrescarnos el por qué de que la montería, como toda la vida, entre amigos y en abierto, sea algo único.

Las primeras reses en llegar a la junta de carnes.

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