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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

viernes, 11 de febrero de 2011

El Orive (Córdoba, Córdoba)

No tuvimos ni que madrugar, así da gusto. La junta en El Jaguarcito a las nueve, con lo que recogiendo a Manuel a las menos cinco estábamos más que de sobra pidiéndole un café y media de zurrapa a Rafalín, allí junto al surtidor de la Carrera del Caballo.

Junta de El Orive.

La idea de montear esta mancha, ciertamente me atraía. Son esos cerretes apretadísimos de monte que se ven a mano izquierda según se va uno alejando de la capital cordobesa dirección Badajoz. Pinta tiene la mejor de mundo, aunque cada fin de semana aquello es una feria. Entre los del perol dominguero, los de las bicis de montaña, los de las ruidosas motos o los andarines de las setas, los espárragos y demás historias, cuesta creer que aquellos cogollotes apretaos de monte consigan aguantar a los marranos.

Preparando el sorteo de los puestos.

La mesa del sorteo se improvisó en el techadillo que da cara al surtidor, sin mucha parafernalia, únicamente un folio con la lista escrita a mano y un puñao de papelillos revueltos en una mascotilla con solera basto, para en menos que canta un gallo ,estar enfilando los coches dirección a la mancha. La suerte nos mandó al Arroyo Ventillas, al número 7. Pocas referencias entre los conocidos, únicamente que nos tocaba andar.

El sorteo fue sencillo y rápido.

La situación de atravesar Córdoba para ir en busca de la carretera de Los Villares y dejar los coches en la misma ermita de Santo Domingo, cuanto menos era singular. No pudimos contenernos y más de una carcajada se nos escapó cuando nos veíamos en la pasando por casa de algún amigo. Desde luego estas cosas solo pasan en Córdoba.

Unos simples papelillos y una lista bastaron para sortear.

Años hacia que no iba yo por Santo Domingo. Quien me iba a decir a mí que iba a estar monteando por aquellos lares y no de romería, que cosas. Con el tiempo justo de apretarnos zahones y cargarnos de trastos, nos dispusimos a seguir los pasos del postor. El postor era digno de una de las meticulosas descripciones de aquel conocido detective británico de finales del S. XIX, pues se trataba de un personaje auténtico. Desprendía solera por los cuatros costados y tenía pinta de conocerse aquellas vereas como la palma de su mano, que alegría da encontrarse con tipos así y cuanto se aprende de ellos.

Nuestro postor repasando las lista de la armada.

Los susurros de los primeros pasos fueron acabándose a medida que las cuestas se acentuaban. Todavía no se había quedado el primer puesto de la armada, y más de uno jadeaba que daba gusto. Mientras, el postor a su ritmo, tranquilo y sin dudar lo más mínimo la verea a seguir. Lo dicho: de los que ya no quedan.

La niebla nos acompañó durante la primera parte del camino a los puestos.

Las primeras posturas se fueron quedando, discurriendo todas ellas en la margen izquierda del Arroyo Ventillas y tirando al otro lado del arroyo. Desde luego cada puesto era una pintura, abiertos y con amplios testeros como tiraderos que hicieron resoplar a más de uno de los que llevaban su escopetón del 12. Peligro ninguno, espaciados unos de otros y aprovechando el serpenteo del arroyuelo para colocar las tablillas de las ocho posturas que constituían la armada.

Sin prisa pero sin pausa, enfilamos la verea que nos llevo al cauce del Arroyo Ventillas.

Después de casi una hora y media -sí, una hora y media- dimos vista a nuestra tablilla. El paseo había merecido la pena pues el puesto era precioso. Solo quedaba el postor por ponerse, amablemente nos aclaró que llevaba escopeta y que si veíamos correr un marrano fuera de su tiradero no dudáramos en animarle la carrera con el rifle pues él no lo tiraría por las limitaciones de su vieja paralela.

A medida que fuimos bajando pudimos disfrutar de la belleza del lugar.

El día pintaba bien, entre claros y nubes pero con poca pinta de mojarnos, y eso después de la mojá del día anterior en Arroyo Molino se agradecía. Prismáticos en mano localicé algún que otro puesto, que situado en los altos, tendría la misión de cerrar la mancha. Tranquilos y prestos a disfrutar de la montería nos concentramos en nuestro amplio y largo tiradero ilusionados con el hecho de que al menos podríamos deleitarnos viendo trabajar los perros, pues el puesto lo permitiría.

Tremendo el panderón del número 7 del Arroyo Ventillas.

Sin sentir aun el ruido de los perros, de repente cuatro marranos en fila van tomando las de Villadiego por todo lo alto del pecho que dominamos. Son de los conocidos como motoristas, que ligeros se intentan salir de la mancha y aprovechan lo espeso de los altos para su seguridad. Nervioso animó a Manuel a que ayudado de su horquilla intente hacer puntería pues estaban lejos de verdad. Sin variar su viaje prosiguen a la misma marcha sin cambiar la verea. Demasiado lejos y demasiado listos mi compañero y yo pensando que los haríamos rebajarse con los tiros.

Manuel, a pesar de ayudarse de su horquilla, no consiguió hacer puntería en ninguno de los marranos.

No sentimos tiro alguno y por el camino que llevaba su huida esos se saldrían de la mancha sin que nadie los pudiera volver a tirar. Nos podíamos dar con un canto en los dientes, y es que ver cuatro marranos en El Orive no reza en el currículum montero de cualquiera. Parece mentira que se encamen tan cerca de Córdoba y con el traqueteo que tiene esa zona de la sierra tan frecuentada por senderistas y domingueros.

El ruido del Ventillas y el amplio testero exigían estar muy atento.

Aun estábamos asimilando el lance cuando por el mismo sitio aparecen otros dos marranos. Uno de ellos haciendo mucho mas bulto, el otro mas rubiete y con hechuras de primalón. El mayor acusa el tiro provocando que varíe su carrera, bajando directo hacia el arroyo, en ese momento descubrimos que lleva el tiro delantero, en la misma boca para ser exactos.

Fue Manuel, el que me alertó que dos marranos que venian por los mismos pasos que los anteriores.

Aguantando estábamos para dejarlo cumplir y poder rematarlo cuando sentimos los tiros del puesto anterior sobre nuestro marrano. La indignación con la que se lo reprochamos nos salió de alma, y es que hay cosas que no llegare nunca a comprender, el ansia que aflora a muchos con un rifle en las manos. Lo rematamos -muy bien rematado por cierto- y volvemos a reprochar a los vecinos su fea manera de actuar.

Un par de podencos fueron los primeros en marcarnos el punto exacto donde cayó el marrano.

Al tiempo, y es que ya han pasado unos meses desde aquello, reflexionando quiero pensar que en puestos de testero tan amplios y con tanta vista no solo es culpa del vecino, sino que un servidor también tiene su parte de culpa pues no me hubiera costado nada en absoluto haberme acercado a su puesto después de ver el mío y aclarar donde empieza el tiradero de uno y donde el del otro. En fin, la próxima vez no me volverá a ocurrir, y por mucho que tenga que andar me acercaré a dejar claro estos detalles e incluso animaré al vecino a acompañarme a ver mí puesto con el fin de evitar estos incidentes tan desagradables.

En testeros tan amplios pueden pasar cosas asi, pero el lance se debe respetar.

Con el primer marrano de la temporada patas arriba y deseosos de sentir alguna ladra que animara la cosa, vimos aparecer los primeros perros por lo apretado del cerro que dominamos. Con ayuda de los prismáticos identifico sus divisas. Perros de dos rehalas del Muriano, sobradamente conocidas y de las que se ven por algunas ferias exponiendo sus canes. El espectáculo que vimos Manuel y yo fue de vergüenza. Tanto fue que no me pude aguantar y les reproche su actitud monteando. Que poca profesionalidad, que falta de compromiso, que poca casta, en fin que me cogí un mosqueo de padre y muy señor mío.

Lamentable la imagen de las dos rehalas que nos tocó ver pasearse por nuestro puesto.

No dejaban que un perro se separará más de cincuenta metros de sus zahones, a más de trescientos metros del final de su mano se dieron la vuelta, eso sí, porque le dijimos que quedaba mancha por dar qué sino ni nos montean a los tres últimos puestos de la armada, y para colmo quejándose de la mano tan larga. Sin comentarios.

Pocas palabras hacen falta que acompañen a estas imágenes.

Una piara más de marranos corrieron por nuestra espalda, en ella por lo que nos contaron, iba uno bastante grande, pero no llegamos a verlos. El día estaba echado, y muy bien que lo habíamos aprovechado porque tiros se sintieron pocos más y cobrarse se cobrarían no más de cincos marranos. El nuestro creo que fue el capitán general, siendo un navajero al que desgraciadamente le fastidiamos el trofeo, solo una navaja pudimos aprovechar para el recuerdo de El Orive.

Foto para el recuerdo con el marrano de El Orive.

El camino de vuelta a los coches fue tremebundo, otra hora y media de camino y un cuestón de los que sacan las higadillas, pero que quieren que les diga, a mi me gusta andar en las monterías. Unas ricas habichuelas nos ayudaron a reponer fuerzas en compañía de D. Ramón Mohedano, al que le comunicamos lo mucho que nos hubiera gustado ver trabajar a sus podencos finos en vez del mal sabor de boca que nos provocaron las dos rehalas (por llamarlas de alguna manera) que nos "montearon".

Fino y envelao el podenco de la rehala de D. Ramón Mohedano.

Parece mentira que el día que echamos en las mismas faldas de la sierra de Córdoba, prácticamente junto a los chalets, llegando a ver hasta seis marranos. Lo privilegiados que somos los cordobeses y lo poco que lo valoramos, y es que las facilidades y la oportunidades que nos ofrece nuestra sierra son difíciles de comparar.

En compañia de Manuel posando junto a nuestro cochino de El Orive.

martes, 1 de febrero de 2011

Dehesa Arroyo Molino (Montoro, Córdoba)

Mis primeros tiros a los zorzales fueron en esta finca, los recuerdo como si fuera hoy mismo. Éramos aun unos chavales con pocos tiros a nuestras espaldas y pasar un fin de semana solos pudiendo cazandanguear por esta bonita finca era estar en el mismo cielo. La escopeta ni la llevaba, nos íbamos turnando una a ver si conseguíamos cobrar alguno.

Mesa del sorteo en Dehesa Arroyo Molino.

Desde aquel entonces ha llovido mucho, han pasado muchos años, y son muchas las veces que la familia Lenzano Grande ha contando con mi padre y conmigo para montear en su casa, en Arroyo Molino. Tremendo es el aliciente y la ilusión que nos hace volver cada año pues siempre recordamos el marranaco que cobró mi padre en un descaste de ciervas, cuando yo empezaba a pegar mis primeros sustos a las reses.

Podenco de la rehala de D. Antonio Ángel Marín.

El día amaneció encapotado, las previsiones daban agua para media mañana y no tenían pinta de que fueran a fallar. La carpa montada para resguardarnos fue el sitio donde se realizó el sorteo, mandándonos la suerte al número 2 de Raso Botija. Sobre el papel no pintaba mal y las referencias que nos dieron fueron ilusionantes.

Detalle de la furgoneta de la rehala "Barranco Hondo"

Después de preparar el cuerpo con unas buenas migas y calentarnos en la candela, momento del rezo. Poco iban a tardar en salir las armadas y mejor estar ya puestos antes de que arrancara a llover, que siempre es más incómodo montar las armadas cuando ya ha empezado a caer el agua. Mi amigo Julio, el menor de la familia Lenzano, iba al puesto siguiente al nuestro y cuando vio donde nos quedamos nos animo: Este puesto siempre tira algún cochino.

Durante el rezo en Dehesa Arroyo Molino.

Tras echar una visual al 2 de Raso Botija, no me pareció a mí el puesto más idóneo para que nos entrara un marrano, pero en fin, había que darle un voto de confianza al bueno de Julio. Se situaba en una hoyita amplia y suave, rodeada de pinos clareados no hace muchos meses. A nuestra espalda una mayor pendiente coronaba en un pegote de monte bastante sucio. El vigor de las chaparreras que salteaban entre los pinos alegraba la vista, y es que se agradece que se mire por los quercus. Si se movían reses sería un puesto divertido, pero sinceramente no era el tipo de puesto que más me gusta.

Mi padre, atento al flanco derecho de nuestra postura.

La lluvia no tardó en hacer acto de presencia, confirmando las previsiones horarias, y antes de soltar tuvimos que sacar la ropa de agua. Los primeros perros empezaron a dar cara por nuestro tiradero, era podencos finos con goma amarilla y collar verde: los de D. Ramón Mohedano. Alegres y con buenas maneras trastearon el poco monte que teníamos a nuestro alrededor, levantando algo de cervuno que no llegamos a ver.

Parejos y de buena estampa, los podencos finos de la rehala de D. Ramón Mohedano.

Por la mano baja los atravesaos de D. Antonio Urbano apretaban a las pepas que daba gusto, que buena facha tienen los de divisa a franjas naranjas y negras con collarín de la cencerra naranja. Los tiros se sentían y las carreras de las reses eran un ir y venir. Nada relevante, mucha cierva y algún venao de poca entidad.

Podencos de Mohedano dando cara a nuestra postura.

El ruido de la lluvia sobre el paraguas evitaban que sintiéramos como deberíamos y el hecho de ser un puesto tan amplio provocaba que nos faltaran ojos para tener controlado tanta posible corrida de los bichos. Fue una vez ya traspuestos los perros cuando mi padre me puso en alerta: ¡El cochino, el cochino! Efectivamente, por nuestra espalda y cerca del viso, un marranote tomaba dirección contraria a los perros.

El marrano corrió por la espalda del puesto.

Nervioso y descolocado por la sorpresa y el no haberme percatado (solo tengo dos ojos), intento buscar un hueco entre los chaparros que tapaban la carrera del animal. Tres tiros precipitados, de abajo arriba y sinceramente, con poca fe, estropean el lance y provocan que el segundo marrano de la temporada se vaya. El mosqueo no hace falta que lo explique, pero la sangre me hervía.

Pepe Sartén, que fuera perrero de Cadenas, entró acompañando a la rehala de Urbano.

Si al final Julio tenía razón, y en ese puesto, por mucho que me costara creérmelo, se tiraban cochinos. Alguna cierva mas cruzó por la vaguada de nuestra derecha, pero la vuelta de los perros tuvo poca historia. Poco tardamos en recoger bártulos e ir en busca del puchero, el día había sido frío y por mucha ropa de agua que se lleve, uno siempre acaba mojándose.

Poco tardaron en llegar los primeros carritos cargados de reses.

Los hubo con bastante suerte, entre ellos Julio, que cobró un parejo catorce puntas, Ricardo, su padre, se hizo con el mejor venao de la montería y Fernando Carmona estuvo fino echando abajo cuatro marranos. Prácticamente los cuarenta puestos tiraron, cobrándose cincuenta reses, de ellas treinta fueron venados de una bonita media, y una primera fila destacada. Es de destacar el buen resultado de marranos y es que no fue el día más propicio, sino que me lo cuenten a mí.

Julio Lenzano posando con su venao.

Lástima que la climatología no acompañara pues el plantel final merecía un mejor broche final, a pesar de todo, las caras de satisfacción y los corrillos alrededor de los buenos trofeos, confirmaron un nuevo éxito de la familia Lenzano Grande en Dehesa Arroyo Molino.

Guapas monteras posando con uno de los venaos cobrados en Dehesa Arroyo Molino.