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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Amigos y buenos aficionados en El Hoyo

Aquella llamada no se nos olvidará nunca, ni a Cristina ni a mi. Eduardo López nos pedía los perros para echar Los Domarcos y El Sauzal. La fecha prevista, un viernes de principio de temporada. Por supuesto, el que se acordara de nosotros y nuestros perros nos hizo mucha ilusión. Cristina y yo estábamos de luna de miel, concretamente en Viena, y afinando más, nos encontrábamos poniendo patas arriba una armería de la capital austriaca. Eduardo, además, me adelantó que se había liado la manta a la cabeza, y tras comprar perros por un lado y otro, esa temporada comenzaba su andadura como dueño de rehala. Otra bocanada de juventud y frescor para este gremio.

Cristina en la puerta de la armería Joh. Springer´s Erben de Viena.

Los Domarcos y El Sauzal son dos manchas que en la Córdoba montera, junto a alguna otra, se las conocen como las de El Hoyo, por estar localizadas junto a la aldea que lleva ese nombre, de Fuente Obejuna. A la derecha de la carretera que une El Hoyo con Fuente Obejuna, y dentro de la Sierra de los Santos, se encuentran ambas manchas, al otro la de la carretera La Garganta. Fincas y manchas en la memoria de muchos monteros cordobeses que de la mano de la peña "El Corner", y su capitán Rafa Prado, hicieron de esa sierra protagonista de muchas jornadas, lances y trofeos memorables.

La junta se celebró en los llanos del Mariscal.

Zona nada fácil, ganadera ante todo, y expuesta a muchos condicionantes que solo los que la han trabajado temporada tras temporada saben lo que se suda allí un buen resultado. Raro era una junta de carnes en la que no se presentase un buen verraco o un venao de los que nos emociona a los que sabemos valorarlo. Un servidor, no había tenido la oportunidad de cazarla en ninguna ocasión y como conocedor de lo detallado antes, ilusionado iba a más no poder con alguna sorpresa de esas que siempre han justificado montear en El Hoyo.

En la junta, pendientes de las instrucciones pertinentes. 

Cristina, con todo el dolor de su corazón, se quedo en tierra. Sus obligaciones laborales le imposibilitaron venir. Realmente se quedó con muchas ganas de venir pues no dudaba que la plantilla que convocaría Eduardo sería de las que gusta encontrarse en estos días de monte y perros: buenos aficionados y buenas rehalas.

Rafa Prado, actuó como capitán de montería y se encargó de dar las instrucciones. 

Temprana fue la reunión, era principio de temporada. Lo que se pueda adelantar es beneficio para todos, pero más para los perros que con las altas temperaturas agradecen soltar lo antes posible. Unas migas rápidas en el llano del Mariscal, un rezo, las instrucciones por parte de Rafa Prado, actuando como capitán de montería, y a organizar rápidamente el cierre de la mancha. Las primeras armadas comenzaban a desfilar, la mía, el cierre de El Santo marchaba la primera.

Tarjeta de mi puesto en Los Domarcos y El Sauzal.

El número 3, mi puesto, era en el sopie de la sierra, cerrando la huida, mayormente del cervuno, hacía La Garganta, que era lo que tras la carretera, quedaba a mi espalda. El filo del monte quedaba a unos cien metros de mi tablilla. Entre lo espeso y yo, un áspero barbecho de encinas. Iba a ser difícil que algún marrano se saliera por allí. Eso si, reses, no dudaba que rebozarían por allí.

Vista de la parte derecha del número 3 de la armada El Santo.

El serpenteo de armadas hacía sus puestos y de furgonetas hacía sus sueltas fue ligero. Rápido se montó la mancha y en seguida se soltó, antes ya se habían sentido tiros. Alguna carrera de cervuno sentí del filo del monte hacía dentro, las copas de los chaparros me hacían imposible ver que era lo que corría en aquellos tropeles. Las furgonetas no tardaron en abrir sus puertas.

Parte izquierda de mi puesto en Los Domarcos y El Sauzal.

Pronto asomaron los primeros perros por aquel sopie, podencos con collar negro y tiras amarillas de Perico Carrasco. El Yiyo, su perrero, tiraba de ellos con sus voces hacía el monte pero las primeras reses corrían monte abajo y se los llevaban tras ellas. A mi espalda, la armada del Oleoducto se sentía tirar, y con ello finalizar con estas carreras, permitiendo que los perros volvieran a su mano. Ciervas y algún vareto fue lo que asomó por aquel puesto número 3 del cierre de El Santo.

Hierro y divisa de la rehala de Perico Carrasco.

Una ladra de cochino sentí por delante mía, como era de esperar la corrida del marrano fue por el monte, buscando las apretauras de la falda del Cerro de los Santos, que por allí fue donde se sintieron los tiros que acompañaron aquella carrera. Los perros poco a poco se fueron apagando, ya no solo por el castigo de estos primeros días tan duros sino también por haber sacado lo que albergaba la mancha.

Podencos de Perico Carrasco dando cara en el número 3 de la armada El Santo.

Con el sol en todo lo alto fuimos reuniéndonos en la nave donde sería la merienda y junto a la cual fueron llegando la reses. Angelillo no tardó en recoger y tras informarme de que todo estaba en orden, prefirió marchar para la perrera para así descargar los perros y que descansaran en condiciones. Son varios días seguidos, con altas temperaturas y falta de forma, por lo que todos los cuidados son pocos en estos días tan peliagudos para ellos.

Rubio con collar negro con flecos amarillos de la rehala de Perico Carrasco.

Un bonito plantel fue la guinda del día en el que se cobrarían sobre las treinta reses, siendo protagonista, como era de esperar, el cervuno pues por muy buena que se presumía estuviera la mancha de marranos ya es sabido que hasta que no refresque el tiempo, los perros se pongan como deben y las apuntaeras del personal se afinen, cuesta que den la cara en el cemento. Algún bonito venao acaparó los corrillos tras el potaje y es que como de costumbre en la zona, algún buen venao se cobró.

Bonito y con gusto el viejo cortijo de Los Domarcos.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Aire añejo en la Cañada del Gamo

Fuente Obejuna, pueblo localizado en el norte de la provincia de Córdoba, no tiene ni una, ni dos, ni tres aldeas, tiene la friolera de catorce. El laberinto de sus carreteras, siempre son una prueba de fuego cuando se montea por allí. Cada cual tiene su opinión al decantarse por donde llegar mejor. Si por tal sitio es el camino más recto, si por tal otro es menos complicado, lo que nunca falla es, que no hay día que alguno de los más despistados o confiados se pierda y llegue tarde a la junta.

La junta en la misma aldea de la Cañada del Gamo. 

Hay fincas, manchas, zonas o simplemente ambientes que rezuman aires añejos, aquel día se desprendía ese aroma montero tan añorado por los románticos, como un servidor, de esto. Serían las caras, todas conocidas, de los allí presentes, el cariz de la montería o quizás esa bocanada de ilusión por recordar lo que fue, lo que me hizo sentir cierta emoción ante varios aspectos de aquella reunión. Muchos desconocidos hoy día, otros olvidados y algunos dejados perder.

El previo a la salida de las armadas, ilusión y nervios.

Una armada que cierra de madrugada, con las primeras claras del día. Sin ni siquiera aparecer por la junta, ni probar las migas ni el aguardiente. Por supuesto mucha gente joven, cargada de afición y ganas, era la que poblaba el cierre. Una aldea, la Cañada del Gamo, viviendo uno de sus días grandes, allí el que no iba a cazar, entraba de guía, hacía de postor, recogía reses, preparaba el potaje o simplemente vigilaba en su zahúrda que ningún perros se picará con los ibérico. Total, toda una aldea paralizada de su quehacer diario por una montería que la siente muy suya.

Joaquín Vadillo y Francisco Soriano, dueños de rehala, charlan en la junta. 

Sabiendo que la mancha esta cerrada desde temprano, los que vamos llegando al desayuno, sin prisas y sin el madrugón de los valientes, saludamos y comentamos. Gente conocida, gente de campo, aficionados de Córdoba o de la zona y compañeros del gremio de los perros. Reparto de puestos, con su consiguiente explicación personal, como es la postura y el por qué de mandarnos a cada uno a tal o cual. Cosas que se pierden.

Corrillos comentando puestos e intercambiando pareceres mientras salen las armadas. 

Sentido rezo y ya estaban las armadas desfilando. Las primeras rehalas empezaban a llegar, los furgones se apartaban antes de llegar, no queriendo interrumpir la salida del personal. Incluso la benemérita hizo acto de presencia, hasta eso se echa ya de menos por las mañanas antes de montear.

Mi puesto, el número 2 de la armada El Guineo.

Partí hacía la armada del Guineo y Angelillo aun no había llegado. Varios dueños de rehala en la armada, y mi lectura siempre, y más en días así, en positivo. Zona cochinera, puestos difíciles, para aficionados, y hay que poner a gente que este puesta, ágil y fina. Exacto, el postor me vino a decir que si había marranos en el manchón de mi espalda, y otro apretón que quedaba a mi izquierda, podía divertirme.

Perspectiva de la mancha desde la armada del Guineo. 

Los perros de Luis Giménez, que por cierto lo tenía de vecino en el puesto de al lado, dirigidos por Adolfo, su perrero, serían los que cazarían aquella mano y los que tendrían la labor de trastear aquellas apreturas de monte. Unas vistas amplias de la mancha a cazar me tuvieron entretenido toda la mañana, tiros se sintieron bastantes en aquellas quebradas aliviadas de monte y tan ricas de chaparros pero por el número 2 del Guineo hubo poco meneo.
Hierro y divisa de la rehala Navaobejo, propiedad de Luis Giménez.

De vuelta en la aldea, las caras agotadas de algunos delataban quienes habían sido los madrugadores, que por cierto habían tirado bastante. Algunos marranos se habían escapado aun poniéndose las armadas, pero realmente, eramos pocos los que no habíamos tenido la fortuna de haber disfrutado de algún lance. El potaje de rigor me supo a gloria en una reunión con tanto sabor.

Mi puesto, el número 2 de la armada del Guineo. 

Me acerqué temprano a la suelta,  Angelillo estaba tardando en aparecer por la Cañada del Gamo y el resto de perreros iban asomando por allí chorreados. Faltaba una perra, debía haberse quedado cortada con alguna de las telas que se fue encontrando en su mano. Estando allí llamando, uno de los arrieros nos comentó que la había visto y pronto pudimos recogerla.

Una de las aldeas de Fuente Obejuna, Cañada del Gamo.

Fueron más venaos que marranos lo que se presentó en la junta de carnes, mostrándose más de uno bastante bonito. En total cerca de una veintena entre unos y otros. El regusto que dejan días así, a pesar de no haber tenido suerte en lo individual, ayudan a refrescarnos el por qué de que la montería, como toda la vida, entre amigos y en abierto, sea algo único.

Las primeras reses en llegar a la junta de carnes.

jueves, 11 de octubre de 2018

Sierra, monte y rayas en estado puro: Los Baldíos

Hacer nuestros perros a los cochinos, y sobre todo el acostumbrarlos a cazar en todo tipo de terrenos, es algo que siempre hemos tenido muy claro. Llevarlos a manchas duras, espesas de monte y complicadas de piso, donde se hicieran bregando con los guarros era, y es, nuestra obsesión. Realmente hay un par de realidades que nunca hemos querido ocultar. La primera, muy en mi filosofía, era que nuestro grueso va a ser cazar en abierto y la segunda, que a una rehala la engrandecen o la hunden una buena mancha de cochinos, que es donde al final coge nombre, o lo pierde, una rehala de perros.

Escudo de la S. C. de Guadalmez (Cuidad Real)

Domingo, cabeza visible de la S.C. de Guadalmez y dueño de rehala, contó con nosotros para cazar un par de días, el primero fue en la mancha La Umbría de la Sierra de los Baldíos de Peñalobar, más conocidos como Los Baldíos de Guadalmez. Mancha de sierra, dura y espesa. Un laderón orientado al norte, apretado de monte y dispuesto con rayas, cuerda y sopié para cazarse.

Domingo, presidente de la S.C. de Guadalmez, organizando el sorteo. 

Las migas, el rezo, las protocolarias indicaciones, un sencillo sorteo y en marcha. La organización de la salida de las armadas entre las calles de Guadalmez se fraguó rápido. Angelillo no tardó en llegar, se lo presenté a Domingo, y como de costumbre, le pedí, que en medida de lo posible, me lo echará para así poder ver cazar nuestros perros.

Un buen venao presidía el sorteo de la primera mancha de la S.C. de Guadalmez.

Mi puesto, como no podía ser de otra manera, en una raya. La mano de Cristina me mandó al número 1 de las Traviesa 12+1. Sobran comentarios de lo que me entró por el cuerpo cuando vi ese número en la tarjeta del puesto. Desde primera hora tenía asumido que Cristina no me acompañaría, se quedaría en el cortijo donde luego nos reuniríamos para la merienda. Si hay algo que no soporte, eso son las rayas, cortafuegos, caminos o cortaderos. No quiere ni oír hablar de ellos.

El número 1 de la Traviesa 12+1, mi puesto de aquel día. 

Tras coger la carretera, por llamarla de alguna manera, que une Guadalmez con Capilla y Peñalsordo, y bordear la Sierra de la Moraleja y la de Los Baldíos accedimos al carril que da acceso a la umbría de estas sierras. El carril atravesaba varias rayas, que fuimos dejando atrás, hasta que llegamos a la nuestra. Mi puesto, en número 1, era el más bajo, el más próximo al sopié. El postor me alertó que estuviera muy atento a los pelados que tenía por debajo pues otros años han tirado allí algún venao.

Localización de la mancha que cazamos. 

La suelta no se hizo esperar, gracias a Dios. Iba a ser un día de calor, y todo lo que se pudieran adelantar los tiempos siempre iría en beneficio de todo, principalmente de los perros. Las voces de Angelillo se sentían a mi espalda y según me comentó mi postor, Gonzalo, nuestra raya era el choque de las rehalas de dos sueltas. Puesto sucio y difícil, los cochinos andarían más altos, si acaso algo de cervuno podría romper por allí.

Vista hacia el sopié desde el número 1 de la Traviesa 12+1. 

Los primeros tiros empezaron a sentirse, las reses se estaban moviendo al poco de soltar. Las ladras se escuchaban pero duraban poco, se cortaban. Los marranos estaban ganándole la partida a los perros. Pocos días de caza aun, mucho calor y mancha favorable para su defensa. Los guarros no rompían en las rayas, tenían tiempo para pensar por la falta de acoso y se estaban zafando en el monte del peligro de los puestos.

Vista desde mi puesto hacia la sierra. 

Por la mal nombrada traviesa que ocupaba, solo cruzaron pepas. La caza se concentró más próxima a la cuerda, que fue donde se sintieron más disparos. El esperado choque de las rehalas se produjo sin nada que destacar. Cristina aguardaba impaciente en el cortijo, la cobertura era escasa y deseosa estaba saber si había habido suerte. Una voz del postor desde el camino, levantó la parte baja de la raya y recogimos de momento.

Al pasar los perros, nos cambiamos a lado opuesto de la raya. No mejoró mucho la cosa. 

Llegué al lugar de la merienda y efectivamente, Cristina nerviosa por no saber de mi, me aguardaba. Picamos algo rápido, nos interesamos por saber donde se localizaba nuestra suelta y allá que fuimos en su busca. Angelillo había llegado hacía poco, faltaban un par de perros que no tardaron en llegar. Fuimos de nuevo a la junta de carnes para despedirnos de Domingo y coger carretera hacía Córdoba. En el plantel aun faltaban reses por llegar pero un bonito venao sobresalía del resto. Un venao de verdad, de sierra, de lo abierto.

Cristina, con la Sierra de los Baldíos de fondo. 

martes, 11 de septiembre de 2018

Estreno en nuestra tierra. El poder de la reunión

Aquel primer día de caza en Andalucía, no tenía la menor duda de que sería especial. Siempre lo es, año tras año, temporada tras temporada y montería tras montería celebrada allí. Lo que para muchos de mi charpa supone volver cada año, difícilmente lo pueda entender cualquier aficionado nuevo. Y lo que para mi, personalmente, supone retornar y además en esta ocasión, llevando nuestros perros, no hay medios ni recursos para ser capaz de hacéroslo comprender.

Hace más de una década fue cuando echamos aquel manchón por primera vez. 

El primer golpe que le dimos a aquel manchón ensolanado, ligero de monte y con aparentemente poca madre, fue hace más de una década. Eramos una cuadrilla tremenda y cuanto menos peculiar, con una ilusión que solo en pequeñas excepciones he visto en estos últimos años de monte y sierra. Por supuesto, en aquella ocasión no cobramos nada, pero sentamos las bases del sano grupo de aficionados que temporada tras temporada reservamos el primer día que abre la veda en Andalucía para disfrutar de aquel pegote que tanto ha representado, en forma de éxitos y desengaños, en nuestra vida venatoria, al menos en la mía.

Perol de arroz, cucharón y paso atrás. Eran otros tiempos.  

Un simple llano, esquinado, donde no se molesten los encamaeros, una sencilla mesa de quita y pon, el aguardiente, la lista y un puñado de sobres. Una junta de las de antaño, sin parafernalias ni complicaciones, vamos a lo que vamos, y ya habrá tiempo al terminar de cazar para otros menesteres. Además los días de calor exigen reuniones tempranas y cortas, rápidos saludos, sencillo reparto de sobres, rezo de rigor y ligeros para la mancha. El avance de la mañana va en nuestra contra y sobretodo en la de los protagonistas de toda montería que se precie, los perros.

La lista del personal, los sobres y el aguardiente. 

Cada postura tiene un nombre, ya sea por la ortografía, por la vegetación o por una anécdota memorable vivida allí. En esta ocasión mi conocido interés en disfrutar de los perros y verlos cazar, me llevó un año más al puesto del Jaral. Un puesto de los que la moda de hoy denominan "natural". Un puntalete ensolanado, rodeado de jaras, donde unas rocas te elevan lo suficiente como para poder dominar los claros pedregosos que aun no ha sido capaz de tragarse el monte. La situación en la mancha y el ser el lugar donde rematan los perros antes de volver a su suelta, provoca que para mi tenga un especial atractivo. Álvaro lo sabe, y es por ello que me premia mandándome a menudo allí.

Mi puesto, más conocido como El Jaral. 

Tres rehalas serían las encargadas de poner patas arriba aquello. En los llanos que pegan con los pobres olivares de la linde, Paco Regalón de Adamuz cazaría solo mientras que en la otra suelta, dos rehalas: los urracos de José Luis Calderón y nuestros perros tendrían la misión de sacar lo que hubiera en la larga y apretada solana que constituye la verdadera mancha que cazamos Se montearía al choque, que precisamente se suele producir en mi postura.

Dos clásicos de la partida: Alfonso Muñoz de Verger y Luis Costa. 

Tras recibir las indicaciones de Álvaro, siempre acompañadas de alguna broma, y sin dejar de hacer hincapié en la precaución, el respeto por el campo, los perros y el resto de amigos que formamos la partida, el rezo y la salida de las armadas. Sin voces, acelerones, ni despistes el lugar de la junta quedó vacío, las rehalas aguardaban en un cruce de la carretera para molestar lo menos posible la mancha.

Atentos a las indicaciones previas a sacar las armadas.

Pronto estaba situado en mi puesto del Jaral, Cristina prefirió llegar a la merienda con otras amigas que también vendrían a media mañana. Allí encaramado, aguardé impaciente la suelta. Una suelta muy especial para mi, sin lugar a dudas una sueño se iba a hacer realidad aquel inolvidable 14 de Octubre de 2017. Con prontitud el silencio que reinaba en la mancha se vio alterado con la algarabía de la suelta y de momento las primeras carreras de los perros por los llanos de alrededor de la casa. Una cierva, zorreada, me sorprendió por el seco y áspero jaral que dominaba para ágil taparse y no volver a saber de ella.

Vista de la parte derecha de mi postura, el Jaral. 

Los que conocemos la mancha no tuvimos que esperar mucho para saber que no habíamos pillado los marranos dentro, los perros lo cantan en seguida. El trasteo de los perros por algunos de los puntos claves transcurría sin ladras ni tiros, y solo fue poco antes de llegar al final de la solana cuando los perros dieron con un marrano. El golpeo fue corto, la ladra arrancó rápido pero con mucha fuerza de perros detrás. No duro mucho, cuando salió tenia muchos perros encima y esa fue su perdición. Desde mi privilegiada localización lo disfruté con emoción y nerviosismo, mis perros estaban en ese fregao. Finalmente, entre los de Calderón y los nuestros, lo cogieron.

Dos de nuestros perros, los primeros en dar cara en el Jaral: el Churrete y la Avispa.

Eso fue todo, no salió nada más. Mi esperanza en que los manchones cortados albergaran algún guarro se desvaneció cuando vi asomar a mis espaldas los perros de Regalón. La vuelta de los perros no tuvo más historia, el calor y el estar aun en su puesta a punto hizo que pronto llegarán a las furgonetas. Una mancha coqueta y recogida que sino es porque se quede algún perro cortado por las telas del ganado no ofrece problemas para recoger y realmente no lo hubo.

Urraco de Calderón bajando por el duro pedregal del Jaral. 

La reunión, punto fuerte de este tipo de jornadas, fue sensacional. Amigos y buenos aficionados, algunos de ellos con los que coincido de año en año únicamente allí, hicieron que pasásemos un buen rato en el que se recordaron días memorables, lances gloriosos y anécdotas inolvidables. Ángel y nuestros perros, al recoger bien no tardaron en coger carretera para la perrera, había que descansar que al día siguiente cazábamos en Guadalmez y las manchas de aquella zona tienen un peluseo.

Muchos recuerdos y ratos inolvidables cobija esta mancha.

jueves, 5 de julio de 2018

Montear en Ruidera, otra nueva experiencia

Al este de Ciudad Real se localiza el municipio manchego de Ruidera, perteneciente a la comarca del Campo de Montiel. Si por algo es conocido, es por sus bellísimas lagunas. En cabecera de las citadas lagunas, se localiza el nacimiento del río Guadiana. Además tiene una importante riqueza cinegética, su monte bajo es una maravilla para la caza menor, en cuanto a la mayor, con el paso de los años va creciendo, cogiendo cada día más importancia en la zona. Cada temporada va en aumento el número de monterías que se celebran en ese triángulo que conforman Villahermosa, Ossa de Montiel y Alhambra, y en cuyo centro se localiza Ruidera.

Camino de Ruidera, ilusionados por poder cazar con nuestros perros allí.

Lo teníamos claro, no debíamos perder la coyuntura estos primeros días de caza, aunque fuese lejos de Córdoba y tuviéramos que seguir haciendo un esfuerzo porque los perros se fuesen rodando. Toda ocasión que se nos pusiera a tiro había que aprovecharla. Supondrían días que ganaban los perros en su puesta a punto. Los perros se hacen cazando y teníamos claro que no queríamos desaprovechar ninguna oportunidad para que los perros cazaran. Con esta idea en la cabeza, cuando salió la opción de montear el día del Pilar en Ruidera, no lo dudamos, ni Cristina ni, por supuesto, un servidor.

En el término municipal de Villahermosa se localiza la mancha El Zahurdón.

Alberto, responsable de Cotos y Cacerías, mostró mucho interés en conocer los perros. Le gustaba ver trabajar cada temporada en el monte nuevas rehalas, ver el material de cada una e ir filtrando, año tras año, dentro de la amplia lista de rehalas que hay hoy día. Tras consultar con él donde pasar la noche, Cristina y yo, decidimos irnos a dormir a Ruidera y amanecer ya allí el mismo día de la montería. Por lo que fue, terminar de trabajar, organizar los chismes y partir hacía el Hotel Matias, donde Alberto nos recomendó pasar la noche.

La noche anterior la pasamos en el Hotel Matias de Ruidera. (Fb Hotel Matias).

Con la oscuridad que llegamos me fui imposible mostrarle a Cristina la belleza de aquellos parajes. Por mi etapa laboral en Confederación Hidrográfica del Guadiana, tuve la suerte de recorrerme las lagunas de cabo a rabo, conociendo parajes realmente únicos y lamentando, en cada una de las múltiples visitas técnicas que realicé, que aquella descomunal maravilla de la naturaleza no se haya mimado urbanisticamente con más celo. Fue pues, al día siguiente, antes de dirigirnos a la Perca Rosa, restaurante a orillas de la Laguna del Rey donde se celebraría la junta, cuando Cristina pudo disfrutar de la belleza de las lagunas y del conjunto donde se encuentran enclavadas.

Cristina disfrutando de la espectacularidad de las lagunas. 

Llegamos de los primeros a la junta, por ello tuvimos tiempo de tomar café tranquilamente, charlar con Alberto y disfrutar del espectacular paisaje que nos ofrecía la Laguna del Rey al amanecer. Nos dio tiempo hasta de comprar lotería, que por cierto fue el único pellizco que rascamos Cristina y yo la pasada Navidad. No teníamos dudas de que Angelillo llegaría bien, le expliqué con detalle el camino y si llegó hace unos días a Robledo del Buey, llegar a Ruidera era peccata minuta.

Cristina y yo con la Laguna del Rey de fondo. 

Monteábamos la mancha El Zahurdón, a la izquierda de la carretera que une Ruidera con Alhambra, antes de llegar al cruce que va a Carrizosa. Mancha típica de aquella zona. Monte bajo con abundantes chaparreras y característicos juniperus, poco quebrada, más bien llanota. Realmente me inquietaba conocer el desenlace de la montería, aquel terreno llamaba más a coger la paralela y colgarse la canana para ir tras la menor, que a lo que íbamos, a montear. Mientras cogimos fuerzas con el desayuno, y de que manera, charlamos con gente de la zona, afirmándonos que el crecimiento de marranos y cervuno en la zona estaba siendo tremendo en los últimos años. Me costaba creerlo, he de admitirlo.

Hambre no pasé en el puesto tras el tremendo desayuno. 

Por un día, y sin que sirva de precedente, fui yo el que metió la mano en el montón. Quería testar mi mano y echarla a pelear con la de Cristina, de la que tanto presume. Un cierre, el de la Era Vieja, el puesto número diez. Sin plano donde poder ubicar donde nos había tocado, fuimos en busca de José, nuestro joven y dispuesto postor. Se trataba del cierre de la mancha con el Parque Natural, la huida natural de las reses, pues en el Parque no se caza y es la madre de toda aquella zona. Sobre el papel, a pesar de mi escepticismo, no pintaba mal.

Alberto, rodeado de los postores, antes de dar comienzo el sorteo. 

Antes de salir nos dio tiempo a acercarnos a saludar a los perreros, Angelillo ya estaba allí con el resto, además una grata sorpresa, entre la cuadrilla, Santiago de Valdueza. Cristina y yo nos acercamos a las furgonetas, la salida de las armadas se estaba ralentizando y no queríamos perder la costumbre de ver nuestros perros antes de marchar al puesto. Finalmente iría solo, Cristina y su inseparable portátil tenían asuntos laborales que resolver y se quedarían en la terraza de la Perca Rosa sacando España palante.

Poniendo a prueba mi manita en el sorteo de El Zahurdón.

Tras un buen rato de polvoriento carril empezaron a quedarse los primeros puestos de mi armada. La ortografía de la mancha difería poco de lo que me había figurado, si acaso más llana aun de lo que imaginaba, o más bien deseaba. Mucho viso por todos lados, pocas barreras naturales entre puestos vecinos que siempre inquieta cuando no conoces a los que forman parte de la partida de caza. Los áridos barbechos se salpicaban entre unos puestos y otros, mostrando una estampa muy característica de la zona.
El número 10 del Cierre Era Vieja. 

Y llegamos al diez del cierre de la Era Vieja. A pie del carril, por delante una leve vaguada, con el cortijo El Ballestero justo en frente, al otro lado del regajo. Por detrás de los recios muros del cortijo, el puesto número once de mi armada. Puesto amplio, muy abierto, pero que no llegaba a disgustarme dentro de lo que había ido viendo en mi armada. El coche lo deje junto a las paredes del cortijo, saludé a los vecinos marcándole mi ubicación y me preparé rápido. Las reses debían correr hacia el Parque y mi intención era no perder la vista a esa querenciosa huida.

Desde mi puesto, un leve regajo y al otro lado el cortijo de El Ballestero. 

Las furgonetas de los perros pronto empezaron a sentirse, a lo lejos los primeros disparos. No había transcurrido muchos tiempo desde que había llegado al puesto y ya estaban llegando los perros a su suelta, mejor así. Entre las furgonetas que pasaron no iba la nuestra, Alberto no habrá podido cambiar las sueltas y no tendría la oportunidad de ver nuestros perros. Por el contrario, los valduezas soltarían delante mía y podría contemplar esas pinturas en el monte. A los que nos gustan los perros de rehala, verlos en directo, siempre es un bello espectáculo.

Tras el regajo, a lo lejos, el Parque Natural, la huida natural de las reses. 

No habían soltado aun y las primeras carreras se sintieron al otro lado del cortijo, reses buscando el Parque. El del once tiró en varias ocasiones. Únicamente pude ver una pelota de ciervas que ágilmente se escapaban de la guerra. Al rato, algo más enmontadas, otra piara de hembras que ponían también tierra de por medio. Sin soltar y mis expectativas estaban más que superadas, y por supuesto, la mano de Cristina cumpliendo.

Otra vista de lo que dominaba desde el número 10 de la Era Vieja. 

Con la siempre espectacular y preciosa suelta, las inmediaciones de mi postura se llenó de perros, valduezas en su mayoría. Que hechuras más monteras y que satisfacción me provoca ver este tipo de perro cuando cazó en La Mancha. Soy defensor de las razas típicas, históricamente, en cada zona de caza y lo que me gusta es disfrutar de cada tipo en las zonas en las que han sido característicos toda la vida de Dios. Esto de encontrarme con rehalas de podencos campaneros en los Montes de Toledo o cruzaos pesaotes en Hornachuelos, por poner un ejemplo, que poca gracia me hace. Aunque sea algo secundario, siendo lo importante que cacen, por supuesto, y me hagan disfrutar en el puesto con su trabajo, pero sinceramente, a mi esta globalización en cuanto al tipo de las rehalas no me hace gracia.

Suelta de nuestros perros en El Zahurdón.

Las ladras empezaron a sucederse y un gracioso tiroteo me hizo confirmar lo que me habían afirmado los propios de la zona, la población de la mayor estaba aumentando en el Campo de Montiel de manera considerable. Los puestos anteriores al mio tuvieron un rato de no parar de tirar, al final me confirmaron que una piara de marranos había roto por el limpio y habían formado allí la de San Quintín. Además algún venao también corrió por los limpios barbechos, sacando más tiros de la cuenta a algún puesto.

Uno de los valduezas que dio cara en el 10 del Cierre Era Vieja. 

En el diez del cierre de la Era Vieja, el que suscribe se entretuvo en fallar un marrano que se le coló por la espalda. Solo fui capaz de soltarle un tiro sucio de culo un instante antes de taparse. El mínimo charasqueo que sentí antes de escuchar la carrera debió ponerme en alarma, no le dí la importancia que tenía y la consecuencia fue que me lo comí y me ganó la vez. Al finalizar la montería trasteé el tiro pero nada, ni rastro de sangre. No estaba empezando fino la temporada y no había excusa, me lo tragué garrafalmente.

Recreación de como se me coló el marrano. 

Le conté al postor, que se interesó por como me había ido, mi error antes de partir hacía la Perca Rosa donde Cristina me esperaba deseosa de que le relatara el fallido lance. Intercambiamos pareceres con otros monteros mientras pizcábamos algo antes de irnos en busca de nuestra suelta. No había visto la furgoneta en ninguna de las sueltas por las que había pasado de vuelta y no conseguía contactar con Angelillo. Al pasar, en la junta de carnes las primeras reses, un par de venaos destacaban del resto.

Realmente precioso uno de los dos venaos de categoría que se cobraron en El Zahurdón.

Comentamos con Alberto el discurrir del día, volví a relatar como se me coló el gorrino (como llaman allí en la zona aquella a los marranos) y le preguntamos por nuestra suelta. Cuando íbamos en busca de Angelillo nos llamó para confirmarnos que ya estaba completo y que había disfrutado mucho con los perros y los marranos en ese monte bajo de chaparreras y sabinas, había pinchado hasta tres cochinos. La lejanía de la perrera no le animó mucho a pararse y sin pasar por la junta de carnes se fue para casa, nos quedaba a ambos un largo paseo hasta vernos en nuestras casas.

El segundo venao que destacaba en la junta de carnes también era magnífico.

Sin más, Cristina y yo nos despedimos de Alberto, no queríamos que se hiciera más tarde, estábamos muy lejos. Finalmente sobre el cemento unas quince reses, además algunas ciervas que también se podían tirar. Dos venaos preciosos destacaban sobre el resto de reses. Que alegría da ver un par de buenos venaos como aquellos dos cobrados en El Zahurdón, en abierto.

Siempre recordaremos nuestra primera montería en las lagunas de Ruidera.