Hay fincas, manchas, zonas o simplemente ambientes que rezuman aires añejos, aquel día se desprendía ese aroma montero tan añorado por los románticos, como un servidor, de esto. Serían las caras, todas conocidas, de los allí presentes, el cariz de la montería o quizás esa bocanada de ilusión por recordar lo que fue, lo que me hizo sentir cierta emoción ante varios aspectos de aquella reunión. Muchos desconocidos hoy día, otros olvidados y algunos dejados perder.
Una armada que cierra de madrugada, con las primeras claras del día. Sin ni siquiera aparecer por la junta, ni probar las migas ni el aguardiente. Por supuesto mucha gente joven, cargada de afición y ganas, era la que poblaba el cierre. Una aldea, la Cañada del Gamo, viviendo uno de sus días grandes, allí el que no iba a cazar, entraba de guía, hacía de postor, recogía reses, preparaba el potaje o simplemente vigilaba en su zahúrda que ningún perros se picará con los ibérico. Total, toda una aldea paralizada de su quehacer diario por una montería que la siente muy suya.
Sentido rezo y ya estaban las armadas desfilando. Las primeras rehalas empezaban a llegar, los furgones se apartaban antes de llegar, no queriendo interrumpir la salida del personal. Incluso la benemérita hizo acto de presencia, hasta eso se echa ya de menos por las mañanas antes de montear.
Partí hacía la armada del Guineo y Angelillo aun no había llegado. Varios dueños de rehala en la armada, y mi lectura siempre, y más en días así, en positivo. Zona cochinera, puestos difíciles, para aficionados, y hay que poner a gente que este puesta, ágil y fina. Exacto, el postor me vino a decir que si había marranos en el manchón de mi espalda, y otro apretón que quedaba a mi izquierda, podía divertirme.
Los perros de Luis Giménez, que por cierto lo tenía de vecino en el puesto de al lado, dirigidos por Adolfo, su perrero, serían los que cazarían aquella mano y los que tendrían la labor de trastear aquellas apreturas de monte. Unas vistas amplias de la mancha a cazar me tuvieron entretenido toda la mañana, tiros se sintieron bastantes en aquellas quebradas aliviadas de monte y tan ricas de chaparros pero por el número 2 del Guineo hubo poco meneo.
De vuelta en la aldea, las caras agotadas de algunos delataban quienes habían sido los madrugadores, que por cierto habían tirado bastante. Algunos marranos se habían escapado aun poniéndose las armadas, pero realmente, eramos pocos los que no habíamos tenido la fortuna de haber disfrutado de algún lance. El potaje de rigor me supo a gloria en una reunión con tanto sabor.
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