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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

jueves, 31 de marzo de 2011

El Valle del Cíjara (Villarta de los Montes, Badajoz)


Ya lo dice una expresión muy nuestra: "Dios los crea y ellos se juntan". Y es la citada expresión la forma más fácil de resumir como nos conocimos Jacinto y yo. Fue en un curso de los organizados por APROCA Ciudad Real, concretamente el destinado a prepararnos para obtener el título de "Guarda Particular de Campo. Especialidad en Caza". Allí, también conocí al bueno de Andrés y desde entonces nos une una gran amistad.

En T. M. de Villarta de los Montes se encuentra la finca Valle del Cijara.

Tomando una cerveza, después de una de las tardes de curso, fue cuando Jacinto nos comentó la tremenda ilusión que le hacía que pudiéramos ir este año a su montería, y así, de esta manera pudiéramos conocer la finca que, poquito a poco y con mucho esfuerzo, estaba creando en las caídas al embalse del Cijara. A mí, que un enreo de este tipo me atrae sobremanera, me faltó tiempo para animarme, comprometiéndonos Andrés y yo en ir juntos al puesto para evitarle más molestia.

La junta en el bar de Bohonal.

El sorteo era en Bohonal, en el culo de mundo, para que nos entendamos. Andrés durmió en Almadén, yo en Ciudad Real, quedando en juntarnos al amanecer en el cruce que va hacia Villarta de los Montes, en la carretera que une Puebla de Don Rodrigo con Herrera del Duque, zona de reconocido prestigio montero. Me resultó curioso circular por esa carretera que tanto he recorrido por trabajo para otros menesteres mucho más agradables.

Previo al sorteo se dieron las advertencias precisas.

Después de unas migas y una copita de aguardiente salimos ligeros, no sin antes acercarme a saludar a un gran dueño de rehala de la zona, concretamente de Talarrubias: D. José Manuel Blanco. Gran aficionado Manolo Blanco, con el que me hizo una tremenda ilusión coincidir. Muy buenas referencias había escuchado sobre la zona, la proximidad de la Reserva Nacional del Cijara siempre da confianza, y es que hay muy buenos venaos por esos pagos.

Perros de la rehala de D. José Manuel Blanco de Talarrubias (Badajoz).

Me apetecía bastante poder ver trabajar ese día a las rehalas, y es que siempre que se mueve uno de su querida Córdoba, cuido de llevar bien abiertos los ojos y fijarme en los perros de otras partes de la España montera. Tipos, encastes, cruces, hechuras, tradiciones...en fin, que gusta conocer que cautiva por otras zonas. En ese sentido, el puesto al que fuimos me permitiría poder ver el trasteo de las rehalas, si bien era un puesto bastante cerrado pues como tiradero contaba con un oscuro salto de carril.

Las vistas desde el puesto nos permitieron disfrutar con el trabajo de las rehalas.

Afortunadamente, los huecos presentes entre tanto pino y chaparro, y el hecho de encontrarnos a media falta nos proporcionaba una magnífica visión de la mancha a batir. Al poco de sentirse los coches moverse por la mancha, desde nuestra privilegiada situación pudimos ver como se meneaban las primeras reses. Alguna pelota de pepas y algún joven venao salían de sus encames extrañados por tanto ajetreo, siempre muy lejos para nuestra postura y sobre todo para mis apuntaeras.

El único tiradero del puesto era el salto del carril.

Andrés armado con su escopetón, siempre atento al salto del carril, no dejo de animarme y avivar mis ilusiones en poder cobrar algún bicho en su compañía. El hecho de que el puesto estuviera localizado en una fría umbría y el insuficiente abrigo que echamos, provocó que mi compañero no dudara en buscar leña y encender una magnifica candela que agradeció mi friolera complexión.

Andrés, al abrigo de la candela, no perdió detalle del discurrir de los perros.

Las diferentes sueltas las pudimos presenciar de manera extraordinaria. Los jóvenes pinares salteados entre espesos jarales fueron un espléndido decorado para tan grandioso espectáculo. En pocos segundos el monte cobró vida, la escena conformada por cientos de manchas blancas moviéndose nerviosas entre la sierra, hizo que mi aventura montera a tierras pacenses se viera recompensada con creces. Bella exhibición la de esos perros grandes como mulos, moviéndose ágiles entre jaras y carrascas, abiertos en abanico y peinando el terreno de forma ejemplar. Que alegría me lleve al ver, con ayuda de los prismáticos, que una de esas rehalas que tan bien andaba, llevaba como collar bandera nacional y goma amarilla, propiedad de D. José Manuel Blanco.

Magnífica la pinta del valiente de Manolo Blanco.

Las carreras de las reses, siempre muy distantes, nos mantuvieron en alerta toda la montería. La botellita de vino con que nos obsequio Jacinto por la mañana nos supo a gloria, y es que el frío que pasamos fue tremebundo. Los bichos, más en solana que en umbría, hacían disfrutar a los puestos más bajos, es decir, los que iban a continuación del nuestro. Esos se tiznaron, sobre todo los últimos que tirando a pecho enfrente consumaron el magnífico trabajo de las rehalas frente a los marranos.

Espectaculares las hechuras de este precioso atravesao rubio de D. Carlos Porras.

Nuestra umbría la montearon un par de rehalas, una de ellas la de D. Carlos Porras (collares rojo y azul con corbata de bandera nacional), de la otra siento no conocer el propietario, solamente me fije que se trataban de podencos y atravesaos finos con collar verde. Estas dos rehalas fueron las que movieron la poca chicha que hubo en esa fría umbría, únicamente levantaron una cierva cuando venían de vuelta. Vuelta que Andrés tuvo que indicarles donde debían de dar porque marchaban sin guía y por desconocimiento estuvieron a un tris de dejar el final de la mano sin montear.

La mano dando cara en nuestra postura.

Una vez pasaron los perros de vuelta empezamos a recoger, los primeros rayos de sol se notaban entre la arboleda, hecho que agradecimos porque vaya frío que pasamos allí. ¡Por algo llamaran a esa zona La Siberia extremeña. Cosa rara, llegamos de los primeros al cortijo. Una sopa caliente y un buen plato de puchero nos entonaron el cuerpo mientras cambiamos opiniones con el resto de monteros.

Atravesao de la rehala de D. Carlos Porras.

La cosa no estuvo nada mal, tiraron muchos puestos y según nos comentó Jacinto padre, la montería cumplió otro años más. Quedaba mucho camino de vuelta, hasta Córdoba había un tirón, por lo que mientras tomamos café en la casa aprovechamos para agradecerles a la familia Jaramillo el buen día que pasamos para a continuación tomar carretera de vuelta a casa.

El trabajo de las rehalas en El Valle del Cijara me hizo volver a casa con un buen sabor de boca.

domingo, 20 de marzo de 2011

La Aljabara de Spínola (Hornachuelos, Córdoba)

Si deseas o necesitas que un día llueva, lo mejor es ponerte de acuerdo con la familia Spínola y convencerlos para que sea precisamente ese el día que elijan para echar La Aljabara. Eso no falla. Ese día caerá agua seguro. Ya tienes que ser cenizo para que te haga buen día, porque sin duda esta finca es sinónimo de chaparrón. Quizás, esta sea una de las mil peculiaridades que proporcionen a esta montería una singularidad única y difícil de comparar con cualquier otra.

Muy típica la imagen repleta de paraguas en la junta de La Aljabara de Spínola.

Este año me acompañaría un debutante en esta finca, Cristóbal. Eran enormes las ganas que tenia de conocer tan señera finca y nuestro amigo José Antonio no dudo en hacernos un hueco entre tanto invitado, cosa que le agradecemos enormemente pues no olvidaremos nunca el gran día que pasamos entre tanta niebla en las caídas al pantano del Bembézar.

Nueva instantanea de la junta de La Aljabara de Spínola.

La junta, como de costumbre en la entrada de la finca, al poco de pasar Los Morenos de la Aljabara. Los paraguas chocaban unos con otros rodeando la mesa del sorteo y es que muchos son los puestos con los que se cierra esta finca abierta localizada en la Sierra de Hornachuelos. Muchísimas caras conocidas y muy buenos aficionados los que año tras año acuden a esta montería, destacar también la importante presencia femenina que se congrega cada temporada en esta finca.

Pliego repasando la lista de puestos antes de dar comienzo al sorteo.

Rehalas, de lo mejorcito, y es que si hay algo de lo que puede presumir la peña cordobesa Monteros del Sur, es de la magnífica plantilla de rehalas con las que cuentan para las monterías de su programa. Entre ellas, y tirando de memoria, recuerdo las de: D. Vicente Merino, D. Rafael Borland, D. Juan de Dios Pliego, D. Jesús Bernier, D. Ricardo Torres, D. Joaquin Vadillo, D. Diego García Courtoy, D. José Ortega, D. Juan Andrés Parladé, D. Antonio Ángel Marín, D. Antonio Velasco, D. Ignacio García Liñán, Dña. Mª Carmen Prieto, D. Juan Fernández de Mesa, D. Ramón Mohedano, D. Santiago del Moral, D. José Mª Sanz y otras muchas de igual categoría que siento no recordar.

Valientes de la rehala de D. Diego García Courtoy (collar negro y collarín de la cencerra amarillo).

Decidido y convencido de la fortuna con la que había metido la manita en el montón últimamente, me acerqué a la mesa del sorteo al sentir la voz de Pliego llamándome. El número 4 de la armada de El Retablo, no sentí mucho run run al cantarse mi puesto pero no me disgustó pues era de las armadas con nombre en La Aljabara. Después de cambiar impresiones con José Antonio Spínola hijo le transmití a Cristóbal las buenas referencias de nuestra armada.

Tarjeta de nuestro puesto, el número 4 de la armada de El Retablo.

Con el buen sabor de boca que nos dejaron los comentarios de los hermanos González de Canales -cobraron un marrano plata el año pasado en el número 3- y su insistencia en que aguantáramos hasta ultimísima hora en el puesto, nos montamos en el coche para tomar camino hacia la armada de El Retablo. El hecho de que Joaquín del Campo padre estuviera en nuestra armada nos daba más confianza aun, y es que Joaquín es de los que, lo pongas donde lo pongas, siempre tira.

Las bestias tienen un trabajo insustituible al recoger las reses en La Aljabara.

Rápido descargamos el coche y nos dispusimos a sortear. Gané yo y elegí tirar primero si era marrano. Cristóbal lo haría si era venao, y a partir del primer lance nos iríamos turnando independientemente de lo que fuera. Una vez preparados y bien pertrechados para el agua, que por cierto, no paraba de caer, momento de valorar el puesto. Sin duda era precioso, complicado y cerrado, pues no tenía muchas oportunidades para pensarse el tiro, pero a mí personalmente me encantó y a mi compi también. La vegetación: una pintura, la orografía: muy montera y la niebla: el toque mágico del vecino pantano del Bembézar.

Puesto número 4 de la armada de El Retablo.

El tiradero de los que me gustan, no muy largo y cerradete. Un regajo que descargaba las aguas el pantano discurría de izquierda a derecha frente a nuestra postura, por frente una lomita suave con encinas, quejigos y mucho lentisco. El ruido del agua sobre el paraguas y la niebla intermitente provocaron en Cristóbal y en mi una constante tensión y estado de alerta que no cesó en toda la mañana.

Cristóbal tuvo pocas oportunidades de estar fuera del paraguas sin mojarse.

Poco tardaron en sentirse las primeras reses, el resto de armadas se movían por la finca y los bichos comenzaban a percatarse de lo que se les venía encima. Un grupete de ciervas nos puso en aviso sobre la corrida del cervuno por nuestro puesto. De repente un venao se planta en el hueco que queda entre dos grandes lentiscos, encampanado nos mira quieto como una piedra. El codazo a Cristóbal, que no lo veía, fue instintivo. Tras una breve explicación de su situación lo localiza, disparándole al instante. El animal hace un extraño dando la sensación de llevar el tiro en los cuartos traseros y vuelca sin dar nueva opción franca de tiro. Habría que pastearlo al acabar pues no sentimos tiros después y parecía bonito.

La vegetación de la zona es de una belleza tremenda.

Con los camiones de los perros moviéndose por la mancha el tiroteo retumba por los alrededores. Una collera de venaos se nos mete encima casi sin darnos cuenta, ágiles y en un lance para recordar toda nuestra vida, culminamos un doblete de los que provocan un abrazo al finalizar la suerte. Poco tiempo llevábamos en el puesto y ya habíamos tirado tres venaos, la cosa no podía pintar mejor.

El día obligaba a estar muy atento y concentrado pues el oido ayudaba poco.

De nuevo por la derecha y subiendo de las caídas al pantano, una grupo de reses en la que iban un par de machos, sin estar seguro de que fueran venaos o varetos aguanto y los dejo cumplir, momento en que diferencio un venao. Al disparo, nuevo extraño e huida sin oportunidad de secundar. Me vuelvo a quedar con el sitio para al acabar ir en busca de sangre pues parecía ir tocado.

La niebla y la lluvia dieron pocos recesos en toda la mañana.

La suelta se produce, el precioso cerro de nuestra derecha sirve de escenario para poder disfrutar, con ayuda de los prismáticos, con el trasteo de los perros de Vadillo (collar a franjas grises y rojas y collarín de la cencerra verde) capitaneados por un buen amigo, Ricardín Barbero. En esas estábamos cuando los primeros perros dan cara en nuestro testero. La mano que nos montearía estaba conformada por tres rehalas, la de D. Juan Andrés Parladé (divisa azul y amarilla), dirigida por Pepillo, la de D. José Ortega (collar naranja y collarín de la cencerra naranja), capitaneada por Cristiano y la de D. Ramón Mohedano (collar de cuero) liderada por él mismo. Precisamente un podenquillo fino y no con mucha alzada de Mohedano, en un lance espectacular y con un alegre latir, levanta un venao de nuestra narices que Cristóbal tumba de una formidable disparo. ¡Qué tiro más complicado se saco de la manga el tío! Sin pensármelo, y antes de que azuzado por el de Mohedano se pueda ir, acudo decidido a rematarlo a cuchillo.

Rápido y sin dudarlo acudí al remate, culminando así un lance precioso.

La montería estaba en su pleno apogeo, las reses se movían, el ir y venir de ladras animadas por los disparos confirmaban que un año más esta finca abierta estaba atestada de reses y cosa de agradecer, lo que se tiraba era todo cochinos y venaos, nada de ciervas, que parece que se haya puesto de moda eso de matar ciervas a diestro y siniestro e injustificadamente en fincas abiertas con el beneplácito de la Administración. Hasta nuestros mismos pies llega un venao con un solo cuerno al que dejamos pasar sin ni siquiera encararnos, de igual forma hacemos con un lechonato que nos cruza de izquierda a derecha.

Pronto dieron los perros con los venaos.

Se sienten tiros en nuestra armada, y es que todos los puestos tiraron. Por nuestra espalda y llegando hasta el lentisco que cubre nuestra retaguardia se atreven a llegar una piara de cochinos, se trata una marrana con sus rayones, proporcionándonos una imagen mas típica de un aguardo que de una montería. Por supuesto los respetamos y contemplándolos en su huida por lo más sucio sorprendidos por la proximidad a la que los habíamos tenido.

Pepillo, el de Parladé, a su paso por nuestra postura. ¡A bien que llevaba muchos perros alrededor!

La lluvia no cesaba y la niebla, intermitente, agrandaba la sensación de un día de perros, y es que de este tipo de días ya tengo unos pocos para el recuerdo en esta finca. Con el convencimiento de aguantar hasta sentir las caracolas de los perreros e indicar al postor el lugar donde estaban los venaos seguimos atentos sintiendo como las rehalas venían de vuelta. Por nuestro mismo puesto pasa la rehala de Parladé, acercándose Peplillo a saludarnos. Que buen trabajo estaban realizando los podencos y cruzaos de divisa azul y amarilla con el hierro J. A. P. en el costillar.


Detalle en la furgoneta de la rehala de D. Juan Andrés Parladé.

Aun estando el día como estaba, fue un bello espectáculo ver la brega de los perros. Iban cazando abiertos y moviendo reses a diestro y siniestro, todo ello enardecido con las voces de tres grandes profesionales como lo son Mohedano, Cristiano y el ya citado Pepillo, el de Parladé. Poco valorado el trabajo de los perreros en días tan duros y complicados como lo estaba siendo aquel sábado de finales de noviembre.

Aguantamos hasta ultima hora en espera de los marranos.

El final de la botellita de tinto y los taquitos de queso coincidió con la llegada del postor, no eran ni las tres y media, dándonos la sensación de que estaba recogiendo la armada demasiado pronto, pero en fin, hay que ser comprensivo y es que a estos señores todavía les queda mucha tarea hasta sacar todas las reses y el día no estaba para entretenerse mucho. Indicándole donde estaban los tres venaos vimos como un marrano, no muy chico de cuerpo, se paseaba tranquilo por el testero y no solo eso sino que mientras pisteábamos los venaos otro cochino no paso cerca. La cara de tontos que se nos quedo fue para retratarla, con razón nos dijeron que debíamos aguantar hasta última hora en el puesto.

Posando con uno de los venaos del doblete.

De los venaos, supuestamente, heridos no encontramos ni rastro y buscar, lo que se dice buscar, lo hicimos un buen rato. Entre lo cerrado que estaba el testero y el poco rastro que queda después de un día de agua como el de marras, nos fue imposible dar con alguna gota de sangre, eso sí se fueron dados, que ahora con el tiempo, a uno le entra la duda. Para más inri al llegar a las furgonetas pregunté a Pepillo si al volcar el cerrete que dominábamos, sus perros dieron con algún venao, contestándome negativamente.

Cristóbal marcando uno de los venaos.

Por supuesto y para no perder la costumbre, llegamos de los últimos al cortijo. Un rico potaje y una magnifica carrillada con papas ayudaron a reponer fuerzas mientras intercambiamos impresiones con el resto del personal. Casi todo el mundo había tirado, muchos cobrando varias reses y prácticamente nadie se quedo sin ver nada. Más de uno, pero pocos a mi gusto, comentaron el gran trabajo de los perros.

Seria la estampa del atravesao con divisa azul y amarilla propiedad de Parladé.

Después de acercarme a ver como llevaban la recogida de perros algunos amigos, momento para empezar el recuento de reses en la deslucida nave de La Aljabara. Algún cochino bueno, como todos los años, y un ir y venir de carritos cargados de bichos volvieron a confirmar otro éxito de esta preciosa finca abierta de la Sierra de Hornachuelos, y es que se volvió a superar el centenar de reses en el plantel final.

Resultado de nuestro puesto en La Aljabara de Spínola.

Ya en la chimenea, momento para rememorar los lances con unos y otros mientras el cuerpo va recuperando su temperatura. Un día memorable el que vivimos Cristóbal y yo en el número 4 de la armada de El Retablo y que siempre recordaré, pues no es que acostumbre a tener puestos de ver tantas reses y menos aun, de cobrar tres venados.

Cristobal, José Antonio y un servidor, foto para el recuerdo en La Aljabara.