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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

jueves, 16 de junio de 2011

El Pedrejón Bajo (Hornachuelos, Córdoba)


Las cosas de la vida. Me tiro prácticamente década y media sin montear más allá de San Calixto y en menos de una semana tengo la oportunidad de montear; domingo en el Alta Baja, como relaté en la anterior entrada, y sábado siguiente en El Pedrejón Bajo. En pleno corazón del Parque Natural de la Sierra de Hornachuelos y en la margen derecha de la carretera que lleva a El Cabril, se sitúa esta finca abierta de unas mil hectáreas de superficie.

Tarjeta de puesto de la montería de El Pedrejón Bajo.

Mucha ilusión me hizo cuando Javi Escribano, nuestro Maldini de las monterías, me llamo para decirme que contaban conmigo para El Pedrejón. Siempre que se tiene la ocasión de montear por primera vez en una finca que no has cazado nunca, las ganas y la fe que te genera suelen ser bastante considerables. Y así fue como en compañía de mi padre monteamos aquel segundo fin de semana de Enero de la temporada 2010/11 a El Pedrejón Bajo.

Vistas de la mancha de El Pedrejón Bajo.

Nos citaron a la vera de la carretera, a unos cuatro kilómetros antes de llegar a la finca. El día no pintaba muy halagüeño, los pronósticos del tiempo daban agua y el cielo negro delataba que no tardaría mucho en empezar a caer. Así fue, y mientras dábamos cuenta de las migas hubo que correr a los coches a por la ropa de agua porque lo que empezó con un simple calabobos terminó en un fuerte apretón.

Preparando la mesa del sorteo.

Bastante gente y mucha de fuera de Córdoba, cosa rara. Se montaban casi un centenar de posturas, en concreto noventa y seis puestos, aquello era digno de ver. He ido ya a bastantes monterías con tanto puesto, pero no dejan de llamarme la atención. La organización corría a cargo de Daniel Ballesteros, un joven aficionado que está dando sus primeros pasos en lo que se refiere a organizar monterías. Arrojo y ganas no le faltan, y es que El Pedrejón no es finca fácil de lidiar.

La lluvia no respetó el sorteo, siendo necesario sacar paraguas y sombrillas.

Las rehalas fueron citadas en un bar de Hornachuelos con bastante solera montera: El kiosco. Desde allí saldrían, las más de treinta que se convocaron, hacia la mancha y se organizarían las distintas sueltas. Entiendo que algún perrero se quejara de que el lugar elegido para su junta quedaba algo retirado de la mancha y es que del pueblo de Hornachuelos hasta la finca hay un buen paseíto.

Una de las rehalas convocadas para montear El Pedrejón Bajo, la de D. José Ortega.

Con tanta gente y la nada fácil tarea del cierre de una mancha como El Pedrejón Bajo, la decisión de sortear por armadas fue todo un acierto. Poco tardó en escucharse mi nombre, iría al cierre de La Carretera, concretamente el número cinco. Con ese nombre ni me planteé el preguntar por la armada o el puesto, estaba claro que iba a la mismísima carretera. Que poca gracia me hizo, y es que ya me debía de ir mentalizando que me volvería para casa sin conocer la finca, con lo que me fastidia a mi eso.

Preciosa collera de berrendos finos propiedad de D. Ramón Mohedano.

Entiendo que se tenga prisa en cerrar la mancha pero el rally que tuvimos que correr para no perder la estela del coche del postor hasta llegar al primer puesto fue una auténtica desproporción. La armada, fácil de describir, discurría cerrando por linde de la carretera. Los coches los íbamos dejando en el arcén de la carretera y nos metíamos trescientos metros en la finca. Puestos bonitos, amplios, de testeritos, en fin que además de entretenernos con el tránsito de los vehículos por la carretera podríamos llegar a ver montería.

Daniel Ballesteros, megáfono en mano, dando las instrucciones previas al sorteo.

Nuestro puesto no era bonito pero tampoco feo, poco esperanzador sí. Se situaba en la margen izquierda del Arroyo del Satillar, en una sucesión de suaves lomas repletas de jaras y salpicadas de algún chaparro de poco porte. No acabé yo de ver el puesto, pero estábamos en finca abierta, era un cierre, y en fin, alguna pequeña esperanza me quedo después de analizarlo fríamente. Lo que no me hacía nada de gracia era estar tan separado del meollo y con escasa oportunidad de ver trabajar los perros de las distintas rehalas.

Nuestro puesto en El Pedrejón Bajo: el número 5 de armada La Carretera.

La imagen de la interminable fila de camiones, furgonetas y remolques de las rehalas pasando por delante de nosotros fue espectacular. Es de esas cosas que se le quedan a uno en la retina, además raro era el perrero que al ver mi coche en la carretera no pitaba para saludar o me buscaba entre el espeso jaral donde me encontraba apostado. Eran muchas las rehalas y hubo un momento que todo lo largo de la carretera que dominaba desde donde me situaba estaba ocupado por un vehículo cargado de valientes perros de rehala.

Preciosa la imagen de la fila de rehalas camino de la mancha.

Los tiros tardaron poco en empezar a escucharse, las reses con el movimiento de los camiones de las rehalas por la mancha empezaron a menearse de sus encames. La suelta no se hizo esperar mucho y pronto estábamos sintiendo las voces de los perreros animando a sus valientes. Nuestra localización ayudó poco a poder seguir en condiciones el discurrir de las rehalas por sus manos y es que hubo momentos que apenas las sentíamos.

Vista frontal de nuestro puesto en El Pedrejón Bajo.

Los encargados de trastear las espesas quebradas de jaras que rodeaban nuestras inmediaciones fueron los bonitos atravesaos con collar blanco sobre fondo verde propiedad de D. Rafael Madueño. Buen trabajo el de esta rehala de Villaviciosa de Córdoba. Largos, con codicia y sin muestras de aburrimiento registraron las distintas cañadas que teníamos a nuestro alrededor dejando claras muestras de que por esa orilla de la carretera había poca chica.

Suelta de la rehala de D. Ramón Mohedano en El Pedrejón Bajo (foto cedida por Consuelo Márquez).

El hecho de que se pudiera tirar las ciervas provocó que en ciertos momentos aquello pareciera una guerra, tiros a diestro y siniestro. Uno, que no está muy de acuerdo con quitar madres a lo abierto, respetó las que le pasaron, intentando únicamente rematar, con poca puntería por cierto, una pepa que pasó ligera por el limpio claramente herida en un jamón. Estoy seguro que alguno de los vecinos de armada la cobraría pues tiros se sintieron al paso por sus puestos.

Mi padre pendiente del flanco derecho de nuestra postura en El Pedrejón Bajo.

Poca historia más tuvo la montería, una única ladra nos puso en verdadera alerta. El seco latir de los perros y el correr del bicho eran inconfundiblemente de marrano, como así nos confirmó Madueño con su alegres voces cantando la corrida del cochino. Una pena que corriera en dirección contraria, cosa también lógica pues con la carretera y su limpia margen era de esperar que prefiriera escurrirse por lo más sucio.

Vista de la parte izquierda del número 5 de la armada de La Carretera.

No tardamos en recoger, al momento de sentir las primeras caracolas estábamos guardando trastos y metiendo el rifle en la funda. El cielo se estaba encapotando y la lluvia no tardaría en hacer acto de presencia. Sin entretenernos mucho dimos cuenta de la comida en los aledaños del cortijo. Comida que más se parecía a lo que se sirve en un cuartel de campaña. El chaparrón finalmente llegó, y bien que llegó, pues en menos de cinco minutos nos pusimos hasta los huesos de agua, pudiéndonos refugiar únicamente en los coches.

Mohedano llegando a su suelta al finalizar la montería (foto cedida por Consuelo Márquez).

Bastante tarde salimos de allí, hubo que echar una mano a un coche atrancado por el mal estado de los carriles y esperar a mi amigo Sergio Sánchez Castañer, que había venido con nosotros en el coche. A pesar de salir a última hora allí no habían llegado ni la cuarta parte de las treinta y tres reses, ciervas aparte, que se cobraron. De los dieciocho cochinos, un gran marrano apareció en la junta a primera hora y es que los afortunados, oliéndose lo que podía pasar, lo cargaron en su propio coche para traerlo a la junta de carnes, eso sí, en un gesto bastante feo le cortaron la cabeza en la junta y se fueron sin dar tiempo a que los presentes lo contempláramos.

Bonitas las vistas de El Pedrejón Bajo desde un alto.

No me lleve muy buen recuerdo de aquel día, desde luego que no. El hecho de que gente joven, imagino que con ganas e ilusión de cambiar algunas feas costumbres que se ven hoy día en las monterías y así, enchufar sangre nueva y sin viciar a la sierra, no defienda la montería tal y como la deseamos y añoramos los aficionados, deja a uno un mal sabor de boca. Defensor como soy de una montería auténtica, no entenderé nunca que en ese afán de recortar gastos los primeros y más fáciles de eliminar sean las propinas de los perreros, y es que en El Pedrejón Bajo no hubo propina para los señores que con sus veintitantos valientes trabajaron duro por meternos las reses en el puesto y hacernos disfrutar.

Atravesaos de la rehala de D. Rafael Madueño.

jueves, 9 de junio de 2011

Alta Baja (Hornachuelos, Córdoba)


Ha llovido ya bastante desde que tuve la última oportunidad de montear más allá de San Calixto, ciertamente hace ya un porrón de años, y es que desde aquella ocasión en que estrené mis primeras botas altas en La Baja, no había vuelto por aquellos pagos tan monteros y tan míticos de esa zona de la Sierra de Hornachuelos. Cierto es que por la carretera que une Hornachuelos con Posadas o por la que lleva hasta Las Navas de la Concepción, he tenido la oportunidad de montear casi anualmente. En cambio, en esta que va desde San Calixto hasta Fuente Obejuna pasando por El Cabril, desgraciadamente hacia más de quince temporadas que no monteaba.

A mano izquierda, dirección a El Cabril desde Hornachuelos: el Alta Baja.

Si bien esta acabar el año monteando, empezarlo no se queda atrás. Así, tras pasar Noche Vieja y Año Nuevo en el campo, el segundo día del año y con una ilusión tremenda acudí a montear al Alta Baja. Enclavada en el mismo corazón de la Sierra de Hornachuelos y localizada en la margen derecha del río Bembézar se sitúa esta imponente finca a la que faltan adjetivos para calificar. Personalmente no tenía la suerte de conocerla, únicamente las referencias de mi colega y amigo Alberto Tendero, gestor que fue de la finca y por consiguiente, envidia (sana, por supuesto) de todo ingeniero enamorado del campo y la caza como un servidor.

Coqueto y con gusto el cortijo del Alta Baja.

El objetivo principal de la jornada eran las pepas, se trataba de un descaste de ciervas en el que también se podrían tirar marranos. Los venaos y los gamos, quedaban fuera del cupo pero se podrían abatir pagándose a bicho muerto, es decir pasando por caja al finalizar la montería. Después de los golpes anteriores, en los que se habían cobrado magníficos resultados en cuanto a calidad y cantidad, se veía necesario el control de la población de hembras, y es que el Alta Baja es una finca cercada, grande, pero cercada.

Monteros y dueños de rehala cordobeses entre los asistentes al Alta Baja.

Puntual fue llegando el personal al esplendido cortijo de la finca. Para muchos fue una enorme sorpresa encontrarse ese estupendo caserío con el que cuenta la finca. Para otros muchos, entre los que me encuentro, sorprendió mucho más lo maravilloso de la finca en sí. No llega a las tres mil hectáreas de superficie lo que posee el Alta Baja de cabida, siendo su orografía suave y quebrada a la vez. Rica en agua, con al menos un par de buenas pantanetas, y una vegetación rica y maravillosa. Todavía hubo alguno que se quejó de que estaba lejos, me imagino que por ponerle algún pero, porque la finca es una autentica preciosidad.

La peña Lances y Agarres fue la encargada de organizar la montería.

Mucha cara conocida, gente sobretodo de Córdoba capital, de Palma del Río, Hornachuelos y algún que otro montero sevillano, y es que el grueso de socios de la peña montera Lances y Agarres, encargada de organizar la montería, lo conforman monteros de esa comarca del suroeste cordobés. El día se presentaba sensacional: el sol, radiante, reinaba en un esplendido cielo azul y el frío, se puede decir, brillaba por su ausencia.

Podenco fino de la rehala de D. Juan de Dios Pliego.

Lejos de estar hartos de tanto homenaje culinario tras la Navidad, el personal se arrimó a las migas con apego. El primero, el mismo que suscribe, que difícilmente perdona un fantástico desayuno a base de migas con huevos fritos y torreznos en el campo. Tras esto, y como buen maniático que soy, mi palomita de aguardiente para asentar el nada ligero comienzo de la jornada. En el patio, los corrillos se iban formando con un monotema: la soberbia finca en la que nos encontrábamos.

Directiva de Lances y Agarres preparando la mesa del sorteo.

Sin las prisas de otras veces y marcando bien los tiempos, el grueso de los monteros se fue arremolinando entorno a la mesa del sorteo. En ella, parte de la directiva de la peña Lances y Agarres ultimaba los preparativos para dar comienzo al esperado sorteo de las cincuenta posturas con las que se cerrarían las aproximadamente mil doscientas hectáreas que se iban a montear. La imagen del concurrido patio del cortijo siguiendo atento las palabras de D. Antonio Salado era dignas de ver.

El patio del cortijo del Alta Baja durante el sorteo.

Rehalas se convocaron un total de treinta y dos, mucho terreno a batir y muy numeroso el cervuno que puebla el Alta Baja, por lo que estaba sobradamente justificado un número tan alto de rehalas. Los camiones y furgonetas de los perros esperaron en la entrada de la finca hasta que la mancha se cerrara, razón por la que no pude saludar a Ricardín Barbero y pasar revista a los vadillos hasta el final de la jornada.

Salado dando las advertencias pertinentes antes de dar comienzo al sorteo.

Acompañaría a José Morales, jefe de campo y miembro de la peña Lances y Agarres, al puesto. Con Morales congenio fenomenal, hombre de campo y magnífica escopeta, José, se puede decir, que ha sido el encargado de recoger el testigo del añorado maestro Juan Manuel Cope (q.e.p.d.), del que estoy seguro que aprendió mucho. Conocedor de la zona y gran aficionado, la caza la ha mamado desde pequeño demostrando en su labor como capitán de montería de la citada peña su profesionalidad y control en un mundo tan engorroso como lo es la montería.

Atentamente se siguió el sorteo en todo momento.

Ágil y con la complicación mínima que presentó la salida de los vehículos de los aledaños del cortijo, fueron partiendo las armadas. Poco se tardó en organizar aquello, y eso que cincuenta puestos no es moco de pavo, pero la agilidad de postores y monteros ayudó a que todo se efectuara de forma tan dinámica. De esta manera, y prácticamente sin darnos cuenta, llegó el momento de marcharnos a nuestro puesto: el último de la última armada.

Precioso el podenco de la rehala de D. Joaquín Vadillo.

El puesto era precioso, al igual que la inmensa mayoría de los que fuimos viendo hasta llegar al nuestro. Un amplio tiradero en el que dos regajos confluían delante de nuestra postura, teniendo así dos panderos sucios y un pelín largos, así como un laderón a nuestra izquierda para poder tirar. Ver, seguro veríamos bastantes reses, pues la amplitud del puesto era imponente. A nuestra derecha la tela nos separaba del río Bembézar y de los cerros de la vecina finca La Alameda. Lástima la presencia de la tela que afeaba el puesto.

Muy bonito y amplio nuestro puesto en el Alta Baja.

Las reses tardaron poco en empezar a moverse y aunque no cumplían, sus desconfiados movimientos las delataban y así lo podíamos apreciar desde nuestra ubicación. Mucho venao chico pudimos ver, y es que las mejores cabezas ya las habían quitado en anteriores monterías. Los tiros tardaron en escucharse pero cuando las detonaciones comenzaron a sentirse aquello fue un no parar. Un sobrado cupo de ciervas y unos puestos amplios y largos, fueron la principal razón del citado tiroteo.

Nueva panorámica del puesto.

Por medio de la emisora y el móvil fuimos siguiendo el transcurso de la montería. Desde distintos puntos de la mancha tanto perreros como monteros, nos tenían bien informados en todo momento de los acontecimientos. Los marranos iban saliendo, y poco a poco se iban cobrando las ciervas previstas. Nosotros, más pendientes del resto que de nuestro propio puesto, esperábamos con ilusión la llegada de los perros.

José Morales, pendiente en todo momento del transcurrir de la montería.

Bien cargado de reses estaba la vertiente del cerro que dominábamos, el Cerro Escobar. Así lo pudimos comprobar cuando las rehalas llegaron a dar cara a nuestra postura. En la mano alta Rafa Martínez Colacao capitaneando los podencos de la rehala de D. Juan de Dios Pliego, por la mano baja D. Juan David García y su rehala, y entre ambos José Antonio, perrero de D. Francisco Soriano. Bien organizados y hablándose en todo momento fue precioso verlos volcar al unísono en nuestra hoya.

Podenco con divisa collar verde sobre fondo blanco propiedad de D. Francisco Soriano.

Que alegría me dio ver montear la rehala de D. Juan David García, las buenas referencias de mi gente en Hornachuelos en absoluto me habían exagerado. Siendo aun joven, en el escaso tiempo que llevaba monteando esta rehala, ubicada en la finca Los Rayos, estaba consiguiendo su sitio en un mundo tan cerrado como el de las rehalas. Me alegro que la savia nueva consiga abrirse paso a base de buenos perros y honrado trabajo, y no por otras razones.

Buen trabajo el de las tres rehalas que trastearon el Cerro Escobar.

Una ladra en nuestras mismas narices nos pone en máxima alerta, son los perros de la mano baja y se trata de un marrano. Al momento la rehala al completo acude a la llamada del valiente que ha dado con el encame del cochino. Este, apretado por la fuerza de los perros, sale de su encame. Lo sucio del monte y la marabunta de perros prácticamente hace inútiles nuestros esfuerzos por dar con el marrano. Finalmente el primalón, porque se trataba de un primalón, es cogido por los perros culminando así un lance muy emocionante a pocos metros de nuestra postura.

Pronto dieron los valientes de la rehala de D. Juan David García con el marrano.

Con el cupo de las pepas cumplido y esperando escuchar las caracolas del final de la montería, aguardamos nerviosos por ver si se ha cumplido con la finca matándole las ciervas necesarias. Nos llegan noticias de que hay quien se ha animado a tirar un venao o incluso dos, de la misma forma nos enteramos que los cochinos poco a poco han ido saliendo. En fin la cosa no pinta mal y se le nota a Morales en su cara aliviada.

Poco a poco fueron llegando los monteros al cortijo del Alta Baja tras finalizar la montería.

A última hora, un espectacular gamo asoma sus palas en el raspín del Cerro Escobar. Su enorme trofeo nos hace pensárnoslo seriamente, y creo que hizo bien tapándose, porque nuestras intenciones no eran muy pacíficas. Seguramente se trataba del gamo, que según palabras del guarda, pudiera dar oro: ¡como para no pensárselo! Al final, por suerte para él y para nuestro bolsillo, acabó tragándoselo el monte.

Las primeras reses no tardaron en llegar al cortijo.

Ya en el cortijo pudimos intercambiar lances y volver sobre la belleza de la finca en la que nos encontrábamos. La espectacularidad de los puestos y el continuo movimiento de reses fueron de los puntos más comentados entre los monteros. Mientras, en un salón repleto hasta arriba de monteros, dimos buena cuenta del almuerzo a la par que fueron llegando las reses. Con las ciervas se cumplió, cobrándose las necesarias y previstas, marranos conté veintiséis, venaos once y gamos, la muestra: uno.

Charo Anaya y Gerardo Novales se divirtieron de lo lindo en su puesto del Alta Baja.

Completo y necesario resultado el obtenido por Lances y Agarres en el Alta Baja. Con este descaste de ciervas, aliñado con los marranos y con la posibilidad de poder tirar algún venao o gamo en el caso de que se quiera y se pueda rascar uno el bolsillo, esta peña cordobesa tuvo la oportunidad de montear en una gran finca como es la que aquí se trata. Lástima que la crisis haya salpicado a fincas como esta, y que por ello este sufriendo un desamparo que los que amamos el monte y la sierra nos cueste sobrellevar.

Con Mª José Pliego y Juan Fdez de Mesa jr. estuve charlando un buen rato. Buena cantera para el mundo de las rehalas.

jueves, 2 de junio de 2011

La Ballesta (Espiel, Córdoba)


No tiene perdida. La Ballesta se sitúa en la margen derecha de la carretera N-432 que une Córdoba con Espiel, justo al pasar el desvío que lleva a Villaharta. Complicado es no fijarse en esos cerretes tan apretados de monte que, estando a la vera de la citada nacional, rodean la última explotación de carbón que le queda a la Empresa Carbonífera del Sur en Andalucía. La minería, siempre tan ligada históricamente al Valle del Guadiato, parece que en esta mina conocida como La Corta Ballesta, agoniza sus últimos y polémicos días de actividad.

Placa colgada a la entrada del cortijo de La Ballesta.

Bastantes son las referencias que tenía de esta finca abierta, compuesta por la unión de cinco distintas: La Ballesta, Los Puerros, El Confitero, Nava Frías y La Adelfilla. Siempre me habían hablado de la sorprendente cantidad de marranos que albergan los aledaños de la mina, y digo sorprendente pues la mina sigue en explotación y todos sabemos el trajín que eso supone para las reses. Estarán acostumbrados a tanto ajetreo o quizás será que esas quebradas que conforman la cuenca que alimenta al embalse de Puente Nuevo son tremendamente querenciosas, vete tú a saber.

Junta de la montería La Ballesta.

La pasada campaña montera, el mal estado de los accesos y demás caminos que discurren por la finca obligó a suspender la montería, por lo que las ilusiones y esperanzas puestas en la mancha eran considerables. De nuevo, Sergio Sánchez Castañer me animó a que le acompañará, accediendo encantado a tan amable convidá. Al día siguiente era Noche Vieja y no había mejor manera de despedir el 2010 que monteando en compañía de un buen amigo como lo es Sergio.

Un par de buenos aficionados: Joaquín Vadillo y Nico Priego.

En la gasolinera de El Vacar paramos a tomar café antes de dirigirnos al lugar donde se celebraría la junta, que sería en el cortijo de la finca. Allí, muchas caras conocidas y todas con el mismo destino: La Ballesta. La cómoda proximidad de la mancha a la capital cordobesa nos evitó tener que madrugar, cosa poco grata en la época que nos encontrábamos: Navidad. Así, en apenas treinta minutos, llegamos puntuales a la reunión.

Buen ambiente el que reinó durante toda la jornada en La Ballesta.

Entre picatostes de pan frito y distintos tipos de repostería, fuimos acondicionando el cuerpo para el día de campo, además para remachar el desayuno una copita de anís de esas que solo saben así en la sierra. El día se presentaba espléndido, el sol radiante acompañado de un cielo raso hacía presagiar un magnífico día de campo. Poco a poco fueron llegando las furgonetas y camiones de las rehalas, los cuales fueron aparcando de forma ordenada a las espaldas del cortijo.

D. Joaquín Vadillo, Ricardín Barbero, El Cuca y Joaquín Vadillo hijo.

Se puede decir que la finca está dividida en dos manchones independientes, los cuales se montearían simultáneamente, cerrándose con un total de setenta posturas. Tras unas breves palabras y advertencias por parte de los señores Requena y Mariscal, propiedad de la finca, se pasó a un emocionado rezo en el que se recordó a algunos monteros desgraciadamente desaparecidos que eran asiduos a la montería de La Ballesta.

La propiedad dando las pertinentes advertencias previas al rezo.

Confiando en la buena mano de mi compañero, me dedique a pasar revista a las furgonetas de las rehalas allí congregadas, a la par que charlar con sus perreros. Entre ellas y por citar algunas la de D. Rafael Borland, la de D. Antonio Ángel Marín, la de D. Joaquín Vadillo, la de D. Juan Gómez y la D. Antonio Montoro de Pozoblanco. Buen plantel el citado para poner patas arriba los alrededores de la mina de La Corta Ballesta. Al momento, los postores nerviosos comenzaron a dar voces reuniendo a los miembros de sus armadas.

Precioso el podenco de la rehala de Vadillo.

Los coches los dejamos a la vera de una pista preparada para el tránsito de la mastodóntica maquinaria que trabaja en la mina. El paisaje era lo más parecido al panorama que se encontró Armstrong cuando llego a la luna, y un claro ejemplo del llamado impacto ambiental. Callados y con la vista puesta en las vereas, fuimos caminando dirección a nuestra armada. Los primeros puestos se descolgaron por una quebrada, mientras que el resto continuamos hasta el siguiente regajo donde, tras las indicaciones del postor, fuimos en busca de nuestra tira de plástico.

Crudo y desolador el paisaje de la explotación minera de La Corta Ballesta.

O nosotros fuimos muy torpes o es que el postor se explico fatal, la cosa es que no dimos con la dichosa tirilla del puesto y al final acabamos apostados donde imaginamos estaba el puesto. Por buscar no fue, pues nos recorrimos el grueso del regajo en busca de la marca, pero ¿tanto le cuesta a algunos supuestos postores hacer las cosas como toda la vida, dejándonos en el mismo puesto y explicándonos los pormenores del mismo? Claro, cuando vi que lo que tenía era prisa por llegar a su puesto, entendí que ni aquel señor era postor ni debía saber cuál es la tarea que debe realizar cuando se le encomienda colocar una armada.

Poco a poco se fueron quedando los puestos de nuestra armada.

El puesto, o lo que debía ser el puesto, era un amplio testero salpicado de encinas y chaparreras que en su parte superior se veía poblado de un monte más cerrado en el que destacaban tres o cuatro apretones de lentisco que tenían una pinta sensacional. El regajo que apenas dominábamos desde nuestra ubicación, estaba poco cerrado y su escasa entidad no merecía ni tan siquiera denominarlo arroyo. Al momento de acomodarnos estábamos ya sintiendo las rehalas llegar a sus sueltas, nos montearían los perros de D. Rafael Borland y los de D. Antonio Ángel Marín. Al menos disfrutaríamos viendo trabajar dos rehalas de bandera.

Berrendo de la rehala de D. Antonio Ángel Marín.

Lejos sentimos la algarabía de la suelta, al instante los punteros de ambas rehalas estaban trasteando las inmediaciones de nuestra postura. Los gritos de ánimo de Perico, perrero de Marín, y de Joaquín, perrero de Borland, se advertían inconfundibles en la lejanía. Poco tardaron los de Borland en dar con el cervuno. Dos venaos, nada feos por cierto, se pasean por nuestro testero seguidos de cerca por los berrendos de divisa negra sobre fondo azul y collarín de la cencerra amarillo propiedad de D. Rafael Borland. Lástima que no se pudieran tirar pues el lance fue precioso.

Testero de nuestro puesto en La Ballesta.

Por el flanco izquierdo sentimos una ladra paralela a nuestra ubicación, las voces de Perico indican que se trata de un marrano. Atentos y nerviosos, nos faltan ojos intentando clarearlo, pero lleva el viaje demasiado bajo y es el del puesto anterior al nuestro el que culmina tan espectacular lance, y es que el cochino llevaba la rehala completa tras de sí. Buen trabajo el de los bellos podencazos con collar y collarín de la cencerra azul propiedad de D. Antonio Ángel Marín.

El marrano corrió por el flanco izquierdo y lejos de nuestros dominios.

Bien coordinados, continúan monteando Borland y Perico sus respectivas manos. Van trabajando en condiciones, en continua comunicación, parándose y dejando hacer a sus valientes cuando hay que hacerlo, animándolos cuando hay que animarlos y escuchando cuando hay que escucharlos. Qué cosa más bonita, a la par que espectacular, es contemplar la faena de los perros haciendo las cosas bien, y que buen sabor de boca deja, aun no cobrando bicho alguno.

Buenas hechuras las del campanero de la rehala de D. Antonio Ángel Marín.

¡Anda que tardaron mucho en dar con los marranos cuando llegaron al apretón de lentiscos! En un instante se montó un guirigay de los que consiguen volver loco al corazón del más pausado. El tropel movía la espesura de lentisco de manera que aquello parecía una ola verde, que momento tan emocionante. Tal trapatiesta hacía imposible conseguir clarear alguno de los cochinos, y es que sin duda habían topado con varios. A nuestra derecha, y en un puesto con mejor visibilidad que el nuestro, los hermanos Varona, tan finos como de costumbre aprovecharon que uno de los marranos se alejó del barullo de perros, cochinos y lentiscos para ponerlo patas arriba. ¡Mira que tiran bien los Varona!

Berrendo de la rehala de D. Rafael Borland.

Muy largos y rodeados por perros conseguimos diferenciar algún otro cochino, pero ni se nos paso por la cabeza tirarlos en esas condiciones y a esa distancia. Al volcar los perros nuestro testero, llegó la calma al puesto. Aproveché para, prismáticos en mano, seguir el discurrir de la mano del otro manchón. El tiroteo, más centrado en ese otro manchón, era señal inequívoca de que aquello estaba bien cargado de marranos. Los tiros que se llevan y el juego que dan a una mancha los cochinos.

Los marranos estaban en el apretón del flanco derecho de nuestra postura.

La vuelta de los perros fue mucho más tranquila, únicamente fue enturbiada por nuestro ¿postor? que se llevo una merecida reprimenda al aparecer en nuestro puesto mucho antes de que los perros pasaran de vuelta. En su defensa alegó que aquello ya estaba finiquitado: sería que tenía mucha prisa por llegar al cortijo a meterle mano al puchero, porque un servidor no se perdía la vuelta ni por toda el hambre del mundo. Con la orejas gachas volvió sobre sus pasos y así pudimos Sergio y yo, disfrutar de la vuelta monteando, insisto monteando, de las rehalas.

Buen plantel de marranos el que se cobró en La Ballesta.

Ya en el cortijo, las caras sonrientes del personal delataban el buen resultado cosechado en La Ballesta. Se cobraron un total de treinta y seis marranos, mucha tropa menuda y un par navajeros; venaos se vieron varios y alguno bastante bonito. Las habichuelas estaban sensacionales, quizás por eso las prisitas del postor de nuestra armada. Poco tardamos en despedirnos y coger carretera para Córdoba, antes y con ayuda del móvil avisamos a Borland de que uno de sus valientes, concretamente Caracol, se encontraba cerca del camino de acceso a la finca. Al momento Joaquín llegó con el camión a recogerlo, era el último que le faltaba por llegar, estando así completo, cosa rara para lo temprano que era.

Perro de la rehala de D. Antonio Montoro descansando en el remolque al finalizar la montería.