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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

jueves, 16 de junio de 2011

El Pedrejón Bajo (Hornachuelos, Córdoba)


Las cosas de la vida. Me tiro prácticamente década y media sin montear más allá de San Calixto y en menos de una semana tengo la oportunidad de montear; domingo en el Alta Baja, como relaté en la anterior entrada, y sábado siguiente en El Pedrejón Bajo. En pleno corazón del Parque Natural de la Sierra de Hornachuelos y en la margen derecha de la carretera que lleva a El Cabril, se sitúa esta finca abierta de unas mil hectáreas de superficie.

Tarjeta de puesto de la montería de El Pedrejón Bajo.

Mucha ilusión me hizo cuando Javi Escribano, nuestro Maldini de las monterías, me llamo para decirme que contaban conmigo para El Pedrejón. Siempre que se tiene la ocasión de montear por primera vez en una finca que no has cazado nunca, las ganas y la fe que te genera suelen ser bastante considerables. Y así fue como en compañía de mi padre monteamos aquel segundo fin de semana de Enero de la temporada 2010/11 a El Pedrejón Bajo.

Vistas de la mancha de El Pedrejón Bajo.

Nos citaron a la vera de la carretera, a unos cuatro kilómetros antes de llegar a la finca. El día no pintaba muy halagüeño, los pronósticos del tiempo daban agua y el cielo negro delataba que no tardaría mucho en empezar a caer. Así fue, y mientras dábamos cuenta de las migas hubo que correr a los coches a por la ropa de agua porque lo que empezó con un simple calabobos terminó en un fuerte apretón.

Preparando la mesa del sorteo.

Bastante gente y mucha de fuera de Córdoba, cosa rara. Se montaban casi un centenar de posturas, en concreto noventa y seis puestos, aquello era digno de ver. He ido ya a bastantes monterías con tanto puesto, pero no dejan de llamarme la atención. La organización corría a cargo de Daniel Ballesteros, un joven aficionado que está dando sus primeros pasos en lo que se refiere a organizar monterías. Arrojo y ganas no le faltan, y es que El Pedrejón no es finca fácil de lidiar.

La lluvia no respetó el sorteo, siendo necesario sacar paraguas y sombrillas.

Las rehalas fueron citadas en un bar de Hornachuelos con bastante solera montera: El kiosco. Desde allí saldrían, las más de treinta que se convocaron, hacia la mancha y se organizarían las distintas sueltas. Entiendo que algún perrero se quejara de que el lugar elegido para su junta quedaba algo retirado de la mancha y es que del pueblo de Hornachuelos hasta la finca hay un buen paseíto.

Una de las rehalas convocadas para montear El Pedrejón Bajo, la de D. José Ortega.

Con tanta gente y la nada fácil tarea del cierre de una mancha como El Pedrejón Bajo, la decisión de sortear por armadas fue todo un acierto. Poco tardó en escucharse mi nombre, iría al cierre de La Carretera, concretamente el número cinco. Con ese nombre ni me planteé el preguntar por la armada o el puesto, estaba claro que iba a la mismísima carretera. Que poca gracia me hizo, y es que ya me debía de ir mentalizando que me volvería para casa sin conocer la finca, con lo que me fastidia a mi eso.

Preciosa collera de berrendos finos propiedad de D. Ramón Mohedano.

Entiendo que se tenga prisa en cerrar la mancha pero el rally que tuvimos que correr para no perder la estela del coche del postor hasta llegar al primer puesto fue una auténtica desproporción. La armada, fácil de describir, discurría cerrando por linde de la carretera. Los coches los íbamos dejando en el arcén de la carretera y nos metíamos trescientos metros en la finca. Puestos bonitos, amplios, de testeritos, en fin que además de entretenernos con el tránsito de los vehículos por la carretera podríamos llegar a ver montería.

Daniel Ballesteros, megáfono en mano, dando las instrucciones previas al sorteo.

Nuestro puesto no era bonito pero tampoco feo, poco esperanzador sí. Se situaba en la margen izquierda del Arroyo del Satillar, en una sucesión de suaves lomas repletas de jaras y salpicadas de algún chaparro de poco porte. No acabé yo de ver el puesto, pero estábamos en finca abierta, era un cierre, y en fin, alguna pequeña esperanza me quedo después de analizarlo fríamente. Lo que no me hacía nada de gracia era estar tan separado del meollo y con escasa oportunidad de ver trabajar los perros de las distintas rehalas.

Nuestro puesto en El Pedrejón Bajo: el número 5 de armada La Carretera.

La imagen de la interminable fila de camiones, furgonetas y remolques de las rehalas pasando por delante de nosotros fue espectacular. Es de esas cosas que se le quedan a uno en la retina, además raro era el perrero que al ver mi coche en la carretera no pitaba para saludar o me buscaba entre el espeso jaral donde me encontraba apostado. Eran muchas las rehalas y hubo un momento que todo lo largo de la carretera que dominaba desde donde me situaba estaba ocupado por un vehículo cargado de valientes perros de rehala.

Preciosa la imagen de la fila de rehalas camino de la mancha.

Los tiros tardaron poco en empezar a escucharse, las reses con el movimiento de los camiones de las rehalas por la mancha empezaron a menearse de sus encames. La suelta no se hizo esperar mucho y pronto estábamos sintiendo las voces de los perreros animando a sus valientes. Nuestra localización ayudó poco a poder seguir en condiciones el discurrir de las rehalas por sus manos y es que hubo momentos que apenas las sentíamos.

Vista frontal de nuestro puesto en El Pedrejón Bajo.

Los encargados de trastear las espesas quebradas de jaras que rodeaban nuestras inmediaciones fueron los bonitos atravesaos con collar blanco sobre fondo verde propiedad de D. Rafael Madueño. Buen trabajo el de esta rehala de Villaviciosa de Córdoba. Largos, con codicia y sin muestras de aburrimiento registraron las distintas cañadas que teníamos a nuestro alrededor dejando claras muestras de que por esa orilla de la carretera había poca chica.

Suelta de la rehala de D. Ramón Mohedano en El Pedrejón Bajo (foto cedida por Consuelo Márquez).

El hecho de que se pudiera tirar las ciervas provocó que en ciertos momentos aquello pareciera una guerra, tiros a diestro y siniestro. Uno, que no está muy de acuerdo con quitar madres a lo abierto, respetó las que le pasaron, intentando únicamente rematar, con poca puntería por cierto, una pepa que pasó ligera por el limpio claramente herida en un jamón. Estoy seguro que alguno de los vecinos de armada la cobraría pues tiros se sintieron al paso por sus puestos.

Mi padre pendiente del flanco derecho de nuestra postura en El Pedrejón Bajo.

Poca historia más tuvo la montería, una única ladra nos puso en verdadera alerta. El seco latir de los perros y el correr del bicho eran inconfundiblemente de marrano, como así nos confirmó Madueño con su alegres voces cantando la corrida del cochino. Una pena que corriera en dirección contraria, cosa también lógica pues con la carretera y su limpia margen era de esperar que prefiriera escurrirse por lo más sucio.

Vista de la parte izquierda del número 5 de la armada de La Carretera.

No tardamos en recoger, al momento de sentir las primeras caracolas estábamos guardando trastos y metiendo el rifle en la funda. El cielo se estaba encapotando y la lluvia no tardaría en hacer acto de presencia. Sin entretenernos mucho dimos cuenta de la comida en los aledaños del cortijo. Comida que más se parecía a lo que se sirve en un cuartel de campaña. El chaparrón finalmente llegó, y bien que llegó, pues en menos de cinco minutos nos pusimos hasta los huesos de agua, pudiéndonos refugiar únicamente en los coches.

Mohedano llegando a su suelta al finalizar la montería (foto cedida por Consuelo Márquez).

Bastante tarde salimos de allí, hubo que echar una mano a un coche atrancado por el mal estado de los carriles y esperar a mi amigo Sergio Sánchez Castañer, que había venido con nosotros en el coche. A pesar de salir a última hora allí no habían llegado ni la cuarta parte de las treinta y tres reses, ciervas aparte, que se cobraron. De los dieciocho cochinos, un gran marrano apareció en la junta a primera hora y es que los afortunados, oliéndose lo que podía pasar, lo cargaron en su propio coche para traerlo a la junta de carnes, eso sí, en un gesto bastante feo le cortaron la cabeza en la junta y se fueron sin dar tiempo a que los presentes lo contempláramos.

Bonitas las vistas de El Pedrejón Bajo desde un alto.

No me lleve muy buen recuerdo de aquel día, desde luego que no. El hecho de que gente joven, imagino que con ganas e ilusión de cambiar algunas feas costumbres que se ven hoy día en las monterías y así, enchufar sangre nueva y sin viciar a la sierra, no defienda la montería tal y como la deseamos y añoramos los aficionados, deja a uno un mal sabor de boca. Defensor como soy de una montería auténtica, no entenderé nunca que en ese afán de recortar gastos los primeros y más fáciles de eliminar sean las propinas de los perreros, y es que en El Pedrejón Bajo no hubo propina para los señores que con sus veintitantos valientes trabajaron duro por meternos las reses en el puesto y hacernos disfrutar.

Atravesaos de la rehala de D. Rafael Madueño.

3 comentarios:

  1. Si no dan propina a los perreros, los dueños de rehala lo tendrían que tener en cuenta y no aceptar cuando en el futuro les avisen esa misma gente. Hablo de dueños de rehala, los que las alquilan para hacerse pasar por dueños que les paguen ellos la propina. saludos. JTZ

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  2. Buenas Rorry:

    La sangre nueva que esta entrando en esta sierra y empezando a montear quiere sacar todo el provecho del mundo. Asi las costumbres antiguas como tu dices y que todo el mundo conocen ya son muy pocas las que se dan en las monterias y si se dan es por que quien lo organiza lleva muchos años en este mundo de la monteria.

    Un saludo

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  3. Qur buen relato Rorry..un saludo cordial.

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