Se puede decir que ni pare en casa, el paso por Córdoba a la vuelta de El Pedrejón Bajo fue testimonial. Dejar a Sergio y a mi padre, y sin entretenerme lo más mínimo tomar carretera de Badajoz dirección a Espiel, término municipal donde se sitúa la finca de Nava Obejo. El rosario de convocados fue haciendo acto de presencia poco a poco, prácticamente la mayoría veníamos de montear, ya fuera en Los Valles, en El Álamo, en Los Llanos de los Morenos o en El Pedrejón, como era mi caso.
Vistas del cortijo y perreras de Nava Obejo.
Los trastos de matar se fueron acumulando en la entrada, mostrando el zaguán una imagen más digna de otros tiempos más rancios. El corrillo, como en toda buena reunión campera, en los aledaños de la cocina y no muy lejos de la imprescindible y acogedora chimenea. Entre abrazos, bromas y chascarrillos fuimos contando cada cual su batallita del día, sin duda el triunfador de aquel sábado invernal fue José Ignacio. El pequeño de los Moreno se apioló un marrano descomunal en uno de esos pegotes entre amigos a los que nunca se debe faltar.
José: tenía que sacarte con tu marranaco.
Luis Giménez padre mostró sus dotes culinarios manejando fogones y hornillos, nos preparó una cena de las que reaniman a un muerto, todo ello regado con los mejores caldos de la tierra. La sobremesa, aliñada con los chistes de Joaquín Solanas, las picardías de Antonio Palacios o las ocurrencias de José Luis del Campo, dio bastante juego. Por haber, hubo hasta homenajeado: Álvaro Morales cumplió años y sopló las velas como era de recibo. Del resto de la noche tengo lagunas, solo recuerdo que madrugamos mucho, o más bien, dormimos poco.
¡Con que buena predisposición pega uno el salto de la cama cuando se va a montear! Y es que ni el más dormilón se hizo el remolón al sentir el toque de diana de Luis padre. Al instante estábamos en el patio cargando los coches con los cachivaches monteros. La ropa de agua no podía quedarse en tierra, la mañana pintaba fea y la lluvia no tardaría en hacer acto de presencia. Vaya guasita la de las lluvias durante la temporada, pocos fines de semana ha habido sin que haya caído algún chaparrón.
En el patio del cortijo de Nava Obejo organizando la partida montera.
En la junta, las migas con chorizo y el café calentito se encargaron de poner el cuerpo a tono. Poco a poco fue llegando el personal, entre ellos José Antonio Spínola y Nono Román, que por compromisos -conociéndolos, imagino que serian muy serios- no pudieron venir a dormir la noche de antes. Las doce rehalas convocadas también fueron dando la cara en el caserón donde el Club de Cazadores de Asland nos había citado. Entre ellas, alguna de las que gustosamente elegiría para que me entraran monteando, y es que por allí aparecieron las furgonetas de las rehalas propiedad de D. Calixto Barba y D. Rafael Muñoz o la de D. Javier Manrique.
La rehala de Nava Obejo se quedó descansando en las perreras, no gusta a sus patrones sacarlos a montear en su casa. Los que no faltaron fueron Adolfo, su perrero, y su inseparable mano derecha y compañera de faena: Anita. Por un día cambiaron de tercio: el romper monte con sus valientes por el cómodo y emocionante puesto. Encontrarme con Anita es siempre una alegría, es grande el cariño que nos profesamos y sincera la complicidad presente entre dos blogueros enganchados, como lo estamos ambos, al mundo de la rehala.
Luis organiza sus puestos de manera que vayamos de dos en dos, cosa que agradecemos y gustosamente acatamos. En esta ocasión un gran amigo, Álvaro Giménez, sería mi compañero de postura. El sorteo nos mandó a un cierre, el denominado de Los Pozos, concretamente el puesto número 1. La cara de Luis padre no fue muy esperanzadora y es que, se puede decir, que no tuvimos mucha fortuna al meter la manita en el montón. Y sí, fue mi mano la culpable.
Con D. Calixto Barba y su hijo Alvarito estuve charlando un buen rato, repasamos la situación actual del mundo de la rehala y cambiamos impresiones acerca de hacía donde se dirige un gremio tan importante y tan poco valorado en la montería. Debutaban monteando en esta mancha y su única preocupación, o mejor dicho ilusión, era que desde su puesto pudiera ver montear a Juani, su perrero, y a sus veintitantos valientes de divisa collar azul y collarín de la cencerra amarillo.
En una de las amplias pistas de la cantera fue donde dejamos los coches, de ahí hasta nuestro puesto un pronunciado terraplén y una estrecha verea de poca entidad. La armada rodeaba un cerrete muy apretado de coscoja y lentiscos, de esos que le entran a todo buen aficionado por los ojos. La lástima, que nuestra armada cerraba con unos llanetes limpios próximos a la carretera nacional. Complicado que un marrano corriera buscando esos limpios, pero nunca se sabe y muchas veces, los cochinos, buscan estos filos con el limpio en su huida de los perros.
Camino de los puestos por una de las pistas de la cantera.
Llegar al puesto y soltar una carcajada fue todo uno. Álvaro y yo no lo pudimos evitar. Por mucho que el postor nos quiso justificar la ubicación de aquel paso y la predisposición de ilusionarnos que siempre nos acompaña a ambos, la carita que se nos quedó fue todo un poema. Justificación a tal puesto buscamos hasta debajo de las piedras y únicamente el hecho de cubrir una verea fue a lo único claro que conseguimos llegar. No me gustaría que me tacharan de exigente, pero créanme que aquello no había por dónde meterle mano. En fin, está visto que debe ser muy aburrido y costoso recorrerse año tras año las armadas, revisar como ha crecido el monte e intentar mejorar los puestos.
El colmo fue cuando nuestros vecinos empezaron a andurrear su puesto, en un primer momento pensamos que alguno tendría una necesidad imperiosa de aligerar carga pero cuando vemos que uno de ellos se coloca, abriéndose de su socio, a menos de diez metros de nuestra tira tuvimos que ir a recriminarle su actitud. Parece mentira que esta fea costumbre no seamos capaces de erradicarla de nuestra montería, con lo peligroso e incómodo que es.
La lluvia no tarde en dar la cara, bien pertrechados nos colocamos bajo el paraguas y nos engalanamos con el manido capote montero. Nos soltarían cerca de donde dejamos los coches y montearían el cerro que dominábamos (lo de "dominábamos" es un decir) rodeándolo para terminar la mano cerca de nuestra situación. Ver repechar a lo lejos las furgonetas de los perros de D. Calixto Barba y de Manrique me hizo saber que me quedaba sin verlas trabajar en el monte.
Collar verde y collarín de la cencerra naranja, rehala propiedad de D. Javier Manrique.
La verdad que el cerrete que nos montearon tuvo poca chicha, creo que en la cara opuesta a la que nos situábamos salió un marrano, pero poca cosa más que reseñar. La posible emoción de sentir ladras y tropeles en un puesto tan cerrado, se quedo en eso, en un posible. Allí no se movió un jopo. Suerte que el buen hato no nos faltó y gracias a él, la mañanita de agua y poco meneo la lidiamos mejor. En cambio, por la otra parte de la mancha si hubo más movimiento, se sintieron tiros y según me comentaron en la comida hubo bastantes ladras.
Me dan ganas de morderme la lengua y quizás sea lo más indicado cuando llega el momento de hablar de las rehalas que me montearon, pero es que a mí no me gustaron. ¿Y por qué no me gustaron? Los perros alrededor del perrero, sin afición y sin ganas. Los perreros cumpliendo expediente, sin involucrarse en absoluto, sin cambiar las entonaciones de sus voces y no hiriéndole la casta el que sus perros no latan una sola res en toda su mano. Que sí, que el día fue horrible para romper monte y más aun ese tipo de terreno tan cerrado y duro. Que sí, que cuando no hay reses los perros se aburren y se arremolinan en torno a su perrero. Que sí, que excusas me valen todas, pero que a mí no me gustaron. Insisto, fue mi mano, porque hubo algún amigo, como José Luis del Campo que con todo lo grande que es, disfrutó como un enano viendo trabajar a las rehalas que le montearon.
Tiros se sintieron bastantes, alguno contó cerca de setenta y cinco detonaciones, pero en una mancha tan complicada de montear y con unos ajustaeros tan difíciles es normal que se falle mucho, y más tratándose de marranos. De nuestra camarilla, los más afortunados fueron Alfonsito Enríquez y José Luis del Campo, cobrando sendos cochinos. El total fue de ocho marranos, cumpliéndose así con la mancha, y es que parece que el Club de Cazadores de Asland le va cogiendo la medida a esta montería.
Unos callos sensacionales y un, no menos sabroso, cocido ayudaron a templar el resentido cuerpo después de la larga noche y los intensos aguaceros soportados durante la mañana. El buen ambiente reino de nuevo en esta mancha, que junto a la denominada El Castillo, conforman el grueso, en cuanto a la mayor se refiere, de este Club de Cazadores Lafarge Asland.
A los Luises, padre e hijo, darles la enhorabuena por la gran idea que tuvieron organizando este enreo montero tan salao y animarlos para que temporada tras temporada sigan preparándolo con tanta ilusión y con tantas ganas como lo hacen año tras año. Para un grupo de amigos y aficionados como el nuestro, la oportunidad que nos brindan de pasar una jornada así es un auténtico lujazo.
eso de que te ayuden a revivir las mojadas del invierno en dias tan calurosos como el que hace hoy, no tiene precio...gracias personaje :)
ResponderEliminarel sentimiento es mutuo, compartido y sobre todo, tengo la certeza de que seran muchos los años que podamos compartir esos instantes, porque la predisposición aque asi sea, es enorme. lo bonito de este mundo, montero y rehalero, es que te hace conocer personas que te acompañaran siempre....
GRACIAS COMPAÑERO :)
p.d. un pequeño apunte, en la foto de grupo salis todos tan sonrientes, porque la que apreto el botoncito de la camará fui yo :P
Algo inventaremos el año que viene para que por lo menos veais dos vereas.
ResponderEliminarEs un placer contar con vosotros.
Abrazos, Luis.