Rápidamente nos pertrechamos con lo mínimo e imprescindible para que el rececho fuese cómodo. La ropa justa, pronto sobraría. Una pequeña mochila, los prismáticos y el rifle. A pesar de la falta de credibilidad por mi parte en el trípode de Martin, insistió en que lo llevaría pues según me comentó podía sernos de mucha ayuda en caso de que el tiro tuviese que efectuarlo de abajo hacía arriba, además es un buen apoyo que siempre se agradece en la montaña a la hora de subir y bajar.
Ya sobre el terreno, y cuando la espesura arbórea nos permitió ver la orografía del terreno, Martin, nos detalló su plan para esa primera jornada, además nos explicó cuales eran los límites perimetrales de su área. A medida que fuésemos subiendo en altura, la presencia de vegetación iría disminuyendo para prácticamente reducirse a una mínima alfombra arbustiva en la zona más alta. Cristina y yo fuimos rápido conscientes de como tendría que estar de nieve todo aquello en época estival.
Martin, experto guía, sabía perfectamente el perfil de quien llevaba tras él recechando, para alguien con su experiencia era sencillo catalogar a quien debía llevar a cazar en esta ocasión. Dos jóvenes que sabían bien de que iba este tipo de caza y que más la ilusión que sus propias piernas, serían lo que los llevaría hasta donde hiciera falta trasponer en busca del rebeco alpino.
Con periódicas paradas fuimos escudriñando cada rodal de aquel impresionante cazadero hasta que conseguimos llegar a lo más alto, a la frontera con el distrito de Wolfsberg. Fue en lo más alto donde hicimos la parada más larga. La ausencia de rebecos en todo el trayecto tenía desorientado a Martin, no podía creer que en todo ese rato que había transcurrido desde que dejamos el coche hasta que llegamos a lo alto de aquella cordillera aun no hubiéramos visto ni un bicho. La querencia en aquella zona es que las piaras se fuesen moviendo conforme avanzaba la mañana desde el área lindera por el norte hacía la suya, pero la realidad es que allí no había ni rastro de ningún chamois.
Pues si, costó, pero finalmente conseguimos ver los primeros rebecos, lejos no, lejísimos, y fuera de nuestra área de caza, pero por fin aparecieron. Cristina y yo temblamos de emoción, por fin los veíamos aunque fuese a tanta distancia. Martin echo mano del catalejo para poder evaluar el trofeo. Eran varios machos, alguno cumplía con creces el perfil de lo que buscábamos pero su localización y lo tranquilos que se hallaban pastando hizo que lo descartáramos como una opción real para esa jornada de mañana.
Continuamos descendiendo, las paradas seguían siendo continuas, eso si mucho más cortas. De nuevo otra piara de rebecos, estos mas próximos y mucho más accesibles. Decidimos aproximarnos para poder verlos mejor y aclarar si entre ellos alguno merecía la pena. Efectivamente iban careando como Martin nos explicó, venían hacía su área de caza, si bien algunos estaban echados rumiando y lo más normal es que sestearan allí hasta la tarde en que volvieran a iniciar su usual careo.
Decidimos retirarnos, dejarlos allí tranquilos y volver por la tarde a ver si habían entrado ya en el área de caza de Martin. Por ello comenzamos la vuelta hacía el coche, un suculento almuerzo nos estaba esperando en Gut Keutschachhof. En la vuelta, mas relajados y comentando cual sería el plan para la tarde vimos un par de rebecos bastante buenos, uno nos sorprendió y apenas pudimos ver su trofeo pero por la zona desde donde nos salió y las hechuras del animal, Martin nos dijo que era un gran ejemplar que tenía visto. El segundo rebeco que vimos, aunque también nos vio, antes que nosotros a él, intentamos hacerle una rápida entrada pues a Martin también le gustó. Todo muy precipitado y difícil, aun así lo llegamos a ver en la misma ladera y no muy lejos, hasta tres veces, pero no tuve tiempo de meterlo en el visor.
Con ese último achuchón de rebecos nos despedimos de la jornada matutina y volvimos al Gut Keutschachhof. Allí, Andrea, nos había preparado un rico almuerzo para reponer fuerzas. Cristina y yo, que habíamos hecho más que méritos para ello, dimos buena cuenta de aquellos manjares austriacos. A continuación, y sin titubeos, caímos en la cama a descansar y así coger fuerzas para estar en plenas condiciones para la ilusionante tarde que teníamos por delante, y más aun después de la subida de adrenalina con la que finalizamos la mañana.
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