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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

jueves, 22 de marzo de 2018

Nuestras señas de identidad

Aquel que, como es mi caso, lleva muchos años con esta ilusión de los perros en la cabeza, es lógico que haya dejado volar su imaginación más de una vez, en ocasiones con detalles secundarios pero ilusionantes dentro de lo que supone una rehala de perros. Estos detalles tienen la importancia que tienen, realmente poca, pues para mi una rehala es mucho más que lo que a continuación os detallaré, pero son distintivos que merecen una explicación, y sobretodo darlos a conocer.

Con trece años, apuntando maneras. El Cotillo, 25 de febrero de 1995.

Son muchas las bases que hay que asentar a la hora de arrancar. Los detalles de menos peso, seguramente sean los más populares y los que en ciertas ocasiones hasta de rabia tener que contestar, pues el mero hecho de ser capaz de preguntarlas ya desnuda el pelaje del curioso. Por desgracia es habitual que tras conocer que somos propietarios de perros, nos pregunten: ¿Cómo se llama vuestra rehala? No, nuestra rehala no se llama, tiene propietarios. La moda de nominar una rehala silenciando su propietario, es algo que nunca asimilaré. ¿Por qué? 


Nuestras chapas listas para ponerlas en los collares. 

Los cimientos estaban claros, muy claros. Los que me conocéis o sois fieles seguidores de este blog, sabéis de mi rancio concepto de rehala. Cristina y yo, desde el primer momento lo teníamos claro y decidimos, llegado el caso, morir con las botas puestas. Los perros son nuestro capricho y nuestra ilusión, nunca un negocio, y si nos embarcábamos de esta manera era para disfrutarlos. Formas de disfrutarlos hay muchas, no lo pongo en duda, la nuestra, sencilla de entender. Nuestra manera es teniendo la posibilidad de verlos cazar desde un puesto y defendiendo unas condiciones dignas tanto para Angelillo, nuestro perrero, como por supuesto, para nuestros perros.

Cristina, en la perrera, jugando con los cachorros. 

Con esos requerimientos, poco usuales hoy día, es normal que desde primera hora asumiéramos un nivel de exigencia superior, o cuanto menos equivalente. No sería la única razón por la cuál teníamos claro donde queremos llevar el listón, sino por afición, orgullo, vergüenza y ganas de achuchar. Con esos fundamentos claros, y la conciencia de que era nuestro primer año, nos tiramos a la mar (o al monte, que parece más propio). Perros, muchos y cazando, pero cazando, no espantando, el tipo ya llegará.

Sueltos en la amplia parcela de la perrera.

Un líder, Angelillo, absoluto en el monte y consensuado en la perrera. En el monte cazando, insisto, cazando. En la perrera con la suficiente responsabilidad, afición y conocimiento como para cuidar de nuestra rehala, la de Cristina y mía, como si fuese suya, asimismo coherente con el cuidado de nuestra furgoneta, la de Cristina y mía, que es su medio de transporte, y el de los perros. Humilde, exigente y trabajador, conocedor de la profesión y de su rol.

La caracola con el color de nuestra divisa.

Los defectos y las posibles virtudes, que como monteros y dueños de rehala podamos tener Cristina y yo, quedan para los que nos conocen o nos han dado la oportunidad de conocernos la pasada temporada. No es el propósito de este post pregonar nuestras faltas, ni mucho menos aclamar nuestras virtudes, simplemente presentar a los que no conozcáis nuestra filosofía. Nuestro propósito, sencillo, una rehala que cace (del verbo cazar, no espantar), haga disfrutar a los monteros y engrandezca nuestra montería, y por parte de Cristina y mía, educación, afición y saber estar en el puesto.

Cristina, una tarde de verano en la perrera. 

Lejos de querer hacer de nuestra rehala una ganadería de reses bravas, si hemos visto oportuno y, porque no decirlo, bonito, caracterizarla. Señal, hierro y divisa, como singularidades para diferenciar nuestra rehala. Siempre, desde muy pequeño, me ha gustado fijarme en los perros que me cazan y si sus faenas lo merecen, poder, gracias a su divisa, hierro o tipo, acercarme a su propietario en la merienda e intercambiar pareceres de lo visto desde mi puesto, o incluso relatarle algún lance, si ha sido el caso, protagonizado por ellos. Si desconozco el propietario, al menos tener los medios suficientes como para poder preguntar de quien son los perros con tal color de los collares, cual hierro en el costillar o en la furgoneta, incluso tal tipo de perros. Créanme, el comentario más insignificante hacía un dueño de rehala acerca de sus perros al finalizar la jornada, tiene, al menos para mi, más valor que las reses que haya podido cobrar ese día.

Con nuestros perros en los Jardines de Colón de Córdoba. 

Yendo por partes, empezare por lo que en el bravo se llama la señal, en este caso de un perro de rehala, quizás sea más apropiado hablar de tipo, aunque señal como tal, para mi, los nuestros, la llevan. Para no entrar en polémicas y en detalles hablaré del tipo de nuestros perros. Se tratan principalmente de podencos de talla grande, podencos que si tuviera que caracterizarlos con un adjetivo, este sería embastecidos. Fuertes, de pechos fornidos y de recios aplomos. Aspecto serio. Su andar en el monte y el aspecto de su jopo cazando, en mi opinión los singulariza. Además, lo complementan un incuestionable rejú de perros variopintos, que si son parte de nuestra rehala es por una sola razón; cazan.

El Tamarón, perro muy en el tipo.

El color de la divisa, es decir, el color de los collares: negro, y un solo collar. Si, negro, poco vistoso pero elegido a conciencia. Diferenciador por lo poco frecuente de su uso y serio dentro del despropósito que se ha convertido esto de los collares de los perros de rehala. Con cencerrilla si, nos gusta esa alegría en el monte a pesar de lo mucho que han hablado "eruditos de la materia" acerca del colosal perjuicio que provoca mermando los sentidos del perro para cazar.

Collar negro con cencerrilla, nuestra divisa. 

Por último el hierro, un hierro nuevo diseñado para este fin y que únicamente esta presente engalanando tres de las puertas de nuestra furgoneta. No fue sencillo decidirse, y mucho me costó conseguir el visto bueno de las partes implicadas, pero finalmente cuajó. Nuestro hierro es composición de las heráldicas de Cristina y mía, combinando ambas acerté a dar con él una tarde de inspiración y aburrimiento. Como he detallado, exclusivamente lo lleva nuestra furgoneta, nuestros perros no lo llevan en sus costillares, personalmente no me gusta tatuar los perros pero respeto quien lo hace.

Nuestro hierro y su procedencia. 

Y así, de esta manera resumida, detalló nuestras señas de identidad, quizás muchas de ellas muy superficiales pero en conjunto, la puesta en escena para nuestra primera campaña como dueños de rehala. De este modo os facilito el que nos reconozcáis a propietarios: Cristina y yo, perrero, Angelillo, y perros, y si llegado el caso nos encontramos, Dios lo quiera en la sierra, no receléis en acercaros y presentaros, y si os apetece hablar de perros, ni lo dudéis, es más, os agradeceremos que nos abordéis y lo hagáis.

Angelillo realizó un gran trabajo hasta dejar así nuestro vehículo.

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