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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

miércoles, 20 de junio de 2018

Sarna con gusto...en la comarca de La Jara

Y tanto que forzamos la máquina. El día anterior habíamos cazado en la frontera entre Badajoz y Cáceres. Esa misma noche, mi querida tía Marina se casaba felizmente en Córdoba, y al día siguiente, casi sin descansar, traspusimos a tierras toledanas, al norte de una de las tres alquerías dependientes del municipio de Los Navalucillos, concretamente en Robledo del Buey. Tuvimos que pedirle a un amigo, a Rafa El Yepas, que se viniera con nosotros y fuese el quien condujera mientras Cristina y yo intentábamos descansar.

Cristina posando junto al roll up de "Cinegética Luis Tano".

A partir de la Puebla de D. Rodrigo fue cuando nos empezamos a enterar de donde estábamos. Un café en Horcajo nos hizo medio espabilar, por delante el último apretón de kilómetros, aun quedaba pasar por las tres pedanías de Los Navalucillos: Valdeazores, Los Alares y Robledo del Buey, hasta llegar al lugar donde nos habían citado, más particularmente en La Cabrera. Allí, en esta coqueta casa rural, a pie de la nacional CM-4155, sería donde se celebraría la junta de Vallecasar, finca que monteábamos aquel caluroso día de octubre.

La junta se celebró en la casa rural "La Cabrera".

La primero que pensé, nada más bajarme del coche, fue si Angelillo iba a ser capaz de llegar hasta allí con las explicaciones que le había dado días antes. Era buena hora, entramos a la cafetería de La Cabrera para saludar a Luis Tano y hacer un poco de tiempo para llamar a ver por donde venía Angelillo. Él estaba citado algo más tarde que nosotros, como es habitual y lógico en las monterías de hoy día, perros y perreros agradecen este aspecto, si bien a los que nos gusta conocer las rehalas convocadas, alternar con perreros y echar un vistazo al "material" que traen en sus furgones, nos han quitado ese bonito rato antes de salir hacia los puestos.

Poco a poco fue llegando el personal al lugar de la junta. 

En seguida se vieron circular los platos de migas, el perol ya estaba en el salón y la cola no tardó en configurarse. Estos primeros y calurosos días, las migas cuesta más de la cuenta que entren, pero ciertamente, acaban cayendo. La copita de aguardiente posterior ayudó a que el nutrido desayuno se digiriese. Fuera del salón de La Cabrera, disfrutando de un espectacular paisaje, fue cuando le echamos el teléfono a Angelillo, la cobertura era escasa y apenas hablamos. No nos dio tiempo a preocuparnos, poco tardamos en ver nuestra furgoneta serpenteando a lo lejos. Un alivio, llegar hasta allí con la simple ayuda de un listado de pueblos no era sencillo.

Cristina pendiente del inicio del sorteo con la sierra del Castillazo de fondo.  

Un sencillo croquis mostraba, sobre la maquina de tabaco del bar, la disposición de las armadas. En cinco cierres y una traviesa se repartían los treinta y seis puestos con los que montearíamos. La mancha que íbamos a cazar era la "Umbría Castañuelo", una de las muchas manchas que posee la finca. El inicio del sorteo se hizo de rogar, a los que estamos pensando en los perros y el tremendo calor de estos primeros días, todo lo que pueda ayudar a adelantar las sueltas se agradece, mientras mejor condiciones tengan los perros durante la mañana, más y mejor van a trabajar.

Plano de la mancha "Umbría Castañuelo" de Vallecasar. 

Cristina fue, como de costumbre, la encargada de meter la mano para sacar el puesto. El 2 de la Traviesa de los Castaños, sobre el papel, mejor pinta imposible. Nuestro postor, que era además el guarda mayor de la finca, nos dio unas breves pinceladas del que iba a ser nuestro puesto. José, que así se llamaba, por sus comentarios, a los que hemos tratado con gente de campo como lo era él, nos delató que el puesto le gustaba, cosa que aumentó nuestra impaciencia por salir hacía la mancha.

Luis Tano dando las indicaciones previas al inicio del sorteo.

Tardamos en salir, era lógico, íbamos a traviesa y antes debía de cerrarse convenientemente la mancha,. En este rato intercambiamos impresiones con Luis Tano, aunque nervioso por darle salida a las armadas, en estos minutos que dan entre que sale una y sale otra, nos acercamos, Cristina y yo a pedirle que en medida de lo posible, nos echara nuestros perros. Prometió intentarlo cuando organizará las sueltas una vez nos hubiésemos marchado todos a nuestros puestos.

Nuestro puesto, el número 2 de la Traviesa Los Castaños.

La mancha estaba cerca, el acceso lo tenía muy cerca de donde se celebró la junta, desde allí una pista con bastante pino (a mi me recordó, salvando las distancias, a nuestra "querida" pista forestal de Villaviciosa) nos llevó hasta un carril secundario por el que se iba quedando mi armada. Nuestro puesto en una cañada, por debajo una cerrada curva del carril que habíamos traído y al otro lado del camino un bonito y apretado testero. Además, a nuestra derecha, y al otro lado del regajo de nuestra cañada, un sucio pinar con algún clarete. El guiño con el que se despidió José, el guarda y postor aquel día, tras indicarnos donde dejar el coche, lo dijo todo.

Sorteo de los treinta y seis puestos con los que monteamos la Umbría Castañuelo. 

Una vez acomodados, y mientras intercambiamos opiniones sobre el puesto, sentimos los primeros tiros. Las reses empezaban a moverse y los cierres estaba tirando, que buenas sensaciones transmite que ocurra esto. El ladrar nervioso de los perros, aun camino de sus sueltas, anunciaba que poco tardarían en abrirse las puertas de furgonetas y remolques. Un chorreo de tiros nos mantenía con todos los sentidos alertas, la suelta era inminente.

Cristina tuvo buena mano, el 2 de la Traviesa Los Castaños era fantástico.

Poco tardaron en aparecer los primeros perros, unos bonitos naveños, por nuestra izquierda. Casi de seguido, en la corona del testero ensolanado que dominábamos, dos perros nuestros, el Pirata y el Churrete que dan con unas ciervas que estaban allí encamadas, levantándolas y latiéndolas, en un lance que justifica muchos esfuerzos. Luis Tano, finalmente, había podido organizar las sueltas de manera que nos pudieran cazar nuestros perros. Solo ver la cara de Cristina disfrutando del lance y reconociendo, como reconoció al Churrete a lo lejos, compensan el esfuerzo de estar allí sin apenas haber descansado y llevando hasta allí los perros a cazar.

El Pirata fue uno de los perros que sacó las ciervas frente a nosotros.

Las reses se sentían correr y los vecinos tiraron en varias ocasiones, por el 2 de la Traviesa de los Castaños, nuestro puesto, un continuo ir y venir de ciervas nos mantenían en tensión en todo momento. Pronto tuvimos claro cual era la corrida de las reses, tenían dos pasos muy claros a la par que peliagudos, caso de que fuese un venao el que lo tomara. Uno de ellos porque cortaba la carrera que iba directa al siguiente puesto y otro porque estaba muy tapado entre pinos y monte.

Parte derecha de nuestro puesto, una de las corridas más claras de las reses.

De repente, tras una ladra por encima nuestra, varios disparos y un tropel que se nos echa encima por la cañada. Sentimos el inconfundible traqueteo de cuerna con el monte, acabando el arroyon con el rodar de un venao en el mismo regajo, a pocos metros nuestra. Los perros no tardaron en llegar y morder orgullosos y con rabia el venao que habían levantado y metido en alguno de los puestos próximos al nuestro.

Cristina y yo en el número 2 de la Traviesa Los Castaños.

Tras comentar el emocionante lance que habíamos vivido con el venao, sentimos como las rehalas que iban cazando por nuestras espaldas se alejaban continuando con su mano. Sin tiempo de relajarnos empezamos a sentir, también por nuestra espalda un leve ruido. En primer momento nos pareció un perro pero a medida que se fue acercando nos dimos cuenta que se trataba de un cochino. Intenté clarearlo en su huida pero cuando acordé estaba saltando ágilmente el carril sin que me diera opción ni siquiera, a encararme mi añejo Remington.

El cochino saltó el carril como muestra la recreación, sin tiempo para poder tirarlo. 

Perfectamente sentíamos la corrida del marrano mientras me preparaba para tirarlo en el testero que dominaba, mi sorpresa fue cuando por los mismos pasos que había traído el cochino antes de saltar el carril se sentía un ruidoso tropel. Una piara bajaba regajo abajo montando un buen escándalo. Me sorprendieron, dejándose ver en un cercano claro, en el margen contrario donde estábamos. Aproveché su descaro para soltarle un tiro al mayor de la piara, con el convencimiento de que a esa distancia acertaría. No fue así, lo fallé garrafalmente.

Donde pude clarear al mayor de la piara, lo tiré. 

Se armó, como era de esperar, la Marimorena, saltando el carril los cochinos por varios puntos diferentes sin que estuviese yo mi ágil para tirarlos de nuevo. Con el lío montado, el primer marrano que había saltado el carril solo, se escapaba sin ni siquiera haber sentido alguna bala cerca, no lo volví a ver. La piara si la esperé bien apoyado y con mil ojos puestos en el testero donde daba por hecho que asomarían. Y así fue, pronto empecé a ver moverse el monte, deseoso estaba de que algún claro me diera la oportunidad de poner a prueba mis apuntaeras, pues la distancia no era pequeña.

Donde pude clarear al mayor de la piara, volví a intentarlo, sin fortuna.

Y me lié de nuevo con el más grande, a ver si acertaba a echarlo a rodar. Realmente estaba lejos, unos 180 metros calculo.  Demasiada distancia para lo que yo reconozco como dentro de mis posibilidades de acierto. Además, para colmo, se me encasquilló el rifle después de los primeros disparos. Alguna de las balas se quedó cerca, pero únicamente eso, cerca. Lo que imaginé: que lo había fallado, me lo confirmó la rehala que pasó de vuelta transcurrido un buen rato, camino ya de su suelta. Por tanto, la esperanza de que pudiera haberle dado un sucio chasponazo y pudiese estar con un tiro rozón se disipó tras las voces del perrero, confirmándome que no encontraba rastro alguno por donde le indicamos que buscase.

Vista aérea del número 2 de la Traviesa El Castaño.

Torpeé, la verdad. Lo pensé nada más finalizar el lance y pasan los días, lo recuerdo, y me reafirmo en mi autocrítica. Las voces de Angelillo se sentían a lo lejos, estaba ya llegando a su suelta. La montería estaba acabada y nos asomamos al lugar donde pegué el primer tiro. Nada, ni rastro, como ya imaginaba. Me había cubierto de gloria, vaya manera de guarrear el puesto y con espectadores, que siempre escuece más...

Ya en la furgoneta, exhaustos tras una dura jornada en Vallecasar.  

La comida, en el mismo lugar que la junta matutina, en La Cabrera, pero antes paramos en nuestra suelta. Estos días primeros son siempre duros y la preocupación por saber como estaban los perros reina hasta que bajen las temperaturas y caigan las primeras aguas en la sierra. Angelillo estaba recién llegado y pronto nos tranquilizó, había puntos de agua por la mancha y los perros se pudieron refrescar durante la calurosa mañana. Intercambiamos pareceres sobre la jornada mientras fueron llegando perros, el Churrete precisamente, fue el último en dar la cara en la suelta.

Primeras reses en llegar a la junta de carnes en la casa rural La Cabrera.

Tras unas ricas habichuelas y con las tranquilidad de saber que habían llegado ya todos nuestros perros aguardamos la llegada de las reses, los buenos augurios del permanente tiroteo se vieron confirmados cuando fueron llegando las reses. Esperamos a que Luis volviera del monte para despedirnos y agradecerle el que hubiera contado con nosotros, teníamos por delante una buena cantidad de kilómetros y una necesidad imperiosa de coger la cama.

Luis Tano posando junto al plantel de reses cobradas en Vallecasar.

En el momento de partir, sobre el cemento unos quince venaos, ocho cochinos y algunas pepas. Un venao muy bonito y un sensacional marrano destacaban en el plantel, asentando así mi pasión por la caza auténtica, en abierto, y avivando la tremenda ilusión de pensar que algún día me tocará a mi.

Detalle de las magníficas navajas del marrano cobrado en Vallecasar. 

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