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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

martes, 2 de agosto de 2011

El Veneruelo (Obejo, Córdoba)


La cosa era no quedarse en casa el domingo, y menos con ese saborcillo rancio que produce fallar un marrano el día de antes. La temporada iba menguando y eso se notaba ya en los corrillos que inevitablemente formamos los aficionados en las barras y puertas de las tascas frecuentadas por los que nos apasiona la venatoria. Es inevitable que en todo círculo de amigos monteros reluzca el que presume, y con razón la mayoría de la veces, de la gran temporada que esta consumando, el que desencantado le va viniendo largo el achuchón de Enero-Febrero o el que en Navidad suele firmar la sentencia del curso montero. Así podría enumerar un sin fin de personajes típicos dentro de todo grupo que se junta cada jueves o viernes para a echar un cervezón y desconectar de tanta oficina y tanto papel.

La junta se celebró en el restaurante Santa Elisa de Villaharta.

Manuel Villén y yo somos de los guerreros, de los que poco nos importa el nombre de la mancha o el pelaje que allí nos podamos encontrar. A él porque con la memoria que tiene difícil que recuerde ni donde monteó la semana anterior, a un servidor porque en absoluto le gusta especular en este sentido y allá donde le llamen, allá que va dispuesto a disfrutar de los perros y si se pone un marrano a tiro mejor que mejor. Así fue como la noche de antes, sin pensárnoslo lo más mínimo y refrescando el buche en el ventanón de Angelito, decidimos ir a El Veneruelo.

Instantes previos al sorteo.

La junta era en el restaurante Santa Elisa, en la entrada de Villaharta. Sin que hiciera falta madrugar, puntual pasaba a recoger a Manuel en la puerta de su casa. Aquello pilla a un paseo y según nos habían comentado, el llegar puntuales no debía preocuparnos en absoluto, había poca seriedad en este sentido. Yo, que soy incapaz de aguantar en la cama los días de montería, a las ocho en punto ya tenía el coche cargado y en menos de media hora estábamos tomando café en la barra del lugar anteriormente citado.

Atravesao de la rehala Los Torilejos.

Un buen plato de migas y algún que otro churrito mojado en café nos ayudaron a coger fuerzas. La tradición es la tradición y cuesta una barbaridad no meterle mano a unas migas en una junta montera. Pocas caras conocidas, únicamente algún dueño de rehala como D. Pedro Mohedano y D. Juan Gómez, el resto de la tropa un variopinto grupo de aficionados, imagino que miembros de alguna peña de la zona.

Detalle de los collares y goma de la rehala Dany de Obejo.

Con lo temprano que habíamos llegado ya nos iba viniendo largo el desayuno e impacientes entrabamos y salíamos de aquel comedor estudiantil donde se había organizado la junta de El Veneruelo. Finalmente se procedió al inicio del sorteo. Un comienzo con mucha clase, y es que la voz de mando de aquella mesa llena de postores dispuestos a rellenar la lista de miembros de su armada, puesto en pie y con palabra firme indicó que comenzarían a sortear los puestos de las rehalas en consideración por su insustituible labor y trabajo para el disfrute de los demás monteros que ocuparíamos los puestos. Ahí quedó eso tan auténtico y desgraciadamente tan en desuso.

El hijo de D. Juan Gómez sacando su puesto en El Veneruelo.

La suerte nos mando al número 2 de la armada Tormentas, nombre que hacía mención al apodo del que sería nuestro postor. Pronto nos interesamos por conocerlo y así tenernos controlados mutuamente. Verdaderamente en manchas así lo único que me preocupa es saber si toca andar, no por nada en especial pues me encanta andar, sino por tener preparados los trastos y aligerar el zurrón echando únicamente lo imprescindible. Y si, efectivamente nos tocaba andar. La armada se montaba de atrás adelante, razón por la cual nos colocaríamos los penúltimos.

El número 2 de la armada Tormentas, nuestro puesto en El Veneruelo.

La salida de las armadas fue complicada, raro es que no se quedara ningún despistado atrás y poco faltó para que fuéramos Manuel y yo pues nos liamos a charlar, el que suscribe con Juan Francisco, perrero e hijo de Juanillo, y mi compañero con Mohedano. De esta manera, cuando acordamos el Tormentas andaba ya camino de la mancha sin mucha preocupación de que le faltará algún miembro de su armada: él a lo suyo.

Perros de la rehala de D. Pedro Mohedano.

Aquel día se puede decir que el término municipal de Obejo era una montería en sí. Quien dice una montería dice una feria porque con los malos recuerdos que voy coleccionando de las manchas de la zona se puede decir que allí en Obejo cada montería es una feria, y siento generalizar pero será consecuencia de mis múltiples y malas experiencias obejeñas. En aquella zona es común que los cotos estén formados por manchas de varios propietarios, cada cual organiza su montería pero dentro todo del mismo coto, dando lugar a lo más parecido a una romería, con todo el respeto del mundo a las romerías. En El Veneruelo no fue menos y lo que allí vivimos fue una auténtica verbena.

Autorización presente en el sobre del puesto.

La Umbría del Cura también se echaba y algún manchón más lindero, entiendo miembro del mismo coto. Lo dicho, la sierra de peregrinación. La carretera parecía un rally de coches para arriba y para abajo, las furgonetas de rehalas se veían amontonadas en distintos puntos de la sierra, cada uno perteneciente a un manchón, y en cada venta de los alrededores topabas con una junta. En fin, que no entiendo como aquello no estaba más controlado por parte de los que deben controlar estas cosas, que entiendo que alguien será.

Lateral de la furgoneta de la rehala Los Torilejos.

Después de atravesar un buen trecho de olivar de sierra y dejar atrás un sin fin de coches sospechosamente aparcados en cada roalillo, llegamos al lugar donde debíamos dejar los coches. Se trataba de un alto desde el cual saldríamos a pie dos armadas en dirección a nuestros cierres. Las voces del Tormentas iban acompañadas de los continuos traspiés provocados por un inseguro recorrido hasta dar con las tiras que iban marcando los puestos. Las miradas que intercambiábamos Manuel y yo cada vez que dejábamos atrás una postura tenían un claro significado: menos mal que el puesto en el que se ha quedado ese señor no era el nuestro.

En El Veneruelo nos tocó andar.

Los puestos eran para verlos. Lo gracioso fue la de veces que el postor tuvo que lidiar con la siguiente pregunta: ¿Y aquí donde tiro? Si no se lo preguntamos cada puesto de la armada no se lo preguntamos ninguno, y es que cuando llegamos al puesto inconscientemente tuve que interrogarle. A Manuel le salía una media sonrisa de resignación que era digna de retratar, la mía debía ser todo un poema.

Instante en el que nos separamos las dos armadas que se montaron a la par.

Viendo el percal, fui a ver donde se quedaba el postor, porque por supuesto iba a puesto. También fue en busca del número 1 de la armada donde nos ubicábamos para que no hubiese duda de nuestra posición. En ello estaba cuando un par de señores con sus escopetones se colocaron tras nosotros en un regajo, sin dudarlo fui a preguntarles donde iban. Eran invitados de la propiedad de la finca lindera y ese era su puesto. Mientras me esmeraba en indicarles perfectamente cuál era mi puesto, aparece una fila de coches. Se trataba de la armada de cierre de esa finca lindera que iba a armarse espalda con espalda a nuestra armada, la del Tormentas, la nuestra. Lo de espalda con espalda era increíblemente literal.

Vistas de la Umbría del Cura desde El Veneruelo.

Aquello me parecía y me sigue pareciendo surrealista. A todo esto en la mancha habían salido varias reses de esas que no se debían tirar, digo debían porque su carrera fue bien animada a base de tiros, y es que salieron de delante mía y viví el lance de primera mano. Avisado el Seprona, se lava las manos. Por un lado muy comprensiblemente pues estas cosas han de solucionarse entre los propietarios de las fincas que lindan, por otro lado siempre me quedará la duda de saber que estarían haciendo que les costaría tanto acercarse a mediar e intentar que algo así no vaya a mayores.

Fino el podenco de la rehala Dany de Obejo.

Finalmente conseguimos que den la cara los dos propietarios de las fincas tras las maleducadas voces de nuestro postor y la insistencia de los monteros allí presentes por intentar darle solución a aquel disparate. Tampoco se ponen muy de acuerdo en cuanto a lindes e hitos. Mientras, por medio de la socorrida emisora intento que no se suelte, explicándole a Mohedano y a Juan Francisco, que son los únicos con los que puedo comunicarme, en el embrollo que nos encontramos inmersos media armada. Poco puedo hacer, únicamente retrasar su suelta unos instantes pues las demás sueltas ya se habían efectuado.

Manuel siguiendo el trabajo de los perros en la Umbría del Cura.

Situación dantesca cuanto menos que acaba con Manuel y conmigo en el puesto de la propiedad de la mancha que yo monteaba (por cierto, ni pajolera idea del regajo donde acabaron los dos que ocupaban el citado puesto), al resto pareció importarles poco quedarse espalda con espalda con el vecino de mancha: tremendo. A todo esto los perros monteando mientras nos mostraban el puesto, cuál fue nuestra mala suerte que justo en ese instante una ladra en el costero que dominamos nos mete un marrano encima que nos es imposible tirar pues aun tenemos, Manuel y yo, los rifles enfundados. Eso sí, los señores que estaban mostrándonos el que había sido su puesto hasta ese momento, lo tiran y lo fallan en nuestras narices para perplejidad de Manuel y mía.

Espaldas de nuestro puesto tras la reubicación.

El día estaba echado y no eran ni las doce y media de la mañana, afortunadamente las magnificas vistas que teníamos de la Umbría del Cura nos permitió disfrutar del trabajo de las rehalas que allí monteaban, que por sacar reses hasta latieron y corrieron unos novillos que andaban allí sueltos, las que monteaban nuestra parte no volverían por sus pasos sino que recogerían por otra zona que nos veíamos. En la margen opuesta del Guadalbarbo sentimos bastantes tiros, en nuestro manchón de apenas 60 ha poco más salió, alguna ladra lejana pero verdaderamente poca chicha había allí y lo que había se encargaron de guarrearlo en nuestras mismísimas narices.

Los atravesaos de D. Rafael Espejo El Orejas monteando la mancha colindante, trastearon brillantemente nuestras inmediaciones.

Ni el taco consiguió que se nos olvidara el disgusto que teníamos encima, vaya desencanto el que nos dio El Veneruelo y aun quedaba la puntilla. Eran ya cerca de las tres y media de la tarde pero por nuestro puesto no había aparecido nadie a recogernos y el silencio se iba apoderando del campo. Extrañados aguardamos allí un buen rato más porque no se puede decir que hubiésemos llegado con el coche hasta el mismo puesto sino todo lo contrario y después de una encrucijada de vereas que ni el mismo postor se aclaraba lo lógico era que nos recogiese, pues nada. Todavía podíamos estar allí esperando al Tormentas porque por allí no apareció nadie ni se sintió voz alguna.

Atento en todo momento al cerrete que dominábamos.

Recogimos y despacito fuimos en busca de los coches, que gracias a Dios encontramos porque la caminata hasta ellos fue tremenda. Antes de llegar a la junta nos paramos a charlar de nuevo con los perreros que confirmaron nuestra sensación: el día había sido bastante flojito tirando a flojo. Lo primero antes de sentarnos a comer fue comentarle al mal denominado postor el buen rato que estuvimos esperándolo y el despliegue de medios de orientación que tuvimos que desarrollar para dar con los coches, a decir verdad con nuestro coche, pues el resto llevarían un buen rato aparcados en la puerta del bar.

Mohedano camino de su suelta de recogida.

En fin, un desastre con mayúsculas. Del resultado poco os puedo hablar, por allí hablaban de uno o ninguno pero como si hubiesen sido tropecientos, aquello fue un auténtico despropósito que no se debe intentar justificar de ninguna manera. Lo que más rabia me da es lo desangelado que se queda uno después de días así, afortunadamente son los menos a lo largo de toda una temporada montera. La parada luego en El Vacar con los hermanos Mohedano ayudó a calmar los ánimos tan encrespados después de un día así.

La sonrisa de resignación de Manuel, más pendiente de la montería vecina, lo dice todo.

2 comentarios:

  1. Haces muy bien en retener todo esto en la memoria y no contarlo hasta agosto. Así, escrito y leído en chanclas, el disparate se hace sublime y no hay riesgo alguno de perder la afición, sino todo lo contrario.
    Gracias.

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  2. Hola, yo estuve monteando en la Umbría del Cura y la verdad es que disfrutamos echando marranos en esa preciosa mancha. Encuanto al tema de las novillas he de aclarar que también había un TORO y una VACA bastante hermosos, espero no encontrarme en otra de esas en lo que me quede de vida porque lo que pase para conseguir traerme a los perros de aquella batalla, con los vichos esos que si no fuesen blancos los habria dado por miuras fue una pesadilla, y es que mas de una vez tuve que encaramarme a los chaparros.Al final los perros también se combencieron de que aquello era demasiado y pudimos salir de alli echando leches.
    Gracias Rorry por seguir publicando estas entradas que nos hacen mas soportable la espera, saludos.

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