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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

viernes, 26 de agosto de 2011

El Maromo (Obejo, Córdoba)


Fue llegar a Córdoba de Puerto del Toro y tomar un refrigerio en El Jaguarcito con Perico y Borland. Allí, intercambiamos impresiones de la jornada y sin apenas tiempo para corresponder a la convidá me despedí para dirigirme hacía La Galería, lugar donde Álvaro Giménez nos había citado para el sorteo de El Maromo. El propósito de anticipar el sorteo a la noche anterior no tenía otra finalidad que facilitar al día siguiente el correcto cierre de la mancha, pues El Maromo es una mancha abierta.

Envelao de la rehala de D. Ramón Mohedano.

Quizás no fuera el lugar más apropiado para sortear. El aforo de La Galería se vio desbordado: monteros, amigos, curiosos y futboleros que estaban viendo allí la maquina (el Barça, para los no peloteros), colmaron la capacidad del local. El caso es que tras esas voces tan monteras avisando del sorteo se dio paso al momento de la verdad: a meter la mano en el montoncito de sobres. Todo caras conocidas, monteros de toda la vida y los aficionados de nuestra charpa. Ninguno quisimos dar la espalda y respondimos a la llamada de Álvaro. Se monteaba a los gastos y la organizaba un buen amigo, sabía que conmigo podía contar para lo que hiciera falta.

Podenco de la rehala de D. Diego García Courtoy.

Mi manita sería la encargada de sacar el puesto, mi padre no apareció por La Galería, y toda la responsabilidad caería en el "buen" hacer de mi zarpa. El número ocho del Granadillo, rezaba en el papelillo del interior del sobre que saqué del montón. “CIERRE”, se podía leer bien claro en el margen derecho del impreso. La hora de la cita matutina del día siguiente dependía de si se iba a cierre o a traviesa: los cierres madrugábamos más, como es lógico.

Nuestro puesto, el número 8 de la armada El Granadillo.

Tras el sorteo y ya en casa, hubo tiempo de cruzar llamadas con Álvaro y demás amigos. Sobre plano no era la zona que más me gustaba pero también era cierto que por allí se podía salir cervuno, cosa que me confirmó Álvaro ya en frío. Se monteaban cuatrocientas hectáreas del total de superficie de esta finca localizada entre los pantanos del Guadalmellato y de San Rafael de Navallana, habiendose mejorado los puestos y quitando los a priori más flojos o cerrados.

Divisa a franjas rojas y blanca, rehala de D. José El Chaleco de Adamuz.

Tenía especial interés en ver trabajar la rehala de D. Ramón Mohedano, cosa que le comenté a Álvaro por si existía alguna posibilidad de colocarla en la suelta que entrará monteando la armada del Granadillo. No dudó en acceder a mi ruego y recolocó las rehalas en las distintas sueltas para que Mohedano y sus famosos corbatos trastearan la margen izquierda del arroyo que daba nombre a mi armada.

Podencos de la rehala de Mohedano.

Temprano partimos mi padre y yo hacia el Asador de Alcolea, desde allí saldríamos los distintos cierres de la mancha. Un café rápido y pronto estábamos enfilando la carretera primero, y el carril después, que tras cruzar una de las colas del pantano de Navallana llevan hasta El Maromo pasando por La Tierna y Choza Redonda. Nuestra armada era el cierre más occidental de la mancha, discurriendo por las inmediaciones del Arroyo del Granadillo y cerrando con el resto de la finca.

Vista del puesto aguas arriba del Arroyo del Granadillo.

Cuando se lleva un número alto en una armada, el camino hasta llegar a tu puesto se hace eterno, y así nos ocurrió en El Maromo: parecía que nunca íbamos a llegar al número ocho de nuestra armada. Por fin el postor nos indicó donde se localizaba nuestra tira, si bien nos advirtió que nos situáramos en la chaparrera que más nos gustara de las que poblaban el llanete donde nos dejo. Rápido cargué el rifle mientras mi padre aparcaba y aguardé su llegada para decidir el lugar más idóneo donde apostarnos.

Frontal del testero que dominábamos en El Maromo.

El puesto se localizaba en la margen derecha del Granadillo, tirando al otro lado del cauce, en un pechete corto con una pendiente considerable poblado de chaparros y acebuches sin apenas monte bajo. Varias vereas bien tomadas se distinguían claramente entre los troncos de la arboleda, cruzando diagonalmente el testero que dominábamos. A nuestra espalda unos limpios quebrados con apenas monte hacían suponer que quizás el cervuno pudiera correr en esa dirección. El arroyo, limpio y sin espesura, se controlaba a la perfección.

Parte derecha del panderete del número 8 del Granadillo.

En los carriles centrales de la mancha se empezaban a ver serpentear las filas de coches de las traviesas. Con mi padre y yo aun decidiendo donde colocar los chismes sentimos un tropel en el corono de nuestro testero, sin duda las traviesas habían levantado alguna res que a prisa buscaba salirse de la mancha. La primera reacción fue petrificarnos con la intención de evitar que los animales detectasen nuestra repentina e incomoda situación. Sin apenas tiempo de reacción, un cordón de reses capitaneado por varias pepas y seguido por un precioso venao, corren diagonalmente por el testero de izquierda a derecha.

Precioso el paisaje en El Maromo.

Nervioso dejo los bártulos que tengo en la mano para centrarme e intentar clarear el macho entre las copas de acebuches y chaparros. De mala forma y habiendo jugado el lance garrafalmente mal por como me cogió la vez, lo fallo como un bellaco tras tirarlo de muy mala manera. Llevábamos apenas diez minutos en el puesto y había fallado, no un venao, sino el venao. Sin duda ese era el por qué de un puesto como el que ocupábamos, impedir que se saliera el cervuno al entrar traviesas y furgonetas en la mancha.

Pronto empezamos a ver los primeros perros.

El cuerpo que se nos quedó os lo podéis imaginar: mi moral por los suelos y mi rostro un poema. El lance no se me quitaba de la cabeza ni se me quita, era un venao precioso, abrochaito y de recia cuerna. ¡Con la ilusión que me hace a mi un venao de esta índole en finca abierta! En fin, con más resignación que otra cosa, y sinceramente con nula esperanza en encauzar el frío y desapacible domingo invernal, aguardamos a que se efectuara la suelta de las rehalas.

Corbato de Mohedano dando cara en nuestra postura.

Pronto teníamos los valientes de Mohedano dando cara en el testero, las voces de D. Ramón se sentían claramente al instante de soltar y sus berrendos finos poblaron las inmediaciones de nuestro puesto. Los primeros disparos sin duda habían sido los míos, pero poco tardaron en sentirse tronar por el resto de la mancha. El cervuno que había aguantado encamao hasta ese instante, saltaba de sus camas gracias a la algarabía de las sueltas.

Punteros de la rehala de D. Ramón Mohedano trasteando el testero.

Cuando los primeros perros de las rehalas de Mohedano (divisa collar verde y goma amarilla) y de D. José El Chaleco de Adamuz (divisa collar a franjas rojas y blancas) asomaron por el Cerro del Romero se vio claramente que allí es donde estaba la chicha. Afortunadamente dominábamos la manos de ambas rehalas desde nuestra situación y, prismáticos en mano, pudimos disfrutar del gran trabajo que realizaron levantando en un primer momento el cervuno y a continuación los marranos, que por cierto salieron a diestro y siniestro.

Preciosa la estampa del berrendo de la imagen.

Que bello espectáculo mostraron las rehalas en El Maromo, sin duda demostraron que estaban en el mejor momento de la temporada y que si encima ayudaba, como ayudó, la meteorología y la bonanza del piso, raro era que no pusieran patas arriba el Cerro del Romero, el Cerro de las Cruces y lo que se les pusiera por delante. El tiroteo revelaba el buen hacer de perros y perreros: habíamos pillado los marranos y eso se apreciaba claramente en lo constante y desperdigado de los disparos.

D. Ramón Mohedano y sus podencos finos realizaron un gran trabajo en El Maromo.

Aquello pintaba bien, el éxito que Álvaro estaba cosechando en su valiente apuesta monteando El Maromo aliviaba ese mal sabor de boca producido por marrar el venao. Vía móvil me mantenía informado con el resto de la charpa, algunos como Manuel Villén y Cristóbal Pérez vibraron de lo lindo cobrándole un par de marranos a los perros de Mohedano. Otros, hasta llegaron a tirar cinco reses, desde luego estaba saliendo todo a pedir de boca.

Manuel Villén y Cristóbal Pérez posan con el resultado de su puesto en El Maromo.

Al llegar a Los Puntales las rehalas volvieron monteando hasta la suelta, algún marrano más salió pero nada comparado con el guirigay que se formo en la ida. Por mucho empeñó que Mohedano puso en mover sacarnos algún marrano en nuestro cerrete de ahí no salió nada y tras volcar y coger dirección a la suelta empezamos a recoger. Yo me acerqué a ver la corrida del venao y mi padre fue guardando rifle y demás chismes. Por supuesto ni rastro de sangre, se fue como entró.

Pepillo Fragonetas de vuelta hacia la suelta.

La puntilla del día al volver al puesto a ayudar a mi padre a llevar los trastos al coche: un marranete había cruzado por el testero cuando acababa de guardar el rifle en la funda. No lo dudé: "Papa, vámonos ya". Vaya manera de guarrear un puesto y tremenda la rachita con la que estaba yo acabando la temporada montera. Desde luego aquello no tenía nombre.

Tremendo el cochino cobrado por Rafa Salinas en El Maromo.

Comida como tal no hubo, únicamente cada uno arrimó su taco al resto y así como amigos y compañeros (que eso somos el grueso de los que allí monteamos) repusimos fuerzas y compartimos los éxitos y sinsabores del día. Pronto llegaron las reses, cobrándose un total de treinta y ocho: nueve venaos y veintinueve marranos, destacando sobremanera el marranaco bronce cobrado por Rafa Salinas. Gran resultado el obtenido en El Maromo, justa la recompensa al sacrificio de Álvaro y la magnífica la labor de las rehalas allí convocadas.

Rafa Salinas y Álvaro Giménez junto al mejor marrano de los cobrados en El Maromo.

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