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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Veinte Puntas (Villaviciosa de Córdoba, Córdoba)


Muchas ilusiones le teníamos puestas a la mancha, demasiadas pienso yo, y es que si hay una finca que se caracterice por sus mala sombra, esa es Veinte Puntas. Parece que esta gafada, o algo por el estilo, pues cuesta recordar un buen resultado de la mancha. Situada en el término municipal de Villaviciosa de Córdoba y después de unos interminables kilómetros de pista, se localiza esta bonita mancha abierta. En el entorno, una serie de manchas con solera y de sobra conocidas: Alcornocosas, Las Palomas, El Pajarón, El Escambrón, Los Cabezos, El Cerrejón de la Alcarria o El Jardín de la Aljabara, entre otras.

Parte de la cuadrilla que nos juntamos en Veinte Puntas.

La noche de antes, los amigos que montearíamos Veinte Puntas nos juntamos en Kulala de la sierra. Cubriríamos una parte de la mancha en la que tradicionalmente no se vienen colocando puestos en los últimos años debido a que su acceso es complejo, hay que andar bastante y además, para colmo, es de flojos resultados. Nuestras ganas, afición y juventud nos ayudaron a animarnos y con mucha ilusión montar una serie de puestos en esa zona, llamémosla olvidada. Allí estábamos los de casi siempre y algún amigo más, no muy aficionado, que se animó a venir, más por la curiosidad y el enreo que por otra cosa, pero ciertamente no es que sean muy monteros.

El plano que tanto juego nos proporcionó la noche previa en Kulala.

Mi manita, ni se portó ni se dejo de portar. No es que fuera de los puestos destacados pero tampoco me disgustó: el número cuatro de la armada de Los Lentiscos. El plano, preparado para aclarar la localización de cada postura, sirvió de excusa para alargar el sorteo más de la cuenta y además, sentó las bases de una divertida porra en la que debíamos elegir que tres puestos pensábamos cada uno que tiraría. Yo más que por el puestos en sí, me decanté por apostar por los ocupantes de los mismos, y es que entre los que íbamos había más de uno que le tocara donde le tocara, raro era que no tirará. Así, mi trío fue: Faillo Sánchez de Puerta, Luis Giménez y Juan Vilela.

Mi puesto en Veinte Puntas.

La junta, bastante temprano para lo que se acostumbra a esas alturas de la temporada, se celebró en el polígono industrial de Villaviciosa de Córdoba. Allí, poco a poco fuimos llegando y tras saludar a amigos y conocidos nos acercamos al perolón de migas que ágilmente andaban volteando en una esquina de la nave habilitada para el desayuno. Manolo Prieto El Navero, en su papel de capitán de montería, daba las instrucciones mientras el café y el anís iban poniendo el cuerpo a tono. Después del chaparrón del día anterior y el amanecer con el cielo totalmente encapotado nos hizo sospechar que otra vez tocaba agua.

Las migas con huevos fritos ayudaron a superar el madrugón.

A puestos de andar, con previsión de lluvia y en Veinte Puntas: lo nuestro está claro que supera la afición. Desde luego, claro que lo supera, solo hay que pensar en algunos como Totín Martin de Oliva, Andrés Fages, Chete Soto o Arturo Hidalgo que acudieron a la llamada desde Sevilla para montear con nosotros: chapó. Afortunadamente formamos un grupo muy salao en el que cualquier enreo montero de este tipo siempre va a buen puerto. Nos tira mucho más el divertido grupo que conseguimos convocar que cualquier otra cosa, y así cuesta menos sacrificarse por organizar algo. En esta ocasión fue gracias a la iniciativa de Cristóbal, pero otras hemos sido cualquiera de los demás.

Cristobal Pérez comentando con Martín Moreno y Luis Giménez algún detalle de su postura.

Al puesto me lleve a Nacho Amián, venía con la ilusión de poder hacerse novio y lo que no sabía era que los que de verdad teníamos ganas de que se estrenara éramos nosotros -menuda era la que le podía caer-. No es que fuera la finca mas idónea para iniciarse en la venatoria pero en cambio, si se trataba de la camarilla más apropiada para juzgarlo tijeras en mano y que no olvidará nunca un día así. Era de observar sus nervios, sus reiteradas preguntas, sus dudas existenciales o su desmedida curiosidad desde que lo recogí en su casa hasta que lo solté de nuevo al finalizar el día. Pienso que a todos nos viene bien la compañía de un novel de este tipo al menos una vez en cada temporada.

Manuel Jiménez Pasteles coordinando la salida de las armadas megáfono en mano.

Rápido fueron saliendo las armadas, cuesta mucho movilizar tanto puesto pero ágilmente se fueron montando para salir camino de la mancha. A penas pude ver alguna de las rehalas allí presentes, únicamente pude diferenciar los camiones de D. Jesús Bernier y de D. Antonio Velasco que aparcados en el bar del polígono, aguardaban al resto de rehalas para, una vez sacadas todas las armadas, dirigirse hacia la mancha. Como postor Borja Roca, un seguro de vida para tal fin.

Podencos y atravesaos coloraos conforman la rehala de D. Jesús Bernier.

Tras alguna que otra complicación provocada por la crecida del Arroyo de la Veguilla fuimos llegando cada uno a su puesto en la armada de Los Lentiscos. En el número uno Arturo Hidalgo, en el número dos Juan Vilela, en el número tres Javi Giménez y Gonzalo Esparza, y el nuestro el número cuatro. La armada discurría por la margen izquierda del citado arroyo, tirando a pecho enfrente, es decir a la margen derecha. Puestos amplios y todos de testero: la caminata en pendiente y el torear varias veces el arroyo merecieron la pena.

Hasta los vehículos tuvieron dificultades para cruzar el Arroyo de la Veguilla.

Al instante de cargar el rifle sentimos los primeros disparos, el cervuno se empezaba a mover al sentir las traviesas colocarse. Las rehalas iban camino de las sueltas, no tardarían mucho en abrir sus portones y es que después del buen rato andando eran ya casi las once y media cuando llegamos a nuestra tablilla del puesto. Como si de una alternativa torera se tratara le cedí los trastos a Nacho, le dediqué unas cariñosas palabras y le transmití toda la confianza posible. Cuesta mucho tranquilizar a un novel en esta situación: cada ruido, cada disparo o cada movimiento que sentimos hace aflorar sus nervios. Aun así ayuda mucho que, como en el caso de Nacho, ya hubiera cazado en alguna ocasión la menor.

Alguno las paso verdaderamente canutas para vadear el Arroyo de la Veguilla.

El puesto, pues sinceramente no fue como me lo esperaba, si bien no era feo, a mí personalmente no me acabó de convencer. Un testero no muy lejano, más bien todo lo contrario, con fuerte pendiente y poco poblado de vegetación. Unos lentiscos salpicaban el alto del testero y un chorreo de pinos y eucaliptos rodeaban nuestra jurisdicción. Las vereas se veían poco tomadas, si bien nuestra espalda era la huida natural de las reses dirección El Cerrejón de la Alcarria, y eso nos podía beneficiar. Recordar que Veinte Puntas es una finca abierta y afortunadamente no ha perdido algo tan montero como las huidas.

Vista de nuestro puesto en Veinte Puntas: el número cuatro de la armada de Los Lentiscos.

Los perros no tardaron en dar la cara, nos entraron de atrás. Eran perros de la rehala El Moro (collar y collarín de la cencerra verde oscuro) y de la rehala propiedad de D. Manuel Suarez (collar a franjas rojas, amarillas y verdes y collarín de la cencerra morado). El grueso de los perros de Suarez fue el que se encargó de menear nuestras inmediaciones, no quiero ni contaros como estaba Nacho. Varias fueron las ladras que se nos metieron encima, todo ciervas que estuvieron a punto de conseguir que a Nacho se le saliera el corazón por la boca.

Podenco berrendo de la rehala de D. Manuel Suarez dando cara en nuestro puesto.

Las apuntó y las requeapuntó, les siguió la corrida con el rifle encarado y creo que llego a entender el significado de dejar cumplir a los bichos en el puesto. Las elucubraciones acerca de los disparos que sentíamos en nuestra armada a la postre fueron correctas, Juan Vilela había tirado. En el alto del pechete, los podencos coloraos con collar y collarín de la cencerra amarillo de D. Jesús Bernier trastearon los lentiscones allí localizados, no moviéndose nada. Una lástima pues era la única esperanza que me quedaba a esas alturas de la mañana.

Nacho pendiente en todo momento del transcurrir de la montería.

Alguna cierva más nos entró zorreada, quietos aguantamos hasta tenerla casi encima, disfrutando así de momentos muy emocionantes. La mañana iba tocando a su fin, las caracolas se sentían en las sueltas. Mientras, terminamos el tinto y dimos buena cuenta de lo que nos quedaba del taco hasta que sentimos los chiflidos inconfundibles de Borja: a recoger e ir en busca de Juan a ver que había hecho.

Podenco con collar y collarín de la cencerra verde oscuro de la rehala El Moro.

En nuestra armada Juan había sido el único en tirar, cobrando un navajerete: ¡Vaya rachita la de Juanito! Poco a poco nos iban llegando noticias del resto, Faillo y Totin habían cobrado un venao cada uno, en cambio Diego Jordano y José Antonio Spínola habían fallado un venao. A alguno se le coló algún marranete y otros, por no ver, no vieron ni los perros, y es que dio la sensación de que debieron meter más fuerza de rehalas. El resultado final fue de veinti pocas reses, más de la mitad venaos, mejorando así los fiascos de años anteriores. Una lástima los marranos pues en fechas anteriores la mancha se vio muy tocada de los cochinos.

Foto para el recuerdo con el cochino cobrado por Juan Vilela en Veinte Puntas.

Comida en la montería no hubo, pero nosotros fuimos previsores y preparamos la nuestra. Nos fuimos al cortijo de El Cerrejón de la Alcarria y allí, entre amigos y al calor de la chimenea, nos tomamos unas habichuelas con perdiz que sentaron de maravilla. En el salón hubo tiempo de comentar y repasar la jornada, además de deleitarnos con las vistas del Cerro Gordo y la Loma del Tabaco. Una lástima que fuera domingo y al día siguiente hubiera que trabajar sino, estoy seguro que la post montería hubiera sido muy larga. Por cierto, la porra la gano un servidor.

En el cortijo de El Cerrejón de la Alcarria pusimos el broche final a la jornada.

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