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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Tras el cabro pimentonero II (Totana, Murcia)

El despertar la madrugada de antes a una jornada de caza tiene un algo que la hace distinta a cualquiera de los habituales, y en su mayoría desagradables, toques de diana. Sin querer exagerar, creo que es el mejor que conozco, únicamente seguido por el amanecer después de toda una noche durmiendo en la sierra y sintiéndola desgranarse con ese espectáculo único: la berrea. Uno, pone pie en tierra con ese gusanillo que no deja ni cuajarse al cuerpo. Así fue como me levante en mi segundo y último día tras el arrui.
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Bonita instantánea del muflón del Atlas.
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Minutos antes de la hora fijada ya esperábamos en la puerta del hotel la llegada de Pedro, la estrellada noche aun ni sentía el empuje del sol levantino. Sabiendo la proximidad del cazadero y siendo precavidos paramos en Totana a tomar café, echar al zurrón un par de botellas frescas de agua y aguardar que el día fuera clareando. Son momentos de diseñar la estrategia a seguir, comentar las opciones y finalmente encomendarse a Santa Eulalia, patrona de Totana, para que la suerte nos acompañe en este, nuestro ultimo día de caza.
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Santa Eulalia, patrona de Totana.


Se puede decir que empezamos por donde acabamos la jornada anterior. Nos dirigimos en busca de varias partidas que habíamos tanteado la tarde anterior. En primer momento, tras aquellos que descaradamente trasteaban en un cortijo en ruinas y posteriormente por un grupo de hembras que nos cogieron la vez en unos cortados muy querenciosos conocidos como Las Cristaleras. Ni en un sitio ni en otro conseguimos dar con lo que íbamos buscando. Un tanto desencantado con el cariz que iba tomando la cosa, Pedro decide ir desde la zona del canal hacia el interior del coto parando continuamente para intentar dar con ellos. En la lejanía consigue divisar una piara en la que parece va una hembra que cumple con el perfil buscado.
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Prismáticos en mano, no cesamos en la búsqueda de nuestro objetivo.


"Prepárate, que vas a tirar", me comenta Pedro bastante serio. Con eso basto para que mi aficionado corazón ya empezara a hacer de las suyas golpeándome el pecho. Nos aproximamos buscando un disparo en condiciones, pero no conseguimos sino ponerlos más en alerta. La distancia la veo bastante exagerada y así se lo hago saber. Pedro, quitándole hierro al asunto me anima a probar suerte asegurándome que con mi 300 llegaba hasta allí (llegar se yo muy bien que llega, pero...). En fin, ¿quién dijo miedo? Me apoyo como buenamente puedo y disparo, sinceramente poco convencido. Como no podía ser de otra manera: ¡agua! El polvo que se levanta no deja lugar a duda. Los 260 metros que nos chiva el telémetro confirman lo que uno, que algo se va conociendo, sabe perfectamente: A esas distancias no le doy yo ni de casualidad.

Los arruis se encontraban altos en las crestas y el lance complicado.

Con la moral un tanto baja proseguimos antes de que el calor anime a los cabros a buscar las frescas cuevas donde suelen pasar las horas mas duras del día. Pedro, un tanto preocupado propone cambiar de aires, iríamos a la zona conocida como La Sierra. Se trata de una parte del coto totalmente distinta al resto de zonas por las que habíamos recechado, mucho pino y un paisaje bastante mas bonito que aquella zona de ramblas y cortados que habíamos conocido hasta el momento. Poco tardamos en ver un grupo con tres hembras que tras estudiarlas decidimos ir a por ellas. Pedro sin perder mas tiempo, y con miedo a que se despisten, me da el visto bueno.

Instantánea del paraje de La Sierra donde localizamos a los arruis.

Bien apoyado, aguardo a que entre las distintas hembras me indique cual es a la que debo tirar. Una vez localizada la elegida por Pedro, espero unos segundos (para mi, una eternidad) a que me ofrezca el flanco. Los nervios haciendo de las suyas, pero esta vez era mi distancia, era mi tiro y me sentía seguro. Por momentos me vi en un puesto de montería, tirando a testero y a una distancia en la que fallar le come a uno la moral. Así, clave la cruz en el codillo y apreté el gatillo convencido. Después todo fue muy rápido, la estampida fue tremenda y Pedro me animó a que tirara de nuevo porque se iba. Incrédulo cargué y secundé con mi cerrojo, en lo que, ahora si, era un tiro típico montería. El polvo levantado delante de la hembra en mi segundo disparo delató que se me había quedado delanterillo.

Croquis del emocinante lance.

Después, un clásico en esto de la caza: La cara de póker con la que nos miramos los tres. No había caído, no habíamos visto gesto de acusar el disparo y mi padre, atento con los gemelos desde su posición (distinta a la nuestra) no había descubierto ninguna señal de sangre en el cuerpo del animal. Pedro, basado en la carrera del animal, calificada como torpona, sostenía que iba dada. Tocaba pistear: mi padre desde el sitio nos indicaría el lugar exacto. Pedro y yo iríamos al tiro. La situación, más montera no podía ser.

Y en el tiro que no se veía nada, ni arroyón, ni sangre: de , que diría un castizo. Mi padre directamente desapareció de la escena, no daba un duro por un feliz desenlace y dando un paseo se quitó de en medio. Yo, pateando el lugar, empezaba a derrumbarme. Pedro, que deciros, tenía ganas de echarme a los leones y, visto lo visto, yo no iba a ofrecer resistencia. Entonces, fue cuando di con un minúsculo, un ínfimo, un diminuto, un insignificante trocito de carne que a pocos metros y amparado en una pequeña gota de sangre hizo que volviera a creer en mí. A los poco metros otra, y otra gotita, y otra.

Pedro, guarda del coto, fue el primero en darme la enhorabuena.

Pasaron unos instantes hasta que, serio y aliviado tras un sentido suspiro, grité: ¡Pedro, aquí esta! El apretón de manos y el cariñoso callejón que me dispensó lo sentí como una caricia divina. Corriendo y tronchando monte como un descosió fui en busca de mi padre, que incrédulo había perdido toda esperanza. El abrazo en el que nos fundimos dio un alegre cerrojazo a esa media hora tensa y dura que había transcurrido desde el disparo hasta mi feliz hallazgo. Tiempo para tomar fotos, revivir el lance y sobretodo disfrutar del momento, el lugar y la compañía.

Tremenda fue la alegría una vez que dimos con ella.

Pues si, llevan razón los entendidos: Vaya bicho duro. El primer tiro en el codillo bajo y el segundo, un feo rozón en el hocico que provocó el rastro que nos ayudo a dar con ella. Poco tardamos en llegar al pueblo y celebrar con un par de merecidas cervezas el grato desenlace de esta aventura murciana tras el muflón del Atlas. No tardé en llamar al Bisa y darle el parte de guerra, dandome él la enhorabuena. Gracias Bisa por la oportunidad que nos has dado, a mi padre y a mi, de recechar el cabro pimentonero en tu tierra de adopción.

5 comentarios:

  1. ¡¡ Enhorabuena !!
    Se lo que se siente cuando disparas y ves como tu objetivo se desvanece. A mi me ocurrió algo parecido y gracias a Dios con final feliz com en tu caso. Que nos sirva de lección que siempre que haya una mínima duda tenemos que "pistear".

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  2. que me gusta lo que leo.... Enhorabuena, ya no solo por el relato completito que nos regalas, sino por la experiencia vivida...

    un besico figura :)

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  3. Bueno Rodrigo, ya sabes como se las gastan los "cabros" de Sierra Espuña, son duros, ágiles, y tremendamente listos, asi que si Dios quiere y las circusntancias son favorables, esperemos que la temporada que viene no sea una hembra, si no un buen macho con barbas hasta el suelo.
    Felicidades y hasta otra amigo.
    El Bisa.

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  4. Amigo Rorry enhorabuena por ese arrui hembra y por el relato!!
    Abrazos
    Alfonso

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