Volver a El Risquillo cada año a montear es todo un verdadero privilegio. Son innumerables las referencias históricas que podemos encontrar en libros y las diferentes fotografías antiguas tomadas en esta imponente y auténtica finca de la Sierra de Andújar. Mucha historia, muchos personajes, mucho sabor e innumerables lances van unidos a El Risquillo, y es que es complicado conocerla y no guardarla en esa lista de manchas a las que uno no faltaría nunca.
Cartel de entrada al cortijo de El Risquillo.
Puede parecer largo el camino hasta encajar allí, pero desde luego a mi me parece un verdadero espectáculo visual y de cultura cinegética. Es una excursión por nuestra historia de la montería, y así se demuestra pasando por fincas como Lugar Nuevo, La Virgen, Mingorramos, Navalasno, Montealegre, El Tamujar, Las Tapias o Sardinas. Precisamente la mancha que pega con esta última finca es la que íbamos a montear, concretamente la conocida con el nombre de El Hontanar.
Primeras rehalas en llegar a la junta. Tras ellas, imponente, el risco que da nombre a la finca.
Tratándose El Hontanar del manchón abierto de El Risquillo, prácticamente todos los años cumple, siendo la posibilidad de cobrar un buen venao o pillar un atestón de marranos la ilusión con la que siempre nos plantamos allí donde Jaén hace linde con Ciudad Real. En compañía de Cristóbal y con la gran ausencia de nuestro buen anfitrión Borja, llegamos puntuales a la cita en el cortijo. Tras saludar a amigos y conocidos, recibimos con agrado por parte de Tirso, hermano de Borja, nuestra postura: El puesto de las piedras, de buen recuerdo para mi compañero pues se hincho de tirar cochinos allí hace unos años.
Poco fue lo que tardaron en salir las armadas, cosa de agradecer cuando aun reina el calor.
Atravesaos impacientes esperando el momento de la suelta en El Risquillo.
Las primeras reses comenzaban a moverse, siendo un vareto malo el primer bicho que daba cara por los peñascos. Lo corto y sucio del tiradero hizo que viviera su entrada con tremenda emoción. Lástima que no fuera un venao, pues el lance fue precioso. Con los perros en actividad se comenzaron a sentir los primeros disparos, más localizados en los cierres, cosa lógica en una mancha con las características de la que monteábamos.
El puesto de las rocas, complicado pero de grandes vistas y belleza.
Las carreras de las pepas se sentían sin verse entre el frondoso pinar. Con tan poca visibilidad, el estar en tensión era primordial, y así es como nos mantuvimos prácticamente la totalidad de la mañana. Con la llegada de la rehala encargada de trastear nuestras inmediaciones, el lamentable espectáculo de un chorreo de perros alrededor de los zahones de dos perreros cotorreando entre ellos y poco pendientes de su importante labor: montear animando sus canes. Con las ganas que tenía yo de ver trabajar a José Herman con los perros divisa verde y collarín de la cencerra naranja propiedad de Manrique, me tocó mosquearme viendo aquel numerito.
Perros de la rehala de D. Javier Manrique. Con ganas me quede de verlos trabajar.
Pendientes de esos minutos posteriores al paso de los perros, momento que tanto gusta moverse a muchos cochinos, aguantamos Cristóbal y yo sin distraer nuestra atención. Luego echamos manos al queso y al vino, comentando mi poca fortuna en las muchas excursiones venatorias por El Risquillo. Con aquello prácticamente acabado y tras hacer nuestra ya clásica quiniela del resultado final, un tarameo pone alerta a Cristóbal que ve, o cree ver, un trasluzón de un marrano. Cara de tontos y posterior consuelo mutuo por la dificultad del lance aun habiendo estado con los cinco sentidos en acción.
Preciosas las vistas desde nuestro puesto en El Risquillo.
Ya en la casa, suerte dispar. Cochinos habían salido pocos, los escasos rastros lo hacían suponer, el cervuno, en cambio si dio juego a los puestos más abiertos, siendo varios los afortunados que cobraron buenos venaos. Destando tres sobre el resto por sus recias y gruesas cuernas. Tras una foto para el recuerdo junto a dos eventules monteros: Jorge y Arturo, despacito camino de Córdoba con la ilusión de volver pronto por esta zona tan mítica y montera como la Sierra de Andújar.
En compañía de Cristóbal, Jorge y Arturo, foto para el recuerdo con algunos de los venaos de El Risquillo.
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