Existe un estrecho vínculo entre mi padre y yo con esta conocida finca de Villaviciosa de Córdoba. Son innumerables los días que hemos pasado allí, ya sea viendo la berrea, monteando o echando el día de perol con la familia Fernández, propiedad de esta bonita finca y con la que nos une una gran amistad. Muchos recuerdos y muy buenos ratos paseando por la cerca o monteando El Pajarón, la mancha abierta de la finca.

A Taqueros, como se le conoce en el mundillo montero, se accede por la carretera que une Posadas con Villaviciosa. Para llegar a ella hay que pasar la entrada de otras muchas fincas de renombre en la zona: Fuente Vieja, Navalcastaño o la Aljabara de Cárdenas, que además son linderas. La zona norte, que es donde se ubica la mancha abierta conocida como El Pajarón o Taquerillos, linda con El Pino, Castillejo del Pino y Las Palomas.
Nos citaron en el caserón de La Torre, unos kilómetros antes de llegar al carril de entrada a Taqueros, un lugar cuanto menos peculiar y decorado con un gusto, llamémosle, diferente. Antes habíamos parado para tomar café con Manuel Villén y Álvaro Sánchez, que también venían a la montería, en el San Luis de Almodóvar.
La junta se celebró en el cortijo de la finca La Torre.
Tras saludar al personal allí presente nos dispusimos a guardar religiosamente la cola de las migas, que por cierto estaban bastante ricas. Alguno se atrevió a repetir aun a sabiendas de lo propensas que son a requerir agua a mitad de mañana. Los corrillos se iban formando en torno al plano de la mancha, en el se distinguían perfectamente los cerca de cincuenta puestos con los que se cerraría la mancha.
El sorteo se efectuó ágil y rápido, pronto estaban saliendo las seis armadas en las que se repartían las posturas. Al ser mancha abierta, las traviesas debían aguardar a que se cerraran las huidas. A nosotros nos tocó traviesa, concretamente la llamada de Los Canutos. La armada no era mala según nos comentaron los entendidos de la mancha, pero nuestro puesto, el número siete, no era de los mejores. Son bastantes las veces que hemos monteado esta mancha pero nunca habíamos estado en esa armada.
Antes de lo previsto estábamos dirigiéndonos hacia la finca, en la entrada aguardaban las diez rehalas convocadas para trastear la mancha. Nuestro postor era Iñaki Blanco, conocido pintor cordobés y buen aficionado. No sin problemas, y es que hubo dos señores a los que misteriosamente les había tocado el mismo puesto, llegamos al número siete de Los Canutos.
Los puestos de nuestra armada se situaban en unas cañadas localizadas en el pinar de la solana y que iban perpendiculares al Arroyo Pajaroncillo, todo ello en la margen derecha del mismo. Puestos, por lo general, poco trabajados o con aspecto de no haberse parado mucho a intentar buscarle una buena localización. Cierto era que algunos tenían buena pinta, otros en cambio daban la impresión de estar allí por estarlo. Desgraciadamente el nuestro era de estos últimos.
El número siete de la armada de Los Canutos, como bien dice su nombre, estaba en el interior de un canuto bastante cerrado de monte, muy oscuro y con un dudoso ajuste. La ausencia de vereas tomadas en nuestro corto tiradero no auguraba nada bueno. A nuestra izquierda y por bajo, el carril que llevaba hasta la tela de la Aljabara de Cárdenas, también en este mismo flanco el Arroyo Pajaroncillo y la preciosa umbría de El Pajarón.
Con la entrada en la mancha de las traviesas, el cierre de La Loma comenzó a tirar. Estos puestos localizados en el raspín de la solana de pinos nunca fallan en el inicio de la montería, muchas son las reses que rebozan por esta zona en su huida. Con la llegada de las rehalas, y la algarabía producida por esas furgonetas cargadas de perros nerviosos por montear, es cuando algo de cervuno empieza a moverse por la parte de umbría.
Se efectuarían dos sueltas, una se encargaría de montear toda la solana en ida y vuelta, en una mano disparatadamente larga y dura. La otra suelta, la de la umbría, se haría en medio de la misma, empujando las reses en un caso hacia la malla de la Aljabara de Cárdenas y en el otro hacia la huida de Fuente Vieja. Personalmente no comulgo con echar la mancha como se echo aquel día apretando las reses hacía sus huidas naturales.
En el primer tercio de la montería se puede decir que nos aburrimos soberanamente, las sueltas se habían producido lejísimos y la más cercana, la de las rehalas que discurrían por la umbría hasta chocar con la tela de la Aljabara de Cárdenas, tardarían mucho en empezar a sentirse. En el siguiente tercio se animó algo más la cosa, las rehalas que empujaban hacía la tela anteriormente citada, la de El Chaleco de Adamuz entre ellas, provocaban que las reses mallearan y bajaran hasta la misma caja del arroyo. Nos era prácticamente imposible verlas pero si sentíamos perfectamente su viaje en el cauce del Pajaroncillo.
Nuestra esperanza estaba fundamentada en el momento en que los perros de la mano de los pinos dieran cara en nuestro oscuro canuto, en el último tercio de montería. Eran prácticamente las dos de la tarde cuando eso ocurrió y después de una mano tan extensa no quiero ni contaros como aparecieron. Era larguísima y dura de andar, llevaban casi tres kilómetros y les faltaba volver sobre sus pasos monteando por esa sucia ladera de pinos hasta la suelta. A pesar de todo, la rehala de El Chori aun levantó alguna cierva de su encame y nos la metió en el puesto. De los marranos ni rastro.
Al rato de pasar los perros de vuelta comenzamos a recoger, estaba todo el pescado vendido. Iñaki, nuestro postor, paso a preguntar que habíamos hecho y tras darle el parte volvimos para el cortijo de Taqueros. Tiros se habían sentido bastantes aunque el hecho de que se pudieran tirar ciervas nos hizo pensar que estas eran las culpables del tiroteo. Con la llegada de las reses se comprobaría que tal había salido el día.
La comida la sirvió Lucas, el de Cardeña, con lo que no hace falta que os detalle como estaba de bueno el cochifrito, sin duda lo mejor de todo el condumio. Antes de que llegaran las reses aun nos dio tiempo a dar una vuelta por la cerca y que Manu le enseñara la finca a Manuel y a Alvarito, pues no la conocían. Al regresar pudimos comprobar que se había dado una gran montería cobrándose doce venaos, dieciséis cochinos y casi cuarenta pepas, lástima que haya quien aun dude de esta mancha y encima lo pregone.
La salida de Taqueros se alargó, es difícil salir de allí porque el cariño y la hospitalidad con la que siempre nos tratan Sebastián, Manolo y sus familias provoca que nunca apetezca despedirse y marchar para Córdoba. En el camino de vuelta, mi padre y yo no pudimos evitar hacer inventario de todas las posturas en las que hemos estado puestos en la mancha El Pajarón, llegando a la conclusión de que la suerte nos echa pocas cuentas en las márgenes del Arroyo Pajaroncillo.
Muy interesante la lectura de esta crónica Rorry. Un saludo y buena caza.
ResponderEliminares bastante bueno este gran relato y como dice javier muy interesante mis felicitaciones
ResponderEliminarte doi mi enhorabuena por este gran relato muy interesante y sigue escribiendo para poder saber mas cosas sobre la caza
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