El despertar fue duro, el día de antes nos habíamos juntado los compañeros de agrónomos para comer, como todas las navidades. Aquello se complico más de la cuenta y acabamos tarde, como no podía ser de otra forma. Quede en recoger a Alfonso en la puerta de su casa a las siete y media, tomaríamos café en La Lancha y carretera hacia Villafranca donde ya se coge el camino que nos lleva al lugar de la junta.
Las migas y el candelón a la vera de un olivar nos ayudaron a ir espabilando el cuerpo, si yo había dormido poco, Alfonso casi no le había dado tiempo a coger la postura en la cama. A él se le complico mucho mas que a mi la cosa y únicamente echo una cabezadilla. Llegamos de los primeros pero poco a poco fueron llegando los invitados, entre ellos dos hermanos, Fernando y Mariano, buenos aficionados que amablemente nos ofrecieron un chupito de oloroso que estaba sensacional, después de las migas y el chupito nos quedamos nuevos.
Momento del rezo en Navallanas.
Esta vez la presión se la cedí a mi compañero, el nº 4 del Tejón, sacó Alfonso. Por lo que le dijeron era bueno, pero claro al momento le dijeron lo mismo a los tres o cuatro que sortearon a continuación. Ná, lo de siempre, uno se podía fiar poco. El postor se dejo media armada atrás y un poco más y no se da cuenta hasta que saca el rifle en su postura. Desde luego con lo fácil que es ser postor y que haya gente que no sirva para ello tiene mandanga, en fin, que tardamos en ponernos. Tanto tardamos que cuando íbamos camino de nuestro puesto ya se sentían las carreras de los perros que habían soltado en el Cerro del Gomero, vamos un desastre, más cuando se suponía que nuestra armada era un cierre de los primeros en ponerse.
Fernando, compañero de armada, camino de su postura.
Nuestro puesto en la margen de una de las colas del pantano de San Rafael de Navallanas. El Cerro del Gomero a nuestra izquierda y el pantano a nuestra derecha. La cola del pantano separaba dos manchas espesas de monte y nuestra ilusión era que algún marranete se cambiara de mancha en su huida de las rehalas. Entre las rehalas estuvieron la de Rafael Espejo, que nos monteo frente a nuestra postura. Sus podencos y cruzaos, con divisa a franjas blancas y verdes y collarín de las cencerras rojo, trastearon bien aquel montarral animados por el Orejas, pero había poca chicha y no hubo suerte, nada rompió por nuestra postura.
Alfonso, atento observando el trabajo de los perros.
A nuestra vera Fernando no se pudo resistir y encendió una candela, y es que allí en las proximidades del agua el frío calaba hasta los huesos. Alfonso y yo veíamos con envidia el humo desde nuestro puesto. En nuestra armada el más afortunado fue el postor, un clásico, cobrando dos marranos. Los perros de Mohedano levantaron un buen marrano, que se coló entre dos posturas, desde luego por algo llegan a viejos los navajeros. Poco más que resaltar pues fue lo único que se cobró, un par de marranos y ninguno que mereciera la pena.
Pronto saciamos el apetito con un potaje que recuperaba a un muerto y es que aquellos trompitos tan calientes nos supieron a gloria. No tardamos en despedirnos del personal y temprano estábamos de vuelta en Córdoba pensando en el buen día que habíamos echao en la sierra, que es donde se matan los guarros grandes, y no desde el sofá de casa.
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