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UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

viernes, 22 de enero de 2010

Las Morenas (Montoro, Córdoba)


Las manchas de Cardeña y Montoro, tienen un sabor diferente. Guardan un sabor añejo y hacen de sus monterías, en la mayoría de los casos, una vuelta a épocas pasadas. Es una zona preciosa, diferente a muchas otras de la provincia de Córdoba, y con una riqueza que muchos desconocen. Ir a montear por la zona es un placer para la vista, sobretodo en días como el elegido para echar Las Morenas. El agua brotaba de cada rodal y una ligera niebla envolvía la sierra, dando un aspecto un tanto místico.

Caballerías perfectamente ataviadas en el lugar de la junta.

Hasta llegar a Las Morenas hay que pasar por fincas de renombre, todas ellas conocidas por todo buen aficionado: El Yagüerizo, Valdecañas, Casa Polo, El Socor, Pozas Nuevas, Españares o El Pilar. Precisamente en esta última fue donde se celebró la junta. Acompañado de mi padre, llegamos de los primeros, ni siquiera mi amigo Patricio había hecho acto de presencia. Únicamente los de las migas, las bestias y algún montero madrugador, se encontraban en el lugar de la cita.

Vista general de la junta de Las Morenas.

No era el único que monteaba por primera vez la mancha, aunque sobradamnte había oído hablar de ella. Sin ir mas lejos, en Mezquetillas me habían dado muy buenas referencias, aunque con lo que Patricio me había comentado de ella me bastaba para estar tremendamente ilusionado con la montería. La posibilidad de abatir un gamo era un tremendo aliciente para algunos como el que suscribe, pues nunca he cobrado uno. Además los marranos que salen año tras año convierten esta montería en una jornada muy divertida. Los venaos se respetarían para años venideros.

Patricio y sus hermanas durante el rezo.

Mi padre y yo no iríamos juntos, cada uno estaríamos en un puesto, con la consiguiente responsabilidad de tener que meter la mano para sacar el sobre. No es que sea un cenizo, pero es que este año me estoy cubriendo de gloria, vamos que donde mejor puedo tener la manita es en el bolsillo. Con recelo acudí a la llamada de Patricio y sus hermanas, encargadas de dirigir el sorteo. El nº 13 del cierre con El Piruetanal. El número no me gusto un pelo.

Juan Fdez de Mesa sacando su puesto, a su derecha Pepe Ortega.

Antes de partir me acerque a saludar a los perreros que junto a la lumbre se agrupaban entorno a sus camiones. Mucha cara conocida, perreros de muy buenas rehalas y es que en este sentido la familia Queipo de Llano había convocado a un plantel de rehalas extraordinario. Estaba ya deseoso de montarme en el coche y llegar a la postura, más cuando me habían comentado que mi armada solía ser cochinera. Los carriles estaban regulares, algún paso un tanto complicado, razón por la cual tardamos más de la cuenta en montar la armada. La poca agilidad del postor también ayudo.

El paisaje hasta llegar al puesto era precioso: una primera parte de rica dehesa quebrada y un segundo tramo más cerrado de monte, dando cara al pantano del Yeguas. Las hozauras que se dejaban ver eran toda una alegría para la vista. Por el retrovisor pude observar como ninguna pasaba desapercibida para Mariano Aguayo, que iba detrás en la fila de coches.

Vista del pantano del Yeguas desde la armada del Piruetanar.

Por fin llegamos al puesto, que largo se me hizo, y es que parecía que nunca íbamos a llegar al trece. Descargue rápido y busque un sitio donde dejar el coche pues los camiones de los perros venían detrás. Me soltarían justo delante. Rápido cargue el rifle y eche un vistazo a los posibles portillos que pudiera tener la tela, pues quedaba justo a mi derecha. El puesto, como todos los de la armada, precioso. Situado en un lentisco pegado al carril, dominando un testero de jaras, algo larguillo para mis apuntaeras, y con la cañailla de un arroyo delante, ya por bajo del carril. Mucha visibilidad y con un testero largo, en fin muy bonito pero complicao para mi gusto.

Número 13 del Piruetanal.

Poco tardaron en soltar los perros y es que era ya cerca de las doce y pico. Por mi testero: Rafa "El Colacao", perrero de Juan de Dios Pliego (divisa verde y collarín de la cencerra amarillo), Oscar, perrero que fuera de Curro Vega (divisa bandera nacional), Pedro Mohedano (collar de cuero marrón) y Cristiano, perrero de Pepe Ortega (divisa y collarín de la cencerra naranja). Con otra mano, pero la misma suelta, otras rehalas: la del Marques del Contadero, la de Mencos, la de Juan Andrés Parlade o la de Juan Fdez de Mesa, entre otras que no llegue a distinguir.

A medio testero, Pedro Mohedano comenzando su mano.

Al momento de la suelta las primeras ladras, alguna cierva y un venao que me metieron los perros de Juan de Dios Pliego encima, lastima que no se pudieran tirar pues el lance fue muy emocionante, saltando el carril justo delante de mi postura. En el corono del testero había mucho venao y los perros no pararon hasta sacarlos de su refugio. Que bonitos estos momentos posteriores a la suelta, el monte se llena de carreras y ladras pintando un espectáculo bellísimo.

Perro de Mencos (divisa roja con goma azul) dando cara en mi postura.

Poco a poco fueron pasando las rehalas hasta que volcaron, dejando de oír los gritos alegres de los perreros. En el lugar de la suelta algún perro con pocas ganas de montear y más personal del que debiera: conductores de las furgonetas y la gente de las bestias. En fin, que se le va a hacer, en algún lugar tenían que quedarse.

Después de la que se había liado con la suelta llegó el silencio, ese que se apodera de uno cuando pasan los perros. Momento que aproveche para sentarme un rato y con los gemelos ver de quien era tanto perro que había por ahí esturreao. No se habrían levantao inspirados. Alguno hasta se paso la tela por los portillos. Decidí sentarme observando como un grupo de tres venaos volvían a los altos confiados en estar a salvo. Los perros no paraban de subir arroyo arriba, arroyo abajo. Muchos sin cencerrilla provocando que en más de una ocasión diera un respingo del catrecillo, pero nada, siempre perros. De repente, a mi derecha, en un clarillo veo un marrano. ¡Me cagó en la leche! Que salto pegué. Rápido se tapó y mi carrera por el carril fue inútil, no lo pude clarear. No quise asomarme más porque llevaba dirección para Mariano y posiblemente, por como vi su puesto, le iba a entrar en mejores condiciones. Así fue, al rato sentí los tiros. Fernanda, su señora, lo abatió. No quiero ni contaros el mosqueo que tenía encima, se me había colao el tío. Era más pequeño de lo que me pareció verlo, ese fue mi único consuelo.

Bonita estampa del de Juan Fdez de Mesa.

La comedura de tarro que me estaba dando fue como una catedral. En esas estaba cuando me llamó mi padre, teníamos cobertura. Se lo estaba pasando pipa, claro con una manita como la suya no me extraña. La próxima vez me saca el puesto, eso fijo. Había tirao tres cochinos, se había quedado con uno y los perros de Martín Sánchez Ramade (divisa y collarín de la cencerra verde clara), los de Gonzalo Morenés (divisa a franjas rojas y azules) y los de la Duquesa de Cardona (divisa marrón y collarín de la cencerra azul) estaban haciéndole disfrutar una barbaridad. Venaos había visto unos pocos pero gamos no. Me alegre una barbaridad y me concentre para la vuelta de las rehalas.

La vuelta, ya bastante tarde, movió pocas reses. Oscar y sus rubios pasaron delante de mi postura tomando el camino, ya estaba todo hecho. Esto se había acabado. Recogí y despacito, disfrutando de una finca tan bonita, para el cortijo del Pilar. Por el camino parando en algunos puestos fui preguntando, la gente se había divertido de lo lindo y se habían tirado muchos marranos. El vecino de mi padre había cobrado siete de los ocho que había tirado, y es que había mucho marrano, más por las umbrías que por las solanas que rodeaban a mi armada.

Con ganas cogimos el puchero, el sol se tapó y empezó a moverse un airecito nada agradable. La gente contenta en general, casi todo el mundo había tirado. Entre los pocos bolos, el menda y su manita para cortársela. Las reses tardaron en llegar, una lastima porque desluce mucho, pero el carril estaba regular y la mancha retirada del lugar de la junta de carnes.

Comentando con Mohedano el discurrir de su mano.

Lo distante de la finca y el hecho que al día siguiente hubiera que trabajar nos hizo irnos antes de lo que nos hubiese gustado, pues no pudimos contemplar el tapete de reses cobradas. Dando la enhorabuena a Patricio y a su familia por el resultado nos despedimos. Mi deseado gamo tendrá que esperar.

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