Lo primero que pensé cuando me llamo Jorge es que se estaba quedando conmigo, pues lo conozco y es muy dado a ello.
- Rorry, ¿te vienes el sábado a una montería en Mijas? Vamos Manuel, Gonzalo y yo. ¿Te apuntas?
- Por supuesto, estas monterías exóticas me encantan.
Me costó asimilarlo, después claro de seguirle, lo que creía una broma, hasta el límite final. Pero si, aquel plan era cierto, y tan cierto que el viernes a las siete y cuarto de la tarde, me estaba recogiendo Manuel en la puerta de mi casa para tomar dirección Fuengirola. Allí sería donde dormiríamos. Jorge y Gonzalo habían salido antes y nos esperarían tomando un cervezón en Los Boliches.
Desde luego la situación era cuanto menos rocambolesca, cuando Manuel y yo nos vimos bajando los rifles en la misma puerta del "Juan Playa" la carcajada que soltamos se debió sentir en todo el paseo marítimo. Uno que llevaba sin pisar aquello desde hace más de quince años, se veía allí en pleno invierno y para montear al día siguiente, tremendo. Era curioso vernos buscando una tasquilla para cenar, por supuesto de verde y con los forros polares. Como no podía ser de otra manera nos dimos un buen homenaje culinario. Nos costó recogernos, pero eso lo teníamos asimilado desde primera hora.
Manuel cargando los chismes. Detrás el "Juan Playa" y el mar de fondo. Sin comentarios.
La mancha estaba cerca, no hizo falta ningún madrugón, menos mal. Después de pasar por varias urbanizaciones y algún que otro campo de golf llegamos al lugar de la junta. Se trataba de espacio acondicionado para barbacoas, imagino que de los vecinos del lugar. Allí había más gente que en la guerra, todos resguardados bajo un poco eficiente techado de uralita, y es que el agua estaba empezando a caer y nos mojaba aun estando allí resguardados. Para espabilarnos un montao de lomo con un huevo frito que reanimaba a un muerto. De hecho nos espabiló, tarea nada fácil para como estaba alguno del cuarteto.
En el lugar de la junta no cabía un alfiler.
En medio de tanta algarabía se intuían las voces y los gritos de lo que debía ser el sorteo. Teníamos ya nuestros puestos y las indicaciones pertinentes venían recogidas en un folletito que no tenía desperdicio. Nos comentaron, no sin provocar algo de guasa entre los foráneos cordobeses, que no tiráramos ni corzos, ni cabras montesas y tampoco venaos pues aquello era una batida de marranos, por supuesto mata y cuelga, pero con unos matices peculiares de aquella sociedad de cazadores que venían redactados en el citado folletito.
Jorge, Manuel y Gonzalo nuevos tras el fuerte desayuno.
Tenía ganas de ver las rehalas que vendrían a montear, y es que por un momento me ilusioné pensando que podría venir la de Antonio Medina, esa bellísima rehala de San Pedro de Alcántara con divisa roja y goma amarilla, que tanta sangre cordobesa tiene en sus perros. Pero no, ni vi a Antonio por allí, ni su furgón. Las rehalas eran todas de podenquetes de talla chica, conejeros. Remolques llenos hasta arriba de finos envelaos con mucho nervio.
Las rehalas, en su mayoría, de podenquillos finos envelaos.
Rápido nos fuimos de la junta con el guarda, antes de ponernos haríamos una parada en una venta próxima a la entrada de la finca, donde mas tranquilamente charlamos con él, comentamos acerca de la mancha y nos tomamos un café. Nos explicó lo perseguidos que están los marranos por esa zona y es que en sus correrías nocturnas ponen patas arriba las calles de los campos de golf, tan abundantes en la costa de Mijas. De la misma manera nos trasmitió la poca conciencia medio ambiental existente, pues para ellos un alcornoque únicamente significa un problema que no les permite construir urbanizaciones, que es lo que ha dejado allí dinero últimamente.
Junto a Gonzalo listos para la guerra.
Cuando empezaron a pasar las armadas nos dirigimos al cortijo donde esperando la llegada de la nuestra nos fuimos preparando para la mojá que se nos venía encima. Suerte tuvimos, pues veníamos preparados para soportar agua, frío y lo que nos trajese el cielo. Jorge, cuco, escogió a Manuel como compañero y es que sabe de su suerte en esto de la montería. Ellos irían al puesto número tres, Gonzalo y yo al número cinco de lo que intuimos sería la traviesa. Su puesto un testero corto y sucio mostraba una pinta sensacional, el nuestro mucho más abierto, tenía unas vistas preciosas pero con mucho menos ajuste para lo que íbamos, los marranos.
Preciosas las vistas desde nuestra postura.
Bajo un viejo alcornoque nos resguardamos, el agua caía que daba gusto verla. Alegría para el campo. Frente a nosotros un testero de alcornoques de pintura y a nuestra derecha, un carril que hacía viso, allí precisamente fue donde dejamos los coches. La suelta no se hizo esperar y al momento empezamos a sentir las voces de los perreros. Tardó un rato en sentirse el primer disparo pero la cosa se fue animando conforme las rehalas iban avanzando. Una ladra por nuestra derecha puso alerta a Gonzalo que atento pudo disfrutar viendo como un corzo saltaba el carril para proseguir su huida en el testero que dominamos. Poco se dejo ver pero lo justo para, con los gemelos, poder disfrutar con su sutil y bella carrera. Cuando ya volcó, comentamos sorprendidos el lance, a mí ya me había merecido con creces la pena el viaje. Atentos, con permiso de la que estaba cayendo, continuamos el discurrir de las rehalas. Por nuestra izquierda dio cara otra rehala, de podenquillos finos también, que al descolgarse arrancaron una nueva ladra, para nuestra sorpresa una corza que seguía los mismos pasos que su pariente. En fin, una maravilla ver lo que vimos.
.
Gonzalo atento en todo momento, aguantando el chaparrón.
.
Respecto a las rehalas, pues la realidad, que no sirven para esto o al menos no están preparadas para ello. Carreras cortas y vuelta para atrás, más pendientes de la menor que de las reses y trasteando únicamente los alrededores de la verea que lleva su jefe. Ladras que no hacen hilo y poca fuerza para molestar a un marrano acostado en su encame. Tiros se siguieron sintiendo, la fiabilidad de los mismos una incógnita, pero por unos diez marranos andaría la cosa.
A las tres empezamos a recoger, ya habíamos hablado con nuestros compañeros y decidimos que, nunca mejor dicho por la zona donde monteamos, todo el pescao estaba vendido. Fuimos en su búsqueda, comentándoles una y otra vez la alegría que nos produjo ver los corzos. Les costó creérselo. Hicimos balance del día, ellos no habían visto nada, y caminito para Córdoba, aquello estaba a un paseo y no era cuestión de salir muy tarde de allí.
A Manuel, por una vez, no le acompañó la suerte. Se volvió bolo.
Paramos en Málaga a tomar una tapilla y carretera a casa. Sin duda esta será una de las historias que contaremos en más de una ocasión: Aquella vez que fuimos un fin de semana de Enero a Mijas, no a cualquier cosa, sino a montear. Los nietos se cansarán de escucharla. Créanme amigos, experiencias así son las que no se olvidan y menos con tan buena compañía. Por cierto, Manuel debió dejarse atrás la chorra que siempre le acompaña, y es que es de las pocas veces que se vuelve sin tirar.
Un relato biem contado.
ResponderEliminarEl comentario jocoso tuyo de que los cordobeces vinieran de Cordoba a montear Mijas
Ya lo profetizo un directivo de esta sociedad
hace ya varios años de la misma manera que tu.
Gracias.