Manuel sacando su puesto. Que buena mano tiene.
Un buen grupo de jóvenes aficionados, sevillanos y cordobeses en su mayoría, nos juntamos allí. Algunos habían pasado la noche en Encinasola, en el hotel antes citado, otros, en el cortijo de El Bravo. Nunca había monteado en esta finca, pero la conocía gracias al libro "De Doñana al Pirineo" de Vázquez Parladé y a las referencias de Emilio Jiménez. Se echaba Pedro Gil, mancha que se encuentra fuera de la tela de El Bravo pero de los mismos propietarios. Precisamente con uno de los propietarios estuvimos charlando antes de sortear y a la pregunta de como estaba la mancha bromeo diciéndonos que estaba muy buena de bulldozer y caterpillar. No entendimos muy bien su significado.
Rodrigo, Chete, Marta, Jose Mª, Borja, Fernan y Alvaro antes de salir hacia los puestos.
Nuestra armada fue la "afortunada" de tener que mostrar los papeles a la guardia civil. Sin incidencias pasamos el siempre peliagudo examen. Poco tardamos en partir hacia la mancha, tomando por la carretera hacía Aroche y desviándonos por un carril a mano izquierda. Incrédulos adelantamos un grupo de senderistas que haciendo caso omiso a los carteles de "Peligro montería" y a nuestras recomendaciones se dirigían decididos para el centro de la mancha. Más felices que unas pascuas y en tono desafiante nos contestaron que aquel carril era público y que tenían derecho a pasar. A estos no les pidieron los papeles.
Paterninos constituían las rehalas convocadas.
Borja asimilando lo que teníamos delante.
Lejos, sentimos los camiones de los perros dirigiéndose hacia las sueltas. Algún tiro suelto sentimos y a lo lejos el grupo de paseantes por mitad de la mancha (si me permiten denominarla así). Desde luego hay cosas que uno no se explica, con la cantidad de hectáreas que habrá por esa zona con bellas dehesas de alcornoque y encinas, cerros de monte bajo o riveras tupidas de sonoros arroyos, los viandantes se tienen que meter allí en mitad de unos cerros destrozados por la mano del hombre. En fin, subrealista.
En el laderón del fondo vimos correr más de una res.
Poco tardamos en echar mano al zurrón buscando el taco, no pusieron desayuno. Nada complicado, una botellita de tinto, una tapa de queso, esta vez de Villamayor de Calatrava, y unas aceitunitas aliñadas por mi madre. La tranquilidad solo se interrumpió con una chota que paso por el viso de nuestra izquierda y que debieron apiolar, con poca consideración, al volcar.
Fueron de los pocos perros en dar cara a nuestro puesto.
Bonito el venao de Pedro Gil.
Sonrisas, abrazos y el último trago de vinacho para celebrarlo. Nos asomamos para ver a Chete y por gestos comunicarle nuestro éxito. La montería estaba echá. El venao no era feo, con doce puntas y parejo. Que buen recuerdo de estas aventuras onubenses.
Borja junto al venao.
Sentimos algún tiro más y vimos como las rehalas que llevaban la mano por el cerro de nuestra derecha sacaban una collera de venaos, dirigiéndose hacia las posturas de la cuerda. Sobre las tres empezamos a recoger y nos acercamos a ver el venao para hacernos las fotos de rigor. Borja había estado fino y el venao tenía los tres tiros. Que duros son estos bichos.
Foto para el recuerdo junto al venao.
Nos preparamos para arrimarlo hasta los coches cuando aparece el postor. Lo primero que sale por su boca es preguntar por cuantos tiros tiene y cuantos le habíamos tirado. Le contamos el lance y al finalizar nos suelta que el también lo había tirado desde su puesto. Puesto que estaba en el laderón de nuestra derecha y bastante lejos, para tirarlo lo había hecho por encima del resto de nuestra armada. Borja y yo no nos lo podíamos creer, que barbaridad. Todavía pensaba que en alguno de los ocho tiros que le había soltado desde la Cochinchina le podía haber enganchado, ya que según él, no todos sus disparos levantaron polvo. Le reprochamos su manera de actuar y a arrimar el hombro que había que bajar el bicho al carril. Sin comentarios. Por cierto, suyos eran los tiros que sentimos y no de Chete que luego nos confirmo que no había tirado a aquellas hembras.
Junto a Chete, nuestro compañero de armada.
Marcamos bien el venao y preguntamos donde era la junta de carnes pues no había comida, pero tampoco un sitio de reunión donde juntarnos. Nos acercamos de nuevo al hotel, charlamos con unos y otros, comimos una tapa y de vuelta al campo a buscar la cabeza, al lugar donde llevaban las reses.
La suerte había sido dispar, no todo el mundo iba a cobrar un venao en Marte, eso es solo para privilegiados como Borja y yo. A Manuel tiró un venao, que todavía, a día de hoy, no le han demostrado que no fuera suyo, pero lo de siempre: "por no discutir..."(parece mentira que esas palabras vengan de Manuel, ¿verdad?). A Javi Romero se le fue un buen marrano que un poco más y se lo come. A mi tocayo, Rodrigo Maesso, lo quitaron los civiles del puesto a la una por estar colocado en un camino, donde por supuesto estaba su tablilla. Y poca cosa más. En total menos de diez reses, contando ciervas, y el venao más bonito, el nuestro.
Borja, Manuel y yo junto al venao que remató Manuel.
Agradezco estos días que he dejado pasar hasta ponerme con esta crónica, estoy seguro que de haberme puesto más en caliente no parecería todo tan bonito como se relata. Ahora, más de una semana después, uno se acuerda del buen rato con los amigos, del puesto en buena compañía, del lance y del fin de semana montero.
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